«Personas que, como Tranche, se echan a sus espaldas horas de estudio, congresos y trabajo y a quienes todavía les queda tiempo para pasar consulta con buen humor. Gente, en definitiva, que hace de este un mundo un poco mejor«
Ayer falleció Salvador Tranche. Qué duros son a veces algunos mensajes. No recuerdo cuando le conocí, porque Tranche siempre estuvo ahí. Soy una de las muchas pacientes que pasaron por aquel Centro de Salud que era su segunda casa. Allí me vio durante muchos años pasearme, desde que levantaba poco más de una cuarta hasta la última vez, hace poco más de un mes, cuando le llamé para entrevistarle.
Le tuve casi una hora al teléfono preguntándole casi todo lo que se me ocurría sobre pandemias, virus y ese día a día de la Atención Primaria. Me contestó, como supongo que hacía con todos sus pacientes, con una infinita paciencia, derrochando optimismo e inteligencia en cada respuesta. Era un gusto escucharle, y eso debían pensar también sus pacientes, porque en la puerta de su consulta había siempre una larga cola de parroquianos esperando su turno.
Salvador trabajó durante 30 años codo a codo con Rosa, enfermera en el mismo centro y, por suerte, mi tía. Allí pasaban las mañanas entre una marabunta de pacientes, muchos ancianos, a los que, sobre todo, escuchaban. Que no es poco. Y así consiguieron los dos ganarse el respeto y el cariño de todo un barrio.
Hace falta recordar, en estos días en que se arrojan tantas mentiras sobre la Atención Primaria, que son en su mayoría personas así quienes día a día dan el Do de pecho en su trabajo, enfrentándose a horarios infinitos y contratos en demasiadas ocasiones precarios. Personas que, como Tranche, se echan a sus espaldas horas de estudio, congresos, cargos (era, desde hace años, también presidente de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria, Semfyc) y a quienes todavía les queda tiempo para pasar consulta con buen humor. Gente, en definitiva, que hace de este un mundo un poco mejor. Y es que ayer eran muchos los colegas de profesión, pacientes y amigos que se acordaban a través de sus redes sociales de, por encima de todo, el buen hacer y el buen humor de Salvador Tranche.
Por eso, sus pacientes de El Cristo, Buenavista y Latores se sienten hoy un poco huérfanos. Y, por eso, me gustaría acabar esta columna con algo que quizá le hubiera gustado leer: Cuidemos la Atención Primaria. Cuidemos la Sanidad Pública. Y cuidemos a los y las trabajadoras que se dejan la piel para que, por mucho que algunos traten de desmantelarla, sigamos teniendo una Sanidad Pública de la que sentirnos profundamente orgullosos.