«El 26 de enero de 1840 una galerna se llevó para siempre a 96 pescadores de Candás, dejando viudas y huérfanos que encontraron trabajo y hogar en el barrio alto de Gijón»
Nuestro comportamiento frente a múltiples estímulos y reacciones vitales sufridas o celebradas son semejantes, casi unánimes. Y da igual el capricho geográfico del ser humano en cuestión. En determinados momentos se activa un resorte en el cerebro y este envía, sin necesidad de burofax, ese recuerdo relacionado directamente con algo de lo que vemos, escuchamos, olfateamos o sentimos justo antes de pasear por la memoria. Ayer, una soleada terraza en Cimavilla me trasladó de inmediato al «Pirata» en Candás, en aquella soleada mañana del lejano invierno con cuerpo primaveral. En uno de esos sábados de vermú amable con la familia. Entablamos conversación «de rigor» con el camarero: «Cerveza con limón y dos limonadas para los peques», «de dónde sois», «venimos de aquí al lado, de Gijón, vivimos en Cimavilla», «meca, de Cimavilla, qué alegría, y os gusta el limón, tengo limones de casa, luego os doy una bolsa llena». Puso las consumiciones y el pincho y cuando pagamos nos regaló, con amplia sonrisa, la prometida bolsa de grandes y perfumados cítricos. En Candás quieren a los playos. «Gijón es un barrio de Candás» dicen en una mezcla de sorna y cariño. Se lo contó Alain Fernández a Arantxa Nieto en el programa «Directo Asturias» de RPA. Fue preciso en su relato el gerente del Teatro Prendes, hablando con el corazón en la mano. Y esa misma historia apareció en las páginas de La Nueva España, recordada y firmada por David Orihuela hace ya doce años. El 26 de enero de 1840 una galerna se llevó para siempre a 96 pescadores de Candás, dejando viudas y huérfanos que encontraron trabajo y hogar en el barrio alto de Gijón. Inabarcable e infinita será la gratitud que siente Carreño entero por la solidarias familias que acogieron en sus casas y sus vidas a esas candasinas y candasinos a los que no pudo o no supo proteger el Cristo aquel encontrado por unos marineros, según cuentan, fabulando, en la zozobra de las aguas irlandesas. La fábrica de tabacos aseguró el pan de muchas familias, originarias de Carreño, y un siglo después del desastre provocado por una despiadada mar, seguían escribiendo: «La Reparada, La Coxa y Les Julietes, esa rica historia popular de Cándas, Cimavilla y Jove». Emilia, Carmen , Julia y Obdulia compartieron casa con otras familias, pegadas a Tabacalera, hasta que sortearon las viviendas de «Tocote» en Jove. Pudiendo lucir, llave en mano, cual medalla de metal propietario. Ayer volvió a mi memoria «El Pirata», un sábado de indulgente invierno en Candás, gracias a un alegre imitador de Víctor Manuel que entre culete y culete cantaba: «Marinero quiero madre pero no de la sardina, que para morir de fame ya me basto yo solina».