«Estas reflexiones nos inducen a pensar que la primera mitad del mandato de Ana González, con pandemia y sin pandemia, ha sido un fracaso, y que los propios cambios anunciados hasta ahora son un testimonio radical y visceral de su desgobierno»
La Alcaldesa de Gijón, Ana González, irrumpió la mañana de ayer como un vendaval con una remodelación de su gobierno. Aparentemente, se trata de una redistribución de tareas entre los concejales de su equipo, tras la dimisión de Alberto Ferrao y su sustitución por el recientemente incorporado Manuel Ángel Vallina en el área de Cultura. Sin embargo, la remodelación del gobierno municipal, anunciada por su portavoz, la concejala de Hacienda Marina Pineda, explica muchas más cosas: la descomposición de su equipo, la tensión y desconexión con el sector somático, la preeminencia del mismo sectarismo con el que comenzó el mandato y la completa ausencia de dirección política por parte de la agrupación socialista de Gijón, dirigida por Ivan Ardura. Todo ello sólo nos induce a pensar que la Alcaldesa lo cambió todo porque no funcionaba nada; la incertidumbre en la gobernanza de la ciudad es cada día mayor. He aquí una enmienda a su propio gobierno que reincide en el mismo grave error.
A nadie se le escapa que la nueva reasignación de tareas convierte al gobierno en un auténtico Cafarnaúm y un cajón desastre que lo engulle todo, sin más criterio político que la acumulación de tareas, como quien acumula muebles viejos en el desván. Que se lo digan a Natalia González, concejala de Servicios sociales que, a partir de hoy, tendrá a su cargo también el área de educación, infancia y juventud. Sobre qué premisas políticas se decide a mitad de mandato a diseñar una mega concejalía como ésta, nadie las conoce todavía.
Más absurda es la nueva concejalía de Cooperación al Desarrollo y Salud Animal. Ciertamente, no habíamos caído en la cuenta de algo que todo el mundo debería de saber ya: la ayuda a la cooperación internacional y la salud de los animales son ámbitos políticos estrechamente ligados entre sí. Se me ocurre pensar que la decisión está motivada en el hecho de que el pueblo saharaui adopta más perros que cualquier otro, un suponer, o que los palestinos tienen cierta predilección por los gatos. Ahora bien, ¿será Carman Saras liberada definitivamente para llevar estas dos competencias? Qui lo sá, pero con tanta responsabilidad a sus espaldas, es difícil que finalmente no lo sea si desea ejercer eficientemente sus tareas.
Los propios cambios anunciados hasta ahora son un testimonio radical y visceral de su desgobierno
Querido y desocupado lector, si hay un doble salto mortal que reinventa la política municipal, ese es el que protagonizará Salomé Díaz Toral, concejala de una «gran actividad política» en Gijón. A las áreas de Participación Ciudadana, Mercados y Consumo, se incorpora ahora la Memoria Democrática. Advertimos de antemano, para que nadie se lleve un mal trago, que van a matar a Salomé Díaz por sobreexplotación, porque no hay agenda política que abarque tanto (ni siquiera con tan poco).
La remodelación del gobierno municipal coincide con la baja por COVID del otrora concejal de urbanismo, José Luis Fernández, cuyas competencias pasan a ser delegadas en la figura de Dolores Patón, también concejala de Atención Ciudadana. ¿Será Patón capaz de embridar el urbanismo gijonés?, ¿afectará en algo a asuntos tan decisivos para la ciudad como el Plan de Vías? Ni de coña. Ciertamente, desde un punto competencial, este cambio no afecta en nada a la situación actual. Es completamente irrelevante, como lo ha sido hasta ahora la labor espectral de José Luis Fernández, del que no podemos afirmar que ocupara mucho protagonismo con el Plan de Vías. Pero que el nombramiento no nos distraiga de la diana. Esta específica alteración de tareas sí tiene un interés político muy revelador.
A nadie se le escapa que Urbanismo ha estado en manos del sector somático a través del jefe de gabinete de la Alcaldesa, Celso Ordiales, antes incluso que del propio concejal, José Luis Fernández. La influencia de Ordiales ha ido perdiendo fuerza sobre Ana González, en beneficio de dos insólitas figuras: Leticia Quintanal, jefa de Prensa del Ayuntamiento de Gijón, y Miguel Barrero, director de la Fundación Municipal de Cultural (y niña de los ojos de la propia alcaldesa). Que Celso Ordiales se siente incómodo en el gabinete de prensa desde hace bastantes meses es vox populi en el Ayuntamiento de Gijón, y en gran medida se debe al continuo aislamiento y vacío que lo ha alejado de sus tareas. Hay que tener en cuenta que Ana González nunca ha sido somática, aunque se apoyó en el Sindicato Obrero de la Minería Asturiana para subirse a la ola del sanchismo durante las primarias del 2019, sin la cual nunca las habría ganado. La nueva reorganización debe ser también interpretada como un anuncio a navegantes, especialmente a Celso Ordiales, José Luis Alperi y al propio Adrián Barbón. Dicho de otra manera, la alcaldesa va por libre, chao chao.
Otro aspecto relevante de esta nueva organización es el manifiesto sectarismo que persiste en el equipo de gobierno. José Ramón Tuero, candidato a primarias y número 6 en la lista municipal, continúa siendo exclusivamente concejal de deportes. ¿Merecía la pena sobrecargar de tareas a Natalia González, responsable de servicios sociales, en detrimento del concejal? ¿No tenía más sentido que el área de José Ramón Tuero estuviera vinculada a las políticas de juventud e infancia, aunque sólo fuera para que el equipo de trabajo de Servicios Sociales tuviera más oxígeno en el desarrollo de sus programas?
Todas estas reflexiones nos inducen a pensar que la primera mitad del mandato de Ana González, con pandemia y sin pandemia, ha sido un fracaso, y que los propios cambios anunciados hasta ahora son un testimonio radical y visceral de su desgobierno. Y decimos radical y visceral porque el Secretario de la Agrupación Socialista de Gijón, Iván Ardura, no ha sido capaz de ejercer ningún papel, ni siquiera de mediador, para lograr una estabilidad política e institucional que, hoy por hoy, es imposible de alcanzar. Sólo se impone una incertidumbre general y una leve certeza: la desconsoladora esperanza de que la capitana abandone el barco.
¿Alguna vez estuvo en el barco?