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«Exijamos a nuestros gobernantes determinar que es más peligroso que se tiren tres botellas de plástico a un río que molestarse en desbrozar miles de kilómetros de autopistas»
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El asunto del artículo de esta semana es claro: la crisis que estamos abordando en las regiones atlánticas derivada de la caída de varios contenedores de un barco al océano atlántico, a la altura de las costas del norte de Portugal. El problema de la caída de esos contenedores se ciñe, especialmente, a uno de ellos. Uno que transportaba microplásticos. Concretamente llevaba 1050 sacos de 25 kg cada uno. Un pequeño gran desastre.
El escándalo político ha saltado rápidamente, derivado de la exigua respuesta del Gobierno de Galicia, el primer territorio español que recibió estas diminutas bolitas. El problema esencial de estas bolitas, más que por su toxicidad en sí mismas (que lo son, ojo, es un plástico, es mal para el medio ambiente y mal para los seres humanos) es por su efecto nocivo derivado de su tamaño, dado que puede ser ingerido por cualquier ser vivo y, por supuesto, puede acabar siendo ingerido por los humanos a través de la cadena alimentaria.
Podríamos abordar esta situación desde un punto de vista político. Para ello bastaría con observar la importancia que le da el actual gobierno de Galicia al Medio Ambiente, que no parece que sea mucha si tenemos en cuenta su reacción. Pero es que tampoco nos debería sorprender puesto que, con contadas excepciones, las políticas medioambientales del Partido Popular siempre han sido, cuanto menos, discutibles. Vamos, que no se puede esperar que al Partido Popular le preocupe que lleguen plásticos a las costas, o que haya vertidos de fuel, o que se talen arboles indiscriminadamente, o que se planten eucaliptos como si no hubiera un mañana, o que les peguemos tiros a los lobos. Es su política y si se les vota, es lo que hay.
Podríamos abordarla desde un punto de vista de preocupación por el hecho en concreto de este vertido de microplásticos. Pero me vais a perdonar. Lamentablemente, en esta sociedad de desechos continuos en la que seguimos viviendo, los vertidos de plásticos al medio natural son constantes y continuos y mientras haya una parte de la sociedad y, por tanto, una parte de la clase política a quienes les siga preocupando más talar árboles de ribera en un río (y gastar dinero en consecuencia) o rastrillar la arena de las playas para los turistas ( y gastar dinero en consecuencia), en vez de perseguir y sancionar sin piedad los vertidos ilegales a los cauces y a las costas, poco habremos avanzado, aunque algo lo hayamos hecho.
Podríamos abordar todo este tema pensando en nuestra salud, pero no parece que los gobiernos de los distintos estados estén dispuestos a abrir ese debate. Me explico. Puedo afirmar, científicamente y sin despeinarme, que el 99% de la población de España come plástico. De igual manera que puedo afirmar que todos los niños y niñas de este país mean plástico. Lo puedo decir basándome en evidencias científicas incuestionables, múltiples y variadas. De igual manera que se puede afirmar que estamos en un proceso de cambio climático y que la contaminación atmosférica nos enferma. Y pese a esta evidencia científica, la legislación europea (siendo la más restrictiva del mundo) es extremadamente laxa y anticuada.
Pero no. Hoy prefiero centrar el artículo en plantearnos por qué hemos dado por bueno todo lo anterior. Somos la sociedad del plástico, vestimos con fibras de plástico, bebemos de objetos de plástico, comemos de envases de plástico, dormimos envueltos en plástico, hacemos deporte con plásticos, vivimos entre plástico. De igual manera, hemos obligado a todos los ecosistemas naturales existentes, y a todos los seres vivos que los componen, a convivir con plástico.
Y esto es así porque mucha de la conocida como “calidad de vida” actual deriva de ello precisamente, y probablemente no fuera posible de otro modo. Sería un buen tema de debate. ¿Hasta dónde está uno dispuesto a prescindir de cosas y de hábitos? ¿Hasta dónde está uno dispuesto a ser consecuente? Pero no es este debate el que busco, sino el más evidente. Y ese es el que define que, si bien la sociedad vive con, e incluso, para el plástico; de la misma manera, es nefasto para nuestra salud y, especialmente, para nuestro Ecosistema global.
Siendo así, ¿cómo es posible el transporte “de aquella manera” de una sustancia que debería estar considerada como muy peligrosa? ¿cómo es posible para los estados democráticos que siga existiendo un sistema de paraísos fiscales y estados piratas en los que se inscriban sociedades empresariales que puedan luego campar a sus anchas respecto a las responsabilidades medioambientales? Que no se trata de ese barco en concreto, ni de ese capitán en concreto, sino de la necesidad de crear una legislación, clara y concisa, que defina primero a los propios microplásticos como un elemento muy peligroso para la salud y para el medioambiente (insisto en que no me estoy refiriendo a su composición química, aunque esto es otro asunto capital). Después, que esa misma necesidad legislativa determine y encapsule su transporte bajo los estándares adecuados y por último que, como sociedad, exijamos a nuestros gobernantes determinar que es más peligroso que se tiren tres botellas de plástico a un río que molestarse en desbrozar miles de kilómetros de autopistas.
Debemos exigir que ese enfoque, el medioambiental, el científico, el de nuestra salud al fin y al cabo y el de la pervivencia de nuestros ecosistemas, prevalezca frente a costumbres o hábitos insostenibles en muchos casos y absurdos en otros. Hoy más que nunca, en pleno cambio climático, frente a destinar personal a quitar las gramíneas que salen entre las baldosas de nuestras ciudades, debe dedicarse tiempo, gente y dinero a reparar nuestro medio ambiente. El plástico nos hace vivir, pero también nos enferma y, sobre todo, destruye y modifica el ecosistema en el que además de nosotros, conviven millones de seres vivos, que permiten que nosotros lo sigamos siendo. Seres vivos entre plásticos.