
Por Marcelino Llopis Pons
Una partida de tute es como una hora de crossfit para la mente: fortalece la memoria, tonifica la capacidad analítica y, de paso, vigoriza las relaciones sociales. Todas estas habilidades conviene entrenarlas si uno quiere tener éxito en la vida
Hace unas semanas estábamos jugando al tute en un bar. En la mesa de al lado, un señor observaba nuestra partida con la misma atención con la que un trader persigue velas rojas y verdes esperando jubilarse mañana. Cuando uno de los compañeros tuvo que marcharse, le invitamos a ocupar su lugar: aceptó encantado y se sentó con nosotros, feliz de la vida. Teo, que así se llamaba, me tocó de pareja. Y mientras se cantaban las veinte, compartimos vivencias. Nos contó que tenía ochenta años —¡quién lo diría!— y contaba bazas, triunfos y puntos que ni Sheldon Cooper.
Y entonces lo vi claro: el tute no es solo un juego. Una partida de tute es como una hora de crossfit para la mente: fortalece la memoria, tonifica la capacidad analítica y, de paso, vigoriza las relaciones sociales. Todas estas habilidades conviene entrenarlas si uno quiere tener éxito en la vida.
Ese éxito que tantos gurús de YouTube intentan venderte por 400 euros el curso, en realidad lo tienes al alcance con una baraja de 40 cartas. Solo con los análisis de riesgo-recompensa para decidir si salir arrastrando con el tres es buena idea, haces más cálculo que el propio Warren Buffett antes de comprar acciones.
Así que volvamos a jugar al tute. No solo por ganar —aunque ganar, como Teo y yo aquella tarde, es un puntazo—, ni tampoco solo para aprender probabilidad y cálculo, sino porque echar una partida al tute con amigos es, en realidad, una masterclass de la vida.