«En la historia del miércoles nuestras Espartacas salen victoriosas gracias al pueblo«
La noche del miércoles (y no por ganas si no por morbo) estuve visionando el Benidorm Fest que tanto debate está generando, y es que lo interesante del festival este año no está siendo precisamente el nivel artístico, si no más bien una lucha de titanes entre lo genuino/puro/esencial versus modelos estereotipados/ comerciales/eurovisibles según se precie en criterio repetido año tras año. Y todo ese despliegue para encontrar la canción perfecta para representarnos o llevarnos al absurdo un año más en el Festival de Eurovisión.
Es indiscutible que las Tanxugueiras son el perfecto ejemplo de artistas con sello propio, identidad y poderío que necesitamos para tal fin. Entiendan ustedes que llevo siendo una enamorada de la música tradicional galega y asturiana desde muy pequeñina y que no sentirse identificada con «Terra» no se comprendería viniendo de donde vengo.
Pero dicho esto, vamos al lío. Lo del miércoles no fue un despropósito casual. Digo despropósito porque el experto jurado le dio la segunda peor puntuación a las galegas frente a canciones de bajo nivel y eso es una impepinable evidencia. Punto negativo para un jurado que recibe abucheos. Primera estocada a nuestras heroínas que penden de un hilo, y todos tememos que se queden descolgadas de la final. Milagrosamente con la puntuación popular y telemática remontan para destronar a las que parecían arrebatarles su justa posición.
Es en ese momento cuando comienzo a visualizar el Coliseo romano, lleno de seguidores clamando que Espartaco salga victorioso de un final más que cantado. En la Antigua Roma adoraban el espectáculo sangriento, las batallas finales, la lucha del indefenso contra los leones, y las victorias o derrotas a muerte a pecho descubierto. En las fórmulas televisivas hoy por hoy es lo mismo. Tenemos las heroínas, los contrahéroes, el amigo fiel y la latencia de un final que conocemos pero que nos negamos a admitir porque adoramos posicionarnos con la frivolidad que eso conlleva para estos casos.
En la historia del miércoles nuestras Espartacas salen victoriosas gracias al pueblo, los contrahéroes dicen que el galego, la llingua, el euskera y hasta la sardana son inventadas, el tirano jurado no las puntúa para sorpresa del excelentísimo, y un magnánimo Salvador Sobral (el amigo fiel) las defiende a capa y espada convirtiéndose en el protector perfecto para la ocasión.
Comemos pan y disfrutamos circo. La historia está perfectamente hilada y nos deja con ganas de más. Con ganas de revancha y de reventar teléfonos votando y votando para la final del sábado.
En ese duelo veremos repetir la jugada. Los bandos diferenciados reventarán las redes, arderán en críticas, se juzgarán los porqués del ensañamiento hacia las Espartacas, el pueblo llano y manipulable gritará a los cuatro vientos su rabia y se sentirá en parte resarcido. Y al día siguiente cuando amanezcamos con una taza de café y cierta resaca de populismo, nos preguntaremos si tras la rabia sólo queda un vacío cultural, identitario y existencial. O quizá sólo merezcamos eso, panem et circenses.
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