«Desde hace tiempo pienso que los músicos (esos extraños seres masoquistas) nos hemos convertido en carne de mercado, monigotes de una industria que nos exprime y que nos utiliza cuando le conviene, y que nos tira a la basura cuando ya estamos consumidos»
«Hay una fea costumbre generalizada de creer que el artista vive sin dinero y que por lo tanto no es necesario pagarle. Hay también la costumbre de llamarle para proponerle cosas en las que no va a cobrar nada, cuando todos los demás de la cadena de producción de ese proyecto cobrarán». (Ouka Leele. Extracto del texto «En qué consiste mi trabajo» incluido en el libro «Pedimos la palabra», editado en el 2017 por JAM Junta de Autores de Música, donde 100 profesionales de la cultura cuentan sus experiencias).
A colación de estas palabras de la recientemente desaparecida fotógrafa Ouka Leele les digo: ¡que razón tenía!. En el ámbito musical pocas veces se habla con honestidad del tratamiento que se les da a las personas que se dedican profesionalmente al espectro cultural. Cierto es que hay una especie de mano negra o leyenda urbana que revolotea sobre el concepto de lo que supone ser artista y las ideas asociadas a cómo debe ser, pensar, sentir y vivir una persona dedicada al mundo de las artes.
Seguro que si algún/a colega del sector me lee sabe de lo que estoy escribiendo. Los músicos no somos trabajadores al uso. Somos gente que se divierte y que además se da el lujo de cobrar por ello. Más de una vez he tenido que responder a preguntas personales del tipo: “¿Pero tú de que trabajas aparte de cantar?«, «¿No te has planteado cantar otro género?» o «¿Por qué cantas tradicional siendo tan joven?»
También son muy comunes las preguntas de la beneficencia o los comentarios de ayúdame y te habré ayudado del tipo: “¿Te apetece colaborar –gratis– con este festival? Cantas dos canciones y te invitamos a cenar», «No sé cómo no te animas, te sirve para promocionarte» o «¡Uy!, por lo que tú me cobras contrato a ocho mariachis”.
Y así una larga coletilla de ejemplos en una colección de despropósitos que convierten el oficio musical en una odisea de contención emocional, y en un derroche de paciencia ante tanta mala educación. O quizá tan poco respeto a la cultura en general.
En nuestro vecino país (Francia), los músicos están asegurados por el Estado en función a su rendimiento laboral y tienen un circuito musical específico en función al género que dominan. Similar situación tienen en Irlanda o Países Bajos donde los músicos son considerados parte del patrimonio incontestable del ente cultural, que también está presente en las escuelas desde muy temprana edad. (Han superado lo de tocar la flauta dulce en clase de música, los niños y niñas dominan instrumentos como la batería o la guitarra eléctrica).
Sin embargo, en España, y muy a mi/nuestro pesar un tercio de los músicos trabaja sin contrato, con actuaciones pagadas a menos de 200 euros y tiene que compatibilizar con varias formaciones su agenda para poder llegar a tener un sueldo mínimamente digno. No nos olvidemos que los músicos autónomos tienen que afrontar la cuota mensual trabajen o no. Sin vacaciones y sin pagas extra.
Desde hace tiempo pienso que los músicos (esos extraños seres masoquistas) nos hemos convertido en carne de mercado, monigotes de una industria que nos exprime y que nos utiliza cuando le conviene, y que nos tira a la basura cuando ya estamos consumidos.
De pequeña me tocó criar gochos, unos eran más pequeños que otros, cada uno con su peculiaridad, lozanos, rositas, adorables, achuchables, fotografiables, divertidos. Después de nueve meses de crianza y forraje tocaba llevarlos al tratante para venderlos y sacar tajada. Aquel tratante no distinguía entre unos y otros, sólo valían por lo que pesaban. Algo parecido a esos gochinos les pasa a los músicos en la actualidad. Estudian, trabajan, desarrollan su talento y su creatividad, se apasionan con las musas…y llega el tratante carente de escrúpulos y dice: “descarga el camión, toca hasta las cinco de la madrugada y mañana ya hablamos de perres”.
Esa fea costumbre.