
«Brillan, por su ausencia, debates de ciudad en donde no estén presentes únicamente aquellos que aplauden a dos manos»

Arranca el período estival en la villa gijonesa con fuerza -me refiero al calorcillo que, por fin, hemos empezado a tener esta semana-, y no sé muy bien si, a raíz de este calor, o de que empieza la segunda parte del mandato 2023-2027, nuestro Gobierno municipal ha empezado a hablar de “la ciudad que quiere” para los próximos años. Ha empezado a hablar de su ciudad.
Comprobar esto es cosa fácil. Basta con tirar de la hemeroteca más reciente, o echar un vistazo a multitud de actos en los que pretenden persuadirnos de aquello de que ‘Gijón lidera’, y todas estas cosas de primero de marketing cutre. Pero, entre todo ese marketing de retales y de medias verdades, se deja ver con claridad meridiana la ciudad que quieren tener. Empezando por ver quiénes son los llamados a compartir mesa y mantel con nuestros gobernantes, siempre rodeados de la FADE, OTEA o de la Confederación Asturiana de la Construcción. Actores que rodean “al poder” para ayudar a definir la ciudad que quieren. Que, con estos actores -y otros similares- por delante, siempre es la misma. Una ciudad en la que las terrazas ocupan todos los espacios públicos; los eventos se multiplican por mil, pero siempre organizados y controlados por los mismos; en donde las viviendas de uso turístico no tienen freno alguno; las actividades culturales brillan por su ausencia o, si existen, tienen siempre un punto de consumo de algo que no sea únicamente disfrutar de la ciudad (que debería ser suficiente, porque la ciudad tiene mucho que ofrecer). Porque, esa es otra, no hay un planteamiento turístico por parte del Ayuntamiento para esta ciudad que no conlleve disfrutar de Gijón por lo que es, sino por lo que puedes consumir. Porque de eso se trata su ciudad, de un espacio de tránsito y de consumo.
¿Y qué os voy a decir del urbanismo? La fiebre que está llevándose por delante el patrimonio arquitectónico de la ciudad, para levantar horteradas destinadas a segundas, terceras o cuartas residencias, es devastadora. No parece tener freno. Muchos gijoneses y gijonesas no encuentran pisos para comprar mínimamente dignos, o siquiera pisos de alquiler -sí puedes encontrarte con pisos elite en El Arbeyal que, los más pequeños, no bajan de 350.000 euros, y de ahí, para arriba-. Mientras esto sucede, en esas charlas, anuncios y demás escenificaciones de clasismo ‘hortera de bolera’, el Ayuntamiento de Gijón solo se rodea de quienes palmean este nuevo Benidorm del norte. Brillan por su ausencia debates de ciudad en donde no estén presentes únicamente aquellos que aplauden a dos manos que la ciudad colapse por carecer de planteamientos de movilidad propios de nuestra época, y no de los años 60 del siglo pasado. Corren ríos de tinta, cómplices, que dibujan una ciudad en la que el toreo parece que preocupe más que el deporte base, o el 11×12, o que abrazan las afirmaciones de que el ocio de Gijón debe girar en torno a casetas que invaden espacios públicos. Eso, por no hablar de ‘grandes’ proyectos como el ‘solarón’, que parece que, después de muchas idas y venidas -bueno, más bien idas-, ahora va a acabar con pisos a esgaya. Hasta eso podría ser discutible, si fuera vivienda accesible para la mayor parte de las rentas, pero sabemos perfectamente que ese suelo público no va a destinarse a construir viviendas públicas. Fijaos que están las tres Administraciones implicadas, fijaos también que unas y otras suelen salir diciendo que sí, que hay que hacer vivienda pública, pero ni por un momento se les pasará por la cabeza hacerlas en ese entorno. Ya que dicen que tienen que construir, pues al menos que construyan algo que sea digno y accesible a las personas que viven y usan la ciudad.
Pero… En SU ciudad, en la ciudad de quienes rigen los designios gijoneses, las zonas verdes no son grandes parques con árboles, son sólo jardines de chalets; los espacios públicos, únicamente aceras, y lo de hacer la ciudad más habitable y más amable para los que verdaderamente la disfrutamos no es un plus, es un inconveniente con el que tienen que lidiar (desgraciadamente, nunca mejor dicho) para alcanzar su modelo de ciudad. Una ciudad para que la gente llegue en su coche (sin estaciones públicas, ni de autobuses, ni de trenes), aparque en un espacio privado (pagando), o bien en un espacio público -haciendo, de paso, que esas calles sean invisibles-, vaya a una casa en la que permanece un par de semanas, o un mes, o dos, pasee por el centro, lo vea todo ‘limpio’, tome algo, coma algo, no se haga muchas más preguntas y listo.
Esa es su ciudad, el Gijón en el que están trabajando a tres turnos, el que expulsa a todo aquel que no sea capaz de fundirse con el metacrilato de los recrecidos, o con el café del Starbucks.
¿Es esta realmente la ciudad que quiere la mayoría?