No soportamos que se contradiga lo que hemos creado o lo que otros han hecho y estamos de acuerdo con ello. Es superior a nosotros; una afrenta… un deshonor
Sí, somos la generación de cristal.
Y no, no me refiero a los millennials, Z o cualquier otra anterior o posterior a estas; sino a la generación actual de la humanidad (los que poblamos la Tierra ahora mismo, en su conjunto) y, para concretar un poco más, todos los que vivimos en el supuesto primer mundo.
Dícese de «Generación de Cristal» a aquella que caracteriza a las personas por su mayor sensibilidad emocional, preocupación por causas sociales y una fuerte influencia de la tecnología y redes sociales, lo que a menudo los hace percibidos como frágiles ante las críticas o la adversidad.
Esta definición, referenciada más a ese grupo de mediados de los 90 y la década de 2010, describe a la perfección lo que está sucediendo a nivel general cada vez que nos critican o criticamos algo o a alguien.
Es indiscutible que soportamos peor, y yo me incluyo, por supuesto, el recibir críticas negativas (aunque sean constructivas) y buscamos la manera de justificar nuestros errores con o sin ayuda de otros que estén de acuerdo con nosotros.
Voy a extrapolar este pensamiento tan general al mundo literario. Yo soy un gran lector y me gusta publicar mis opiniones en las redes acerca de cuánto me ha gustado o no una novela (la trama, la calidad narrativa…). Normalmente doy con buenas obras, pero a veces cae en mis manos alguna, de escritores más noveles, que tiene ciertos fallos, y me gusta resaltarlos, si estos son muy repetitivos, para que se tengan en cuenta y el autor se replantee si el texto debe de ser de nuevo revisado. Hasta aquí todo bien: yo, un lector cualquiera, doy una opinión; algo más negativa que seguramente otras decenas que ha recibido y con críticas que quizá nadie le haya planteado todavía, pero constructiva. El cristal empieza a resquebrajarse y no solo el del autor, sino que impacta en los lectores (seguramente gente más cercana al escritor) que no aceptan una opción que vaya en contra de la obra. Es inviable. Es ataque contra toda moralidad.
Y es aquí, en este momento, cuando el cristal se rompe, la indignación crece, y muchos se toman la molestia de escribir parrafadas (todo muy cordial, eso sí, y tratándote de usted) justificando por qué tú estás equivocadísimo y ellos no.
Aquí entramos en el campo de la libertad de expresión, tres palabras que nos escudan ante todo y nos permiten poner a caldo a alguien y quedarnos tan a gusto; aunque estemos hiriendo los sentimientos de alguien, no importa, su perfil en redes es público y tenemos derecho a decirle lo que nos plazca. No soportamos que se contradiga lo que hemos creado o lo que otros han hecho y estamos de acuerdo con ello. Es superior a nosotros; una afrenta… un deshonor.
No estaría escribiendo estas palabras si no me hubiera pasado esto recientemente (que me perdone Gabriel García Márquez por utilizar varios complementos de modo, ya me adelanto) y por primera vez. Pero creo que muchos os podéis ver reflejados, no tanto en el ámbito literario y sí en cualquier situación de la vida diaria. ¡Pensad! Seguro que se os ocurre algo que hayan hecho o que hayáis hecho vosotros sin daros cuenta; indignados… rotos por dentro.
Y ustedes me dirán: «Hombre, seguro que a ti también te sientan mal las críticas negativas».
¡Por supuesto! ¡Yo también soy de cristal y muy frágil a veces! Tanto, que estoy escribiendo este artículo de opinión para quedarme tan a gusto gracias a mi libertad de expresión.