Los retrasos en la línea entre Llamaquique y San Juan de Nieva, y la decisión de última hora de anular a esa última parada en uno de los trayectos, deja a decenas de viajeros en una situación comprometida a su llegada a Avilés, un incidente más dentro de una larga lista de hechos similares
«Ya no nos fiamos de RENFE… Será triste y todo lo que quieras, pero así no hay quien confíe«. Una indignada viajera de la línea C-3 de Cercanías, la misma que enlaza Llamaquique con San Juan de Nieva, era quien profería la sentencia anterior, coreada por varios de sus acompañantes a bordo del vagón, mientras el convoy entraba a marcha lenta en la estación de Avilés… Veinte minutos más tarde de lo indicado por los horarios oficiales de la compañía. Efectivamente, el tren en cuestión debería haber arribado no más tarde de las 7.37, una de las franjas punta de la jornada, clave para que trabajadores y estudiantes lleguen a sus respectivos puestos. Sin embargo, en el momento en que la afectada compartía su malestar los relojes ya marcaban las 7.57 horas, confirmando una demora aderezada con una desagradable sorpresa: el aviso repentino, hecho por el maquinista valiéndose de la megafonía interna, de que el servicio concluiría en Avilés, sin proseguir hasta San Juan de Nieva, como estaba previsto. ¿Explicaciones? Ninguna. ¿Alternativas? Sólo dos: esperar al siguiente convoy y a que la suerte no repitiese el inconveniente anterior… O, como resumía la pasajera anterior, «buscarse la vida«.
Incidentes como el que abre este texto se han convertido en una constante en las redes de Cercanías que operan en el Principado. Raro es el día en que, ya desde primera hora de la mañana (en la C-3, de lunes a viernes, los servicios comienzan a las 5.52 horas hacia Avilés y a las 6.43 hacia Llamaquique, mientras que en la C-1 los trenes con rumbo a Gijón empiezan a circular a las 5.42 horas, y sus homólogos a Llamaquique, a las 6.11), no se acumulan retrasos cada vez más acusados, que pueden llegar a rebasar la media hora, y que, en los peores momentos, han llegado a degenerar en la anulación de paradas a conveniencia o, incluso, en la suspensión de circulaciones completas. Los problemas, cuyo inicio muchos pasajeros sitúan en la entrada en vigor de la tarjeta ConeCTA y en el consiguiente aumento del número de usuarios, han sido justificados de varias maneras por RENFE: problemas en las vías o en la catenaria, obsolescencia de los trenes, escasez de maquinistas, averías concretas… Sin embargo, ninguna de esas razones ha logrado aplacar los ánimos de una masa crítica que se confiesa cansada de no poder confiar en la eficacia del servicio ferroviario asturiano.
«Es la misma película de siempre: te dejan tirado y, encima, se ríen de ti cuando les pides una solución«, estallaba Ramón Junquera, vecino de Cancienes y empleado en una de las fábricas ubicadas en el polígono de Las Arobias. Para este veterano electricista bajar del tren en San Juan de Nieva o en Avilés constituye una diferencia importante. «Desde Avilés tengo una caminata guapa hasta la nave y si, encima, voy con retraso, a ver cómo lo explico; San Juan, en cambio, me queda al lado», explica. A pocos metros de él, ya en el andén avilesino, otra pasajera, una joven con aspecto de ir camino de hacer sus prácticas académicas en algún centro sanitario de la ciudad, se sumaba al enfado de Junquera. «Si fuese un día, o dos, vale, pero ponte a explicar esto a los profesores todos los benditos días…«, se desahogaba, camino de los tornos. Un sentimiento común a casi todos los que ocupaban la estación en ese momento, y multiplicado por el recuerdo de «aquellos tiempos en que Cercanías iba como un reloj, pero, chico… Fue meter la tarjeta, y no sé si es que no contaban conque fuésemos tantos, o qué, pero esto es desastroso«.