Donde antes había un piso dedicado al alquiler a largo plazo ahora hay un piso dedicado al turismo de corta estancia, para que esto suceda en la mayoría de los casos se ha tenido que expulsar a los inquilinos
Como buena xixonesa muchos de mis recuerdos veraniegos están relacionados con la Feria de Muestras. Y es que la Feria era un asunto muy serio cuando yo era pequeña, muchas compras importantes, en una época sin Ikea ni Amazon, se decidían y se pactaban esos días: reformas del hogar de todo tipo, muebles, coches… Aunque sinceramente la Feria para mi era otra cosa: un paseo interminable con mis abuelos recompensado con un bocata de calamares y un botellín de zumo espumoso Mayador. Pero más allá de la fascinación que toda la chiquillada sentía por el muñeco gigante del humilde mayador que se suponía que había inventado la sidra y que se había convertido en una de las señas principales de toda la Feria, lo que realmente me fascinaba a mi eran las casas prefabricadas. Aquellas cabañitas de exposición que te dejaban visitar por dentro despertaban en mi todo tipo de sueños y fantasías. ¿Quién querría vivir en un aburrido piso cuando podía montar su cabaña en cualquier lado y vivir como Heidi o los Robinsones suizos? Todos los años insistía en que me llevaran a ver aquellas casitas prefabricadas deseando que mis abuelos o mis padres se contagiaran de mi entusiasmo y se decidieran por fin a abandonar sus vidas en pisos cerrados y aburridos para comprar una cabañita de madera e irnos todos a vivir… pues ahí ya me paraba, no tenía muy claro exactamente dónde podríamos colocar la cabaña de mis sueños aventureros, tal vez en mitad del Parque Isabel la Católica y así solo tendría que abrir la puerta de mi nuevo hogar e ir directa a jugar a los columpios, por no hablar de que me haría amiga de todos los patos del parque.
Tardé muchos años en entender por qué mis abuelos no compartían mi entusiasmo por las casitas de madera prefabricadas y preferían vivir en sus pequeños pisos de Pumarín, con su baño, su electricidad y sus paredes construidas con robustos ladrillos. Ellos y ellas, tanto en Asturies como en Castilla, ya habían tenido sus experiencias de vivir en casitas construidas de forma precaria, así que ahora moraban en sus humildes pero sólidos pisos de forma confortable y muy orgullosos de haber podido darles a sus hijos un hogar más cálido, cómodo y seguro del que ellos tuvieron en su infancia. Pero no todo el mundo fue tan afortunado, cuando Xixón todavía era una ciudad gris y obrera, y no una ciudad gris y turística, todavía existían poblados chabolistas. Muchas personas que habían llegado a esta ciudad, mayoritariamente de etnia gitana pero no exclusivamente, se encontraron con una ciudad que les dio la espalda -por puro racismo e ignorancia en muchos casos- y tuvieron que construir sus vidas de forma precaria, insalubre e insegura. No estoy hablando de un pasado lejano, el poblado chabolista de La Cábila, en el barrio de El Llano, existió hasta 1990, por lo que aún quedan muchos y muchas para recordarlo. Los planes para erradicar el chabolismo en los que muchas ciudades se embarcaron en los años ochenta y noventa fueron, con todos los peros que les podamos poner -esa obsesión por el feismo a la hora de diseñar pisos protegidos, la tendencia a crear guetos y el rechazo y la intolerancia de algunos vecinos-, un bonito síntoma de buena salud ciudadana, pues se rigieron por el principio de que nadie sobra en nuestras ciudades y de que todo el mundo tiene derecho a tener un hogar y -por ende- a una vida digna y salubre.
Sería, sin embargo, ingenuo y ciego por mi parte negar que en España se ha abolido el chabolismo. Por todo el país se multiplican hoy en día los poblados de chabolas, en ellos se condena a vivir a miles de personas, en la Cañada Real en Madrid o en los cientos de asentamientos precarios donde se obliga a vivir a las personas migrantes que trabajan en el campo y donde el racismo y la aporofobia trabajan mano a mano para explotar cuerpos que no queremos tener cerca de nuestras casas pero sí de nuestros campos. Y ahora un nuevo fenómeno chabolista comienza a asomar alimentado por la burbuja de los pisos turísticos y la falta de regulación. El caso más extremo lo hemos visto estos días tras el desalojo de Can Rova, en Ibiza, donde 300 personas que alquilaban parcelas a precios desproporcionados a un explotador fueron brutalmente desahuciados por la policía a finales de este mes de julio.
Hace una semana se hizo público el mapa de los pisos turísticos en Xixón, y como el sarampión, nuestros barrios, con alguna excepción en las zonas más pudientes, se han visto invadidos de puntos rojos. Donde antes había un piso dedicado al alquiler a largo plazo ahora hay un piso dedicado al turismo de corta estancia, para que esto suceda en la mayoría de los casos se ha tenido que expulsar a los inquilinos. La misma avaricia, la misma indiferencia hacia el bien común -como si nuestros actos no tuvieran repercusiones sociales y en la vida de los demás-, el mismo miedo a perder la ola, a parecer un pringado, que alimentó otras burbujas: la de las hipotecas, las criptomonedas, los sellos, las acciones en telefonía… está detrás de esta invasión de pisos turísticos que se expanden como el moho por nuestra ciudad y que amenaza con envenenarnos.
El monocultivo del turismo como industria expulsa a los vecinos de sus casas y sus barrios, sustituye el pequeño comercio de proximidad por franquicias, hostelería y cadenas de supermercados; la ciudad está sucia, abarrotada, ruidosa y desbordada, y todo esto para que Xixón acabe siendo un calco del resto de ciudades turísticas, una cáscara vaciada de toda personalidad. De la explotación hasta el agotamiento de nuestras ciudades son(mos) tan (i)responsables la clase política y las instituciones como muchos de nuestros vecinos y vecinas; cuando la burbuja explote, que explotará como todas las anteriores, las consecuencias serán padecidas por toda la ciudadanía de Xixón, pues el turismo depredador es un modelo condenado al fracaso a largo plazo que dejará a esta ciudad agotada, explotada, vacía y arruinada. Desde otros lugares -especialmente Canarias y Baleares- ya nos están advirtiendo de lo que se nos viene encima: ciudades en las que los trabajadores del turismo, el personal sanitario, el profesorado o los empleados municipales no tienen dónde vivir y se ven obligados a alquilar trailers y caravanas, en muchas ocasiones de forma ilegal como en el caso de Can Rovira, a precios desorbitados a estafadores sin escrúpulos, o a renunciar a sus plazas precarizando aun más los servicios públicos de estos lugares, en un círculo vicioso e interminable de especulación de un bien de primera necesidad -la vivienda- y de monocultivo de la industria del turismo. A ver si al final lo de vivir en una casita prefabricada en el Parque Isabel la Católica o en los Pericones en vez de una fantasía infantil se va a convertir en una pesadilla.