Las terminales y apeaderos del municipio, tanto de ancho ibérico como métrico, languidecen por la falta de servicios y la ausencia de personal físico, mientras los usuarios reclaman «que se mejore la atención al viajero