Las cosas no salieron todo lo bien que se pretendía y hubo que volver a intervenir al futbolista, esta vez para amputarle la pierna ante el riesgo que sufría de perder su vida

Evidentemente, las lesiones suponen el trago más amargo en la vida de un deportista y en el Sporting, como en cualquier club, las hubo de todo tipo, tamaño y color. Absurdas algunas, como la padecida por el brasileño Douglas Pereira, un jugador que llegó a Gijón cedido por el F.C. Barcelona. Se lesionó, y fue baja durante un par de semanas, por una mala postura cuando se quedó dormido en el autobús viniendo de Vigo, tras jugar un partido de liga contra el Celta. No es el único caso, Lora vivió una situación semejante, sufrió una contractura tras una charla de hora y media del entrenador vizcaíno Javier Clemente. José Morado, un centrocampista gallego que perteneció al Sporting durante el inicio de la temporada 1963-64, aunque tras disputar media docena de amistosos en verano fue cedido al Real Avilés, se lesionó al resbalar en las duchas tras la disputa de un partido.
Otros futbolistas del Sporting vieron su carrera truncada por las lesiones. Manolo Meana, el que fuera el primer internacional rojiblanco, se vio limitado por los muchos problemas físicos sufridos, pese a su fortaleza natural. Meana fue el primer jugador español operado de una lesión de menisco. José Manuel Díaz Novoa se vio obligado a dejar su carrera de futbolista a los veintisiete años por una grave lesión sufrida cuando militaba en el Real Avilés. En 1973, con veintinueve años, ya estaba entrenando al segundo equipo sportinguista.
Pero de las leves lesiones producidas de forma que roza lo absurdo, en el Sporting se vivieron también tragedias deportivas en el más alto nivel. La más grave de todas la sufrió un delantero del Real Murcia, Alfonso. El 30 de enero de 1944 el Sporting se enfrentó al club pimentonero en un encuentro en la cumbre de la Segunda División, ambos equipos eran candidatos al ascenso y juntos subieron al final de esa temporada a la máxima categoría. El Sporting, por primera vez en su historia y como campeón, y el Real Murcia clasificado en segunda posición. Así que el encuentro era de máxima exigencia entre dos de los equipos más fuertes de segunda. El Sporting consiguió imponerse por 1 a 0 con gol de Gundemaro Paniceres, pero el resultado fue lo de menos. En un lance del juego, el centrocampista murciano dio el pase de la muerte a su compañero Alfonso, Lerín, guardameta rojiblanco, salió a por el balón, cayendo sobre la pierna del jugador. El delantero del Real Murcia tuvo que retirarse del terreno de juego y llevado al Sanatorio Covadonga, donde por problemas causados por la múltiple rotura de venas, la arteria femoral y el nervio ciático. El doctor Aquilino Hurlé Álvarez, fundador del sanatorio, le hizo la primera operación para tratar de ligar los vasos sanguíneos dañados. Un directivo del Sporting, José Montes Canal, donó su sangre al jugador durante la intervención. Las cosas no salieron todo lo bien que se pretendía y hubo que volver a intervenir al futbolista, esta vez para amputarle la pierna ante el riesgo que sufría de perder su vida. Nuevamente fue intervenido por Aquilino Hurlé Álvarez, ayudado por otro doctor del centro, Benigno Morán Cifuentes.
Curiosamente ambos tenían vinculación sportinguista. Aquilino Hurlé Álvarez fue padre de dos jugadores sportinguistas. Aquilino Hurlé Velasco jugó de portero, tanto del filial como del primer equipo ,en la temporada 1921-22, aunque no llegaría a debutar en partido oficial con este último, además fue el médico de la Federación Asturiana de Fútbol durante muchos años, pasando el pertinente reconocimiento a los futbolistas en las oficinas que la federación tenía en la gijonesa plazuela de San Miguel. Su hermano José Luis perteneció a los equipo infantil y juvenil del Sporting, pero abandonó el fútbol para centrarse en los estudios. Una vez finalizada la carrera de medicina se reincorporó al club rojiblanco como tercer guardameta del primer conjunto, por detrás de Amadeo y Picú, en la temporada 1926-27, retirándose después para centrarse en su profesión de médico. Benigno Morán Cifuentes, por su parte, fue vocal de la junta directiva que presidió Juan Velasco Nespral.
