El mayor proyecto cultural de la ciudad acumula plazos, millones e incoherencias en el relato político

El futuro de Tabacalera, en Cimavilla, se ha convertido en uno de los proyectos culturales más ambiciosos y prolongados de Gijón. Pero también en un terreno donde los discursos políticos han cambiado en función del momento. La alcaldesa Carmen Moriyón, principal rostro asociado a esta iniciativa desde 2012, ha defendido visiones distintas del edificio a lo largo de los años, dejando un rastro de incoherencias que marcan el debate público.
En 2012, durante su primer mandato, Moriyón presentó el proyecto técnico en dos fases —rehabilitación y ampliación—, insistiendo en la responsabilidad institucional y en el cumplimiento de plazos. En aquel momento, el mensaje era estrictamente administrativo.
Cuatro años después, en 2016, en una visita a las obras de consolidación, situó Tabacalera como una “oportunidad única” para dinamizar Cimavilla, apostando por la participación ciudadana para definir sus usos. Apenas un año más tarde, en junio de 2017, se produjo un cambio notable: Moriyón descartó que el edificio fuese un museo de bellas artes y lo presentó como un espacio sociocultural y multifuncional, con un modelo alejado de la musealización clásica.
Ese planteamiento se mantuvo hasta la campaña electoral de 2023, cuando la candidata de Foro Asturias defendió un proyecto completamente distinto: un centro de arte internacional con espacios museísticos ambiciosos. Lo que seis años antes se había rechazado expresamente, se convirtió entonces en la propuesta estrella para situar a Gijón en el mapa cultural europeo.
La etapa socialista (2019–2023): un modelo incumplido
En las elecciones municipales de 2019, el PSOE recuperó la alcaldía de Gijón y situó a Ana González como regidora. Su equipo quiso imprimir a Tabacalera un rumbo claro: en octubre de 2020, el concejal de Cultura, Alberto Ferrao, presentó un plan de usos centrado en el arte contemporáneo, con una inversión prevista de unos 20 millones de euros. El proyecto incluía la pinacoteca municipal, residencias de artistas, festivales y nuevos espacios anexos al edificio histórico.
Ese plan, denominado oficialmente Tabacalera, Espacio de Cultura Contemporánea (TECC), concebía el edificio como el gran nodo cultural de la ciudad. El documento apostaba por combinar memoria histórica y cultura contemporánea: un sótano convertido en pinacoteca visitable, un espacio expositivo sobre la historia de Gijón, un área escénica en la antigua iglesia barroca, residencias de creación, una zona joven ligada a la cultura digital, locales de ensayo y oficinas para la gestión cultural. Además, se proyectaban dos edificios de nueva planta con una sala de usos múltiples de 400 plazas, sede de festivales como el FICX o FETÉN, así como una cafetería y un espacio musical con estudios de grabación. La propuesta incluía también ejes estratégicos centrados en la innovación social, la participación ciudadana, la captación de públicos jóvenes y la conexión de Gijón con redes culturales internacionales.
Ese mismo año, el gobierno socialista aprobó formalmente el plan de usos de Tabacalera, comprometiéndose a abrir sus puertas en 2023. El PSOE apostó por un modelo estable, ligado a la creación contemporánea y con una vocación definida desde el inicio.
Sin embargo, la realidad se impuso: la complejidad administrativa, la magnitud de la inversión y los retrasos en los plazos hicieron que los socialistas incumplieran su promesa. Tabacalera no abrió en 2023 y el proyecto volvió a convertirse en materia de debate político en plena campaña electoral.
El regreso de Moriyón y los nuevos plazos
En 2024, de nuevo en la alcaldía, Carmen Moriyón aseguró que las obras terminarían en 2027 y que su equipo ya trabajaba en los contenidos. Pero la licitación aprobada recientemente, con más de 22 millones de euros de inversión, prevé un calendario más amplio: el nuevo edificio Piñole estaría listo en 2027, mientras que el conjunto completo de Tabacalera no concluiría hasta 2029. Moriyón ha pasado de descartar el modelo museístico a convertirlo en su gran apuesta electoral, de prometer 2027 como fecha final a reconocer ahora que esa será solo una primera fase.
Las incoherencias acumuladas —cambios de rumbo en los usos, plazos anunciados que luego se corrigen y una atribución discutible de méritos históricos— convierten a Tabacalera en un proyecto cultural cargado de expectativas, pero también en un espejo de las tensiones políticas de la ciudad. El resultado es un edificio que avanza a golpe de licitación y disputa partidista. La incógnita es si, cuando finalmente abra sus puertas, pesará más el logro cultural o la larga secuencia de promesas incumplidas y giros narrativos que han acompañado a Tabacalera durante más de una década.