La inversión en Tabacalera, tal y como se ha planteado, es meter dinero en una caja grande, grande y cara, de espaldas al barrio que da sentido al propio edificio
![](https://migijon.com/wp-content/uploads/2024/07/image-68-1280x722.png)
Esta semana toca darle una vueltina a lo que pasa con Tabacalera. Pero antes, y como siempre, un poco de contexto, histórico y político.
En cuanto a historia, el edificio tiene mucha. Terminado de construir entre 1679 y 1680 como convento de la hermandad de las Agustinas Recoletas, fue desamortizado y transformado en una fábrica de tabacos a partir de 1842 y hasta el año 2002, cuando su propiedad fue traspasada al Ayuntamiento de Gijón. Previamente a su construcción, y según diversos hallazgos arqueológicos, este edificio (mejor su dicho, su emplazamiento) parece que tiene más pasado todavía que el derivado de su construcción. En sí mismo el edificio y su ubicación forman parte indisoluble del devenir de Gijón como asentamiento urbano. Eso en cuanto al apunte histórico. Respecto al político, desde inicios del siglo XXI, lleva dándose vueltas a qué hacer con él. Más de 20 años de análisis, infografías y anuncios, que ahora han llegado al último paso – o no – que es el anunciado por el actual Gobierno de Foro y del PP, y que se traduce en un desarrollo total de seis espacios de, según se afirma, usos independientes. Tres espacios ya existentes (lo que conforma el conjunto histórico): el edificio histórico (el grande y más visible), la iglesia y la antigua vicaría. Y tres nuevos espacios construidos bajo un gran conjunto común de cemento: uno de usos de restauración (con la falta que hacía en esta ciudad una terraza y un bar más), otro de usos administrativos y el nuevo conjunto para el Museo de Nicanor Piñole. Entre medias de los edificios históricos y el nuevo conjunto común de cemento se emplazarán zonas verdes.
Respecto al uso que tendrán, más allá de la nueva ubicación para el Museo Nicanor Piñole, el traslado de oficinas e instalaciones del área de Cultura del Ayuntamiento, poner un negocio de hostelería y que habrá una especie de anfiteatro como de 400 plazas; se intuye que la gran idea es un gran espacio museístico, como ya anunció Foro durante la campaña electoral. Un espacio museístico donde exponer las obras que andan desperdigadas, o en almacenes propiedad del Ayuntamiento de Gijón y, sobre todo, para poder traer grandes exposiciones de mecenas asturianos o similares.
Todo esto se llamará Centro de Arte Tabacalera Gijón/Xixón y requerirá de una inversión, para verlo finalizado, de la friolera de 21 millones de euros.
Hasta aquí el contexto.
Seguro que algún avispado lector ha percibido el detalle de que del barrio que alberga todo esto, Cimavilla, se habla poco o, mejor dicho, nada. Cimavilla, el barrio con más historia de la ciudad – con más historia que la propia Tabacalera – se presta a ver, y a conocer (en el mejor de los casos desde afuera) cómo, lo que pretende ser un gran icono turístico se ubica en su epicentro sin que nada cambie. Una inversión que, si nos la creyésemos, (y perdónenme que dude mucho que esto salga adelante y menos aún en los plazos mencionados), va dirigida, en exclusiva, a traer y atraer turistas. Y eso, que por defecto no es mal, sí puede serlo en un entorno que ya está abrasado por la presión turística.
Eso por un lado, pero por otro tenemos lo que vale la palabra en política, que parece que es poco o nada, si tomamos como referencia Cimavilla y Tabacalera. Conviene recordar, porque parece que se olvida, que el barrio de Cimavilla ya sometió a un profuso y popular debate el futuro de lo que el barrio proponía para Tabacalera. Pero no se hizo porque sí, sino porque formaba parte de una línea de trabajo del gobierno municipal de 2017, el de Carmen Moriyón, que en aquel entonces fue considerada por dicho gobierno como una iniciativa pionera.
