“Conozo un país onde’l mundu llamase Zarréu, Grandiel.la, Picu La Mouta… Paniceiros”. Allí te esperan hoy. Y siempre.

Sentía cierta obligación en escribir algo tras tu ausencia, aunque es complicado transitarlo desde el hecho de que no llegáramos a conocernos. Poco puedo hablar de la figura literaria que fuiste porque poco queda que añadir al gran penar que todas las voces de la cultura asturiana sintieron este martes. Tampoco debo hacerlo de esa otra parte íntima; familia y amigos dejaron claro en tu despedida que, de eso, andabas también sobrado de talento. Pero sí hay un lugar en el mundo desde el que te puedo recordar. Paniceiros. Un puñado de casas rodeadas de praos y maizales, con ese olor a cucho inconfundible que me lleva a una infancia de carreras en bici, de paseos junto a las vacas a primera hora de la mañana y a última de la tarde, de meriendas de Nocilla preparadas por mi tía Mirita, que es también la tuya, y un respirar a algo parecido a la libertad que, una vez adulta, identifico como felicidad.
Desde una habitación de aquella casa que también era tuya te leí por primera vez hace más de dos décadas. El tuyo era, claro, uno de los libros recurrentes que había por aquellas habitaciones del segundo piso en las que alguna vez descansaste. ‘Historia universal de Paniceiros’ llegó así a mis manos. En castellano y por casualidad. Para que mentir. Desde esas páginas que no llegué a entender entonces, pude sin embargo percibir algo parecido a lo que, quizá, hubieras sentido escribiéndolas. No es idealizar el mundo; es contarlo. Qué fácil parece a veces lo complejo.
Hoy, que te llora toda Asturias, me acordé de aquello. De la forma en que a veces las casualidades se quedan ahí, ya paradas para siempre. Y de que me hubiera encantado, quizá, comentarte algún día que aquel rincón perdido entre los valles de Tineo, tan ajeno a todo, fue también, egoístamente, un poco mío. “Conozo un país onde’l mundu llamase Zarréu, Grandiel.la, Picu La Mouta… Paniceiros”. Allí te esperan hoy. Y siempre.