«El Ayuntamiento, por si fuera poco, promete que El Coto no pagará los platos rotos del Muro al tiempo que han sufrido un retraso imperdonable en el arreglo de la calle Calderón de la Barca»
(Fotos: A. Damián Fernández)
Una persona sin palabra no vale nada. Es un valor esencial, el último baluarte de la honradez y la mejor defensa que tenemos para ir con la cabeza erguida en un mundo hostil y difícil. Las palabras de Fito Cabrales, «no es porque digas la verdad, es porque nunca me has mentido», cobran especial relevancia estos días en Gijón. Y no es porque la canción del vasco haya servido de ejemplo a la cuadrilla que hoy toma decisiones en el consistorio de nuestra maltratada ciudad.
Hoy no voy a hablaros de joyas verdes como el Botánico, ni de un rincón de mi niñez como es el parque Isabel la Católica. Gijón es mucho más que los lugares protagonistas de las guías turísticas que adornan las postales. Gijón son los barrios, es su gente. Y hoy toca hablar de El Coto y del trato indigno que el concejal de Movilidad, su subordinado de Obras -el señor Ron – y alcaldesa dedican a sus vecinos.
Todo empieza con algo sencillo, una buena noticia para el barrio: la calle Calderón de la Barca, más parecida a un camino de cabras que a una calle, va a ser reparada. La calzada de esa calle está aún hoy llena de baches y socavones, con las baldosas de las aceras en un estado lamentable y las malas hierbas asomando en cada junta. Costó un mundo, mucho trabajo vecinal y la buena voluntad de una oposición que aprobó una reforma del presupuesto prorrogado porque, como todos sabéis, la alcaldesa decidió este año no presentar cuentas. Una decisión llena de polvo que, sin duda, nos está dejando buenos barrizales.
Pero las buenas noticias acaban en el momento en el que se aprueba la modificación presupuestaria. Porque a partir de entonces todo se tuerce. Por poneros en contexto, el concejal-Emperador Manuel Aurelio se reúne con los vecinos para prometer esa reparación en enero y pone su palabra en juego cuando se compromete a no tomar ninguna decisión sin el consenso del barrio. También promete volver quince días después para seguir informando a los vecinos. De esa visita nunca más se supo. Ni está ni se le espera. Sin embargo, poco después dio comienzo la cascada de decisiones unilaterales tomadas desde la Plaza Mayor.
De una reparación que debiera ser sencilla pasamos al destrozo y desmontaje del barrio con ese discurso medioambiental del que se cree que salva el mundo por conducir un híbrido. Porque mientras el programa de recuperación de barrios habla de la reparación de la plaza de la República, el ayuntamiento filtra a los periódicos la construcción de ecomanzanas que convertirán en peatonal las calles en el interior del perímetro de Calderón de la Barca, General Suárez Valdés, Avelino González Mallada y Leopoldo Alas. Un concepto, el de ecomanzanas, que ni vecinos ni oposición tienen muy claro qué actuaciones exigen.
Tampoco ayuda que, mientras la alcaldesa dice un día que la Avenida de la Costa es capaz de absorber el tráfico del Muro, los vecinos se tengan que enterar al día siguiente por la prensa que se va a desdoblar un carril de la Avenida de Castilla para desviar el tráfico hacia el centro por la calle Balmes. Actuación que se verá acompañada de la eliminación de un carril de bajada en la calle General Suárez Valdés que se convertirá, de esta forma, de subida.
El ayuntamiento, por si fuera poco, promete que el barrio no pagará los platos rotos del Muro al tiempo que han sufrido un retraso imperdonable en el arreglo de la calle Calderón de la Barca porque el dinero que estaba destinado a ello se invirtió en pintar el cascayu. Y como a quien le toca una macabra lotería, comienza el concejal de Movilidad a insinuar en comisión que el primer barrio que sufrirá la zona residencial de aparcamiento, la de color naranja, será El Coto.
En este ayuntamiento la mentira y las promesas rotas son valores al alza. Y los vecinos se cansan hasta el punto que la Asociación de Vecinos de El Coto ha roto relaciones con el concejal-Emperador. Una decisión que se antoja tan extrema como necesaria cuando alguien promete consenso y paga con abandono. Y es que un Ayuntamiento sin palabra, no vale nada.
No tienen ni palabra ,ni ética ni conocimientos suficientes para estar en el cargo. Prepotencia y palabrería les sobra a raudales