
«Artistas que han esnifado el elixir de las flores del mal en cada baño de cada antro sucio y canalla de Gijón, desde Cimadevilla a la ruta de los vinos, pasando por Fomento, el Carmen y algún garito esquinero de El Llano»
Se cumplen 200 años del nacimiento de Baudelaire. En París no celebran a Baudelaire, porque era demasiado canalla. Así que no tiene sentido, cree Macron, que el autor de Las flores del mal comparta mausoleo con Malraux, Voltaire, Madame Curie o Víctor Hugo. La grandeza ilustrada de París no le está permitida al poeta maldito. Quizá sean las calles de Clichy o las putas de Pigale las que decidan celebrar a Baudelaire, al que, efectivamente, le han reservado un pequeño homenaje en el Museo de Orsay, por aquello de que en sus paredes, un suponer, cuelga El Origen del mundo de Corbait.
Uno, de joven, quería ser despiadadamente canalla, sentirse envuelto por lo canalla, pero con un blasier de Yves Saint Laurent negro y aterciopelado, robado en unos almacenes de París. Uno, cuando niño, escribía poemas y se miraba al espejo y después se decía: tú serás Baudelaire. Porque vamos buscando en el espejo el reflejo futuro, al otro que seremos o que queremos ser, con la ingenuidad y la honestidad que encierra siempre un niño.
A veces nos preguntamos qué es lo canalla. Quizás sea la miseria que se representa como fascinante. O quizá es la fascinación por la miseria, como le sucedía a Pier Paolo Pasolini cuando retrataba a los raggazi di vita romanos durante la posguerra. Lo canalla, años ochenta, era encontrarse una jeringuilla en un parque o un descampado o un yonqui muerto en el portal, cerúleo, hierático, angelical, con toda la quietud y toda la paz que concede la hermana heroína. En los noventa lo canalla fue una pastilla, una rave, el polvo lunar, según David Bowie y los Pet Shop Boys, el ritmo por el ritmo, barroco, sudoroso, oloriento. Finalmente, lo canalla era el descubrimiento del sexo y, sobre todo, aquella deliciosa y perversa confusión de sexos en el pub Varsovia que hoy, en el segundo milenio, es ya el triunfo y la armonía de los cuerpos.
Los cuerpos son inocentes. Lo dijo Guide, al que venimos citando demasiado en este diario. Y ciertamente, en Gijón ha habido algo constante en cada década que ha sido la más genuina expresión de lo canalla. Siempre, por la calle Manuel Llaneza, las putas han hecho la calle de madrugada, paseando su negritud, como si fueran siempre la misma mujer o el mismo hombre, dignos travestidos de noche, sexo y oficio. Lo canalla, el encanallamiento, también era eso.
«Los años, los hijos, el trabajo, las facturas o esta pandemia, nos van equilibrando, entre la estupefacción y el vértigo»
Gijón, como París, no celebra tampoco a Baudelaire. Creo que los escritores asturianos nunca se han inclinado mucho por Baudelaire aunque hemos tenido a unos cuantos canallas que sí se aproximaron hasta la veneración. Entre los poetas, los hubo que también se miraron al espejo y se dijeron a sí mismos: tú serás Baudelaire. Fueyo, siempre bondadoso, lírico y ausente, o Medrano, rabioso, envenenado y diabólico, sustanciaron una vida narcótica y canalla, de tertulia y alcohol y enormes dosis de erudición y talento para la reyerta literaria. A su modo, han logrado literaturizar la vida, o mejor dicho, convertir su vida en obra, morir y vivir en ella, como un círculo inútil y vicioso. No salieron de la casa de las letras. Moran en ellas y ahí están, envileciendo bastante bien.
Los músicos asturianos se han entrenado mejor en lo canalla. También han sido Baudelaire. Han esnifado el elixir de las flores del mal en cada baño de cada antro sucio y canalla de Gijón, desde Cimadevilla a la ruta de los vinos, pasando por Fomento, el Carmen y algún garito esquinero de El Llano. Los músicos también han sentido el spleen en cada concierto, en cada gira, dentro y fuera de Asturias. Han vivido la música como una fiesta interminable antes que como un trabajo, a excepción de tres figuras que lo han sido todo, vocación y oficio: Jorge Ilegal, Jorge Explosión y Nacho Vegas. Los tres, a su manera, han heredado esa fascinación por lo canalla, templado con los años, destilado finalmente en canciones oscuras, irreverentes, sentimentales, luminosas y canallas. Ilegal, más rimbaudiano, desde una mirada sádica, anárquica y punk, sostenido por la destrucción; Explosión, más british y americano, desde una militancia lúdica, garajera y libertaria, abanderando un individualismo feroz; y Vegas, desde Dylan a Gainsbourg, pasando por Violeta Parra, desde una melancolía íntima, política y sentimental, militando en la abulia y la resignación.
Lo canalla se va atemperando con el tiempo. Los años, los hijos, el trabajo, las facturas o esta pandemia, nos van equilibrando, entre el vértigo y la estupefacción, el ansia y el cansancio. Pero siempre hay un momento del día en el que el poeta, como un espectro, se asoma al otro lado del espejo y aún nos dice al niño que fuimos y que somos, como al niño de Fernando Poblet: tú serás Baudelaire.
Brillante.