Tras la amputación, el club rojiblanco, dirigido por Secundino Felgueroso Fernández-Nespral, decide organizar un encuentro de homenaje al infortunado jugador. La recaudación iría íntegramente al futbolista. El 28 de agosto de 1944, se disputan dos encuentros. Uno de juveniles entre el Real Oviedo y el Olympia, filial sportinguista, y otro entre dos combinados de futbolistas del Sporting, Real Oviedo, Baracaldo, Cultural Leonesa, Atlético de Madrid y Real Madrid. Además, numerosas empresas, negocios y particulares gijoneses donaron dinero hasta sumar casi 5.000 pesetas. Por ejemplo, el Hotel Asturias aporto 50 pesetas, la fábrica de Laviana 250, la Guardia Civil, 250, el Centro Asturiano de La Habana de Gijón, 50, el café Oriental, 100 pesetas, o algunos particulares como la familia de Fermín Cortina que donó 50 pesetas, la de Alfredo Hevia otras 50, etc.
Pero la segunda de las consecuencias que trajo el desgraciado incidente que llevó a la gravísima lesión padecida por Alfonso, engrandece al portero sportinguista, Lerín, involuntario protagonista del grave percance. Andrés Lerín Bayona no tuvo una vida fácil, nació en Jaurrieta (Navarra) en 1913. Ocupó la portería del Tudelano, en la temporada 1927-28, llegando a debutar con tan solo catorce años en Tercera División, después del Escoriaza, donde militó de 1928 a 1931 y más tarde del equipo zaragozano Español de Arrabal en el curso 1931-32, antes de incorporarse al, recién creado, Zaragoza, donde permaneció cuatro años, de 1932 a 1936. Destacaba por su poderío físico y su altura, 1’90. La guerra civil española no fue un paréntesis en su vida deportiva, aunque perteneció al ejército republicano, en el que se alistó como voluntario, y estuvo destinado en un polvorín en Cataluña dependiente, a partir de 1937, de la 43 División, mientras paralelamente jugaba al fútbol con el Badalona. Con posterioridad, fue trasladado a otro polvorín en el norte de Aragón, que fue destruido en 1938 y cuyos soldados sobrevivientes se vieron obligados o a rendirse o a huir a Francia. Lerín se marchó al país galo, donde estuvo internado en el campo de refugiados de Saint Cyprien, permaneciendo allí desde junio hasta octubre de ese año. En dicho campo, conoció a la que sería su mujer, la enfermera aragonesa Blanca Villar. Fue rescatado del penoso lugar gracias al fútbol y fichó por el Perpiñán F.C., donde jugó las temporadas 1938-39 y 1939-40, ya en plena Segunda Guerra Mundial. En 1941 regresó a España, pese a que tenía una oferta para jugar en el equipo argentino del San Lorenzo de Almagro, pero las dificultades para viajar al país sudamericano hicieron que descartara esa opción. A su llegada fue inhabilitado por el régimen franquista, sin que se le permitiera tramitar ficha deportiva hasta el año siguiente, 1942.
La temporada 1942-43 volvió a disputarla con el Real Zaragoza, aunque solo se alineó en 4 ocasiones con el equipo maño. Después, fichó por el Sporting de Segunda División, donde fue titular, e intervino en 28 partidos de la campaña 1943-44, batiendo un récord de catorce partidos (no consecutivos) dejando la portería sin encajar gol. Fue la temporada del primer ascenso del club y la relatada del terrible lance del juego por el que perdió la pierna Alfonso. Lerín, la siguiente temporada siguió en la máxima categoría con el Sporting, pero ya se había comprometido para cuando finalizara su contrato en Gijón, fichar por el Real Murcia. Se sentía obligado como compensación al involuntario daño causado. Lerín, con el Sporting en la máxima categoría, se alineó en 20 encuentros. Después, pese a que contaba oferta para continuar en Gijón, Lerín consideraba que tenía un «compromiso moral» con los pimentoneros (palabras del propio guardameta) y con la mediación del delegado del Real Murcia, Iracheta, de origen navarro como él, y la de Alfonso, jugador con el que entabló una gran amistad tras el percance sufrido, fichó por el Real Murcia por dos temporadas, de 1945 a 1947. Se hizo con el puesto de titular desde el inicio, pero con algún problema con algunos aficionados que le reprochaba su pasado de “rojo” y con otros que le culpabilizaban, injustamente, de lo acontecido en El Molinón en 1944. En Murcia no fue feliz y, al finalizar su contrato, regresó al Real Zaragoza, donde jugó dos campañas más, de 1947 a 1949, año de su retirada como futbolista. Se estableció definitivamente en la capital aragonesa y entrenó a los juveniles zaragocistas, al filial y al primer equipo en un único partido en 1967. También ejerció de masajista y, después, de delegado del Real Zaragoza hasta su jubilación. Falleció en la capital aragonesa el 19 de noviembre de 1998, convertido en toda una institución en el club blanquillo, de quien recibió una medalla de oro y brillantes.