El director noreñense presenta en la Sección Oficial del FICX ‘Los últimos pastores’, su último largometraje ambientado en Picos de Europa
Esta semana, los protagonistas de ‘Los últimos pastores’ vendieron las últimas vacas que les quedaban. La despedida entre Manolo y Fernando de todo su ganado se ha dilatado en un tiempo recogido por la cámara de Samu Fuentes (Noreña, 1962), quien ahora presenta el retrato de esta pareja de hermanos al público de la 61ª edición del Festival Internacional de Cine de Xixón (FICX). El director de ‘La Piel del Lobo’, metraje del cual nace esta nueva historia, se encuentra entre los tres asturianos (junto a Elisa Cepedal y Celia Viada Caso) que estrenan película en la Sección Oficial del certamen. Ese testigo en forma de vida perteneciente a los Mier, con quien se termine, se podrá ver en la gran pantalla el sábado a las 22.30 horas en el teatro Jovellanos y domingo a las 19.00 horas en los Cines Yelmo, donde habrá un encuentro con el director.
Para contar la historia de estos «últimos pastores», el marco temporal de la película era muy importante. ¿Por qué?
Manolo y Fernando tienen ahora 72 y 73 años, pero llevan siendo pastores desde los 13 en el entorno de Picos de Europa, en Cabrales. Son los últimos que viven así, como se vivía antiguamente, en las majadas casi todo el tiempo con el ganado. Cada vez tienen menos cabezas, más restricciones administrativas, problemas como el del lobo evidentemente… Pero ellos siguen porque son felices ahí, esa es su forma de entender la vida. En ese sentido, era muy importante recoger las cuatro estaciones porque condiciona mucho ese modo de vida que se perderá con ellos. Están durante el verano en el puerto (desde finales de mayo hasta finales de septiembre, como marcaba la ley antes y ellos siguen cumpliendo), en Portudera y Tordín, y a finales de octubre o septiembre bajan a los invernales. Cambia mucho la actividad a la que se puedan estar dedicando como el nacimiento de las cabras o esquilar a las ovejas. Era prioridad para estructurar la película que se cumpliera ese año y observar todo el ciclo estacional para ver cómo se mueven ellos.
¿Qué impulsó la decisión de fijarse en ellos?
Yo los conocía por amigos de Cabrales y ya había estado en sus cabañas hace tiempo. Ya había trabajado con ellos para ‘Bajo la piel del lobo’ porque el protagonista que interpreta Mario Casas, Martinón, era un alimañero, como había sido el padre de ellos justamente. Entonces me pareció perfecto ir allí con Mario y convivir con ellos unos días para que nos enseñasen el oficio: poner cepos, seguir rastros, ordeñar las cabras, cortar madera… Todo lo que hace el protagonista en esa peli nace de las enseñanzas de ambos. El caso es que esos días observándoles me llamó poderosamente la atención lo felices que son y cómo a pesar de lo que pueda pensarse por vivir más aislados, no son gente huraña, callada o que huye de lo social, sino todo lo contrario. Son enormemente amables, les gusta la conversación, son muy generosos, tienen una mirada increíblemente limpia, pura y que nos hizo alucinar a todos los del equipo. No están maleados por nada y me quedé con ellos en la cabeza, por eso quise hacerles un retrato. En la película se incluyen otros temas o enfoques más universales como la relación del lobo y los pastores, pero realmente a mí me interesó hablar de ellos como personas.
¿Cómo viven ellos el hecho de ser los últimos?
Con mucha pena, pero a la vez son muy estoicos. Hablan de ello en varios momentos de la grabación. Ellos nunca se casaron, no tienen hijos que vayan a continuar con la tradición. Con ellos no solo se va el pastoreo de la zona, sino una forma de vida y conocimiento que a mí me asombró. Por ejemplo, a nivel de reciclaje, yo nunca vi a nadie que aprovechara tanto y tan bien. La necesidad a veces es la mejor maestra. Podrían ser ejemplo de esta idea que está ahora tan de moda, de la resiliencia.
Este será para usted el primer largometraje que tiene su estreno mundial en Asturias, pero por lo observado en proyectos anteriores, ¿Qué relación mantiene con el público de casa?
Diría que una estupenda, la acogida de ‘Bajo la piel del lobo’ fue muy buena por ejemplo; duró unas cinco o seis semanas en cines de la región, lo cual está bastante bien. El pase de ‘Miraflores’ en el FICX también se llenó en su momento, así que muy contento. Además, esta película se tenía que estrenar aquí, era el mejor entorno y centrándome en el festival, tenemos un evento que es una maravilla, a la cabeza a nivel nacional sin duda. Y a nivel de cine independiente en el ámbito internacional también está entre los destacados, se habla muy bien de él fuera.
La acogida del público y la evolución del FICX parecen estar yendo de la mano de una mayor calidad cinematográfica en Asturias. ¿Qué le está ocurriendo al audviosual de la región?
Estamos viviendo un momento muy dulce. Ahora hemos creado ‘Lluces’, la asociación de cineastas asturianos independientes y estamos muy unidos. Además, yo tengo la suerte de dar clase en varios talleres del Cislan de Langreo, del laboratorio de cine de SODECO y en Semilleru del FICX y estoy muy al corriente de estos nuevos jóvenes cineastas que aparecen con proyectos súper interesantes. Hay gente detrás que tiene muchas cosas que contar y muy bien, pero curiosamente a nivel administrativo y de forma paralela cada vez estamos peor. Las ayudas salen tarde, mal y nunca, con criterios ridículos y aunque intentes comunicarlo parece que siempre hay algún problema. «Ahora no porque está acabando la legislatura, ahora tampoco porque está empezando…», siempre así, dando largas y sin un interés real.
Y esto es importante porque creo que el cine es cultura, pero tiene un componente de industria muy importante del que habría que ocuparse y como oferta formativa también se tendría que cubrir. Todos vemos que en el Principado ya no existe una Consejería de Cultura, está dispersa ahí con otra serie de cosas. En la administración no hay nadie que sepa de audiovisual, puedes estar gestionando ayudas y lidiando con alguien experto en arte prerrománico, o que está en Política Lingüística. Se reduce a estar peleando contra algo en lo que no hay nadie al frente. Y sin embargo, como decía, viene gente detrás con muchísimo que decir, el dinero sigue siendo el poco que hay desde siempre y hay muchos proyectos que se quedan sin ayudas, que son ínfimas pero siempre sirven para sacar un proyecto adelante.
Se está viendo en el cine un interés por volver a lo rural, el ambiente en el que se mueve ‘Los últimos pastores’. ¿A qué se debe y qué aprendizaje puede extraer el público de sus historias?
Me parece que reflejamos algo que está en el ambiente social y su relato, que es el tema de la despoblación en Asturias. Ya cuando rodamos mi anterior largometraje buscábamos un pueblo que estuviese completamente abandonado. Películas como ‘Alcarras’ o ‘As Bestas’… Son directores que tienen un interés por descubrir ese mundo que a mí me parece apasionante. Ya hemos visto cómo se trataba tema del campo en el cine español antiguamente con Paco Martínez Soria y demás, muy estereotipado. Ahora creo que hay un sentimiento de orgullo, a mí me ocurre con Fernando y con Manolo y la gente que los conoce de verdad también lo siente, son un ejemplo. Reivindicamos esa parte rural que todos llevamos porque todos hemos tenido un antepasado o abuelo, tío hermano, que se ha dedicado al campo. Y fuera de lo cinematográfico, lo rural parece estar de moda. Ya lo vemos con el turismo en nuestra propia región.