«Recordados bajos de antaño: tiendas, chigres, almacenes… que hoy son viviendas de uso turístico. Cagadas de perro, colillas y chicles pegados en las aceras, niños en monopatín»
Enedina vive encima de un cine que ya no es un cine. Pensar en lo que fue y ya no es convierte en lentas y plomizas sus tardes de invierno, como viejas tortugas silenciosas. Conoció años de gloria el Cine Almirante, en Avilés, cuando se celebraba lo excepcional e ir a un estreno suponía el gran momento de la semana. Mucho les gustaba escapar los sábados a su hija Laura y a Enedina para ver a su hermana Adela que vivía encima del cine. Cogían felices el ALSA en Gijón, rumbo a la Villa del Adelantado. Cinco años después Adela no podría con un cáncer devastador. Laura, hija única y «leyenda urbana asturiana», terminaría trabajando en Madrid y solo regresaría en vacaciones. Y de los maridos muertos muchos años atrás: su Pepín y el sombrío Toni, el de Adela, ya casi no le quedaba ni el paso de sus rostros por la memoria. El piso de su hermana era ahora su hogar. Vendió el suyo en cuanto se marchó Laura, el pisín de Eladio Verde, el que estaba al lado de la añorada Fábrica de Tabacos.
Su vecina de puerta en Avilés, Dolores, supuso la mejor de las suertes para Enedina. Esta mexicana de rompe y rasga era la mejor aliada en una vejez con demasiadas facturas acumuladas para un tambaleante cuerpo. Enedina vivió en Tabacalera el plan de ajuste del año 2000, propiciado por Altadis, dos años antes de un cierre anunciado. Nunca podrá olvidarse de María del Mar, Ángeles, Luciana, ni de Julia o Fermín, el cajero. Ni del practicante ni del médico: Miguel Ángel Romero. Cuando Laura jugaba con otros guajes en la calle y a ella le tocaba turno, eran los vigilantes de la fábrica los que ejercían como cuidadores de neñas y neños… Una vez a la semana Dolores y la cigarrera cogen en Avilés «la ruidosa cafetera» que pone ALSA como autocar destino a Gijón. Y se plantan en Cimavilla para reencontrarse con unas calles que a Enedina ya le parecen extrañas. Recordados bajos de antaño: tiendas, chigres, almacenes… que hoy son viviendas de uso turístico. Cagadas de perro, colillas y chicles pegados en las aceras, niños en monopatín. El paseo siempre finaliza ante el corazón muerto del barrio alto: Tabacalera. Pudo ser centro sociocultural, dar cabida a salas de reuniones, biblioteca, escuela y centro de salud. Hoy es un edificio hueco, dispuesto al «maquillaje cultural», el que decidan los que ni viven ni conocen Cimavilla.
Dolores trabajó en un ministerio del PRI y abandonó la política asqueada, siguió la pista asturiana de su familia y terminó en Avilés. La cigarrera jubilada escucha una y otra vez lo que repite la brava mexicana a voz en grito. «Aquí tenéis un partido que se parece mucho al PRI, promete lo que nunca llega para los humildes y premia a los amigotes». Son viejas esas prácticas, aquellos que tienen asegurada la pitanza hacen la vida imposible de los que pelean cada mes. A veces discuten, cigarrera y expriista, o arreglan el mundo acaloradamente en la terraza de La Corrada. Justo antes de engullir sendos bocatas de cecina, tomate, orégano y aceite. A la tercera cerveza, Dolores zanjará la discusión con una frase napoleónica: «Mientras vuestros políticos no conozcan la diferencia entre necesidad y urgencia, no tenéis esperanza». Y la cigarrera añadirá por «lo bajini» un guiño a México: hijos de la gran chingada, antes de encaminarse hacia ese apeadero que lleva el inmerecido nombre de Estación de Autobuses. En su regreso a Avilés, Dolores se dormirá pegada a la ventanilla y Enedina recordará la última conversación con Asunción, compañera en la fábrica. «Cada día que tengo que ir al médico, a Puerta La Villa, voy y vuelvo en Taxi, otras veces me atiende por teléfono y lo prefiero. Ahorro lo del taxista y no aguanto malos modos. ¿Acuérdeste Enedina?, aquí al lao de casa teníamos trabayu, médico y practicante.