«Un pequeño gesto, cualquier verbalización exagerada o reacción desmesurada generan una influencia directa en los jóvenes deportistas«
¿Cómo pueden los padres y madres contribuir a que la experiencia deportiva de sus hijos e hijas sea enriquecedora? ¿Qué pueden hacer para que disfruten con la práctica deportiva y crezcan deportiva y personalmente?
Todas estas preguntas tienen respuesta compleja. El mundo actual impone un ritmo frenético, vamos a mil por hora a todos lados y esto hace complicada la “comunicación familiar de calidad”. Con estas y otras muchas limitaciones, las familias tratan de ayudar a los niños con su mejor voluntad sobre los aspectos que rodean a la actividad deportiva. Y es que, ¡¿quién va a conocerles mejor?!
Pero, ¿realmente aciertan? ¿Contribuyen positivamente? A menudo sí. Aplicar su experiencia de vida o su experiencia deportiva para aportar consejos o recomendaciones resulta acertado. Sin embargo, en algunas ocasiones sus intervenciones pueden ser perjudiciales según el contexto, las formas utilizadas, los interlocutores presentes, el contenido del mensaje o el nivel de “filtraje” a la hora de verbalizar sus pensamientos.
Los adultos y el entrenador, un equipo sin fisuras
Ciertamente, los jóvenes deportistas reciben consejos de mucha gente a su alrededor sobre cómo actuar, qué hacer y qué no hacer y como jugar en la pista, el terreno de juego o la piscina. El llamado “entorno” debe buscar un objetivo común: que los niños se diviertan, adquieran valores con el deporte y compitan lo mejor posible.
Pero deben hacerlo como equipo, asumiendo sus funciones y responsabilidades, poniéndolas en práctica de la mejor manera posible y respetando las del resto de miembros. Los padres y madres y los entrenadores son las figuras destacadas de este equipo. Deben mostrar empatía, apoyo mutuo y comunicación frecuente. Además, no deben invadir el espacio del otro para no enviar mensajes contradictorios, ni crear grietas ni fisuras innecesarias.
Divertirse, competir y el desarrollo de los valores adecuados
Los jóvenes deportistas deben sentirse apoyados por sus familias para que la actividad deportiva sea fuente de crecimiento personal y de desarrollo de su autonomía. Por ejemplo:
- Ayudar a que descubran la actividad deportiva que más les gusta.
- Apoyar a que la practiquen hasta los niveles que su motivación les indique.
- Contribuir a que se sientan contentos con la actividad deportiva y se diviertan.
- Fomentar que su autoestima y su autoconfianza gozan de buena salud.
- Ayudar a identificar aquello en los que se sienten competentes.
- Ayudar a identificar que valores del deporte son fuente de crecimiento personal (la disciplina, el sacrificio, el compañerismo, la diversión, la competencia, el esfuerzo, la lucha por los objetivos, el aprendizaje continuo, la tolerancia a la frustración, etc.).
- Animar a que se relacionen y respeten a otros niños y niñas y aprendan los valores del trabajo en equipo.
Los adultos, los aficionados tranquilos
Es muy positivo que los deportistas jóvenes perciban a sus padres y madres como “aficionados tranquilos”. Los niños pueden ser reflejo de los adultos y pueden alterarse, preocuparse o interpretar negativamente sus reacciones. Los padres y madres son referentes para sus hijos e hijas y sus conductas están sujetas a ser imitadas e incluso idolatradas. Un pequeño gesto, cualquier verbalización exagerada o reacción desmesurada (tanto en lo positivo como en lo negativo) generan una influencia directa en los jóvenes deportistas. Mostrarse educados, moderados, respetuosos, sin reacciones exageradas y sin gritos e insultos contribuye enormemente a que los niños mantengan un estado psicológico óptimo.
Acompañándolos en sus objetivos
Apoyar a los niños en la consecución de sus objetivos es un punto trascendental:
- Ayudar a que descubran sus propios objetivos deportivos
- Indagar en el grado de motivación e interés que tienen por dichos objetivos
- Adecuar los objetivos a su nivel de motivación
Pero ¡ojo! no se trata de decidir sus objetivos por ellos, o plantear objetivos al gusto de los adultos, si no acompañarles a que decidan hasta qué punto desean involucrarse en la actividad deportiva. También es importante no generarles frustración, sensación de fracaso o incompetencia, problemas de autoestima o desajustes psicológicos que pueden ser peligrosos en etapas posteriores.
Gestión de las expectativas
Los niños pueden desarrollar auto-expectativas demasiado elevadas por, entre otros motivos, excesiva auto-exigencia, imitación de modelos mediáticos, presión social o familiar u objetivos demasiados ambiciosos. Esto puede desembocar en emociones descontroladas, comportamientos no deseados o mala gestión de situaciones estresantes. Las familias tienen la responsabilidad de no trasladarles más presión de la necesaria, no exigirles resultados desmesurados o demasiado ambiciosos en edades tempranas e identificar las auto-expectativas que pueden ser perjudiciales.
Alfonso Rodríguez Fernández
Psicólogo deportivo y coach ejecutivo (Scopum coaching)