
Los abandonados muros de piedra volvieron a rozarse con vida humana gracias a esos premios que en octubre convierten Oviedo y Asturias en un cuento de hadas, princesas y banqueros
Me hablaron de las pasiones de Murakami hace ya unas cuantas lunas. Cuentan que respirando soledad pasa las horas, llenando cuartillas de historias extraordinarias, corriendo desde bien temprano, escuchando música, acariciando a sus gatos. Qué afortunados son esos felinos, seguro que el calor y los mimos guían sus venturosos bostezos.
La pasada semana interrumpió mi plácido sueño un ruido molesto y pertinaz, procedía de unos generadores que aportaban luz a las letras de neón instaladas en Tabacalera con el nombre del escritor Haruki Murakami. Los abandonados muros de piedra volvieron a rozarse con vida humana gracias a esos premios que en octubre convierten Oviedo y Asturias en un cuento de hadas, princesas y banqueros. No pude dormitar en mi alfeizar favorito, el que roba los mejores destellos de Lorenzo, o en el antiguo secadero de tabaco. Cantaba Leticia Baselgas, sonaba jazz y eran muchos los artistas adoradores del célebre japonés y unos pocos los mortales que parecían disfrutar con las propuestas expuestas, mostradas, recitadas, colgadas…

Ver a unos mininos dichosos, robóticos y enormes fue un momento inquietante. Alzando y bajando la zarpa sin cazar ni a una mosca. Menos mal que recogieron pronto el show, cesando las celebraciones del laurel, hasta se llevaron el Saab 900 turbo. Lástima, su motor prometía una buena madriguera y qué decir de sus confortables asientos. En las dos últimas madrugadas regresaron con tiento mis peludos camaradas para marcar otra vez rincones del antiguo convento con el perdido aroma de picaduras y farias. Olvidadas las alaracas de estos inocentes humanos que todavía creen en un futuro feliz. El mismo Murakami advirtió de manera insoslayable en alguna de sus publicadas cuartillas: «En este mundo existe un tipo de tristeza que no te permite verter lágrimas. Esa tristeza va acumulándose en silencio en tu corazón como la nieve en una noche sin viento».
Siguen sin digerir tristezas y desesperanzas esos absurdos homínidos. Nosotros apostamos por la quietud, por el paso del tiempo con parsimonia; aceptando gracia y desgracia sin sobresaltos. Alargando la siesta hasta la puesta de sol. Ayer mismo llegó a nuestra guarida una página volandera de un periódico que prometía un centro social y cultural en este hogar. No dejó de sonreír mi compañera nocturna. Una siamesa guapa que le canta a la luna mientras se eriza a mi vera. Yo mismo también sonreí confiado. Hoy seguiré ronroneando hasta las tantas y me voy a lamer sin prisas. Mi caja de arena es Tabacalera entera. Y es que soy un gato con suerte.