Las conclusiones de aquel gran proceso participativo se llevaron a un Plan de Usos que aun hoy en día os podéis descargar simplemente googleando su nombre. Y en él figuran justamente los objetivos contrarios a lo que ahora se pretende. En primer lugar, el concepto clásico de “Museo” era el aspecto que menos valor tenía y es justamente este aspecto el que mayor peso va a tener en el “nuevo” enfoque. Se hablaba, en ese documento, de creación artística, de industria cultural, mientras que Foro ahora habla de colecciones de grandes fortunas. Y, por último, se hablaba en ese Plan de Usos de 2017, y también en los procesos participativos que ha organizado el barrio durante los primeros meses de 2024, de la necesidad de que el barrio cuente con un espacio público municipal de usos comunitarios y que Tabacalera es el recinto ideal para ello (aunque a Foro y al PP esto no parece importarles).
Vamos, que Cimavilla y sus vecinos van a ver cómo se invierte en un edificio para que venga gente, y no para que la gente que vive en el barrio, que da sentido a todo el edificio, vea cómo se mejoran algunos aspectos de su día a día.
Que la inversión en Tabacalera, tal y como se ha planteado, es meter dinero en una caja grande, grande y cara, de espaldas al barrio que da sentido al propio edificio.
Y es que, el edificio de Tabacalera tiene valor en sí mismo por su emplazamiento: si estuviera ubicado en mitad de la nada o en un entorno que no potenciara su significación histórica, valdría entre nada y cero, o quizá se hubiera derribado ya. Pero es más, seguramente, sino hubiera estado en un barrio tan insistente y peleón con preservar sus valores, nunca hubiéramos llegado a esto.
Me temo que el breve trayecto que hay desde el Ayuntamiento hasta Tabacalera no ha servido aún para que nuestros representantes públicos asuman que la realidad del barrio es que allí vive gente, mas allá de los negocios hosteleros, las VUT, los futuros hoteles de lujo y los Museos. Y el día que esto deje de ser así, Cimavilla no será nada más que un decorado para paseantes aburridos.
Que será muy guapo ver cómo vienen cientos de personas (nadie sabe cómo llegarán ni dónde aparcarán) a ver un Picasso en una sala grade y blanca, pero eso no sirve de nada ni hace ciudad, solo acentúa más la necesidad provinciana de querer parecerse a las “grandes” ciudades, en vez de explorar lo propio. Y que, además, esta obra conllevará un proceso de gentrificación aun mayor en Cimavilla, por no hablar de la presión y exclusión que se ejercerá sobre la capacidad de fijar una residencia habitual en el barrio.
Que este proyecto, lejos de ser moderno, es más bien lo contrario, parece el sueño húmedo de un galerista de los años ochenta, no de la explosión artística que existe en 2024, o de la necesidad de unir los caminos entre los espacios que existen para albergar la Cultura y todo el entorno, las circunstancias y las gentes que les rodean, empezando por lo cercano, empezando por Cimavilla.
En la tónica habitual de que «no falte la demagogia».
Hay que buscar soluciones a los problemas vecinales de Cimavilla, obligatorio. Pero no se puede desperdiciar la ocasión de dar a este gran edificio un uso que trasciende en mucho al barrio, que es de todo Gijón, como el Palacio de San Andrés de Cornellana, o los depósitos de Roces. Eso lo sabe el articulista de sobra. Por otra parte, implícitamente, no reconoce una realidad que justifica en gran parte este proyecto, que es, de una vez, resolver la necesidad de dignificar y visibilizar las importantes colecciones municipales que superan en mucho la capacidad de la Casa Natal de Jovellanos. De eso no dice nada.
Y renegar de que Gijón pueda tener exposiciones de grandes colecciones privadas, para mi demuestra, cierto sectarismo ideológico. O, lo que sería el colmo, «puro postureo». O estaré yo equivocado al respecto, pero sospecho que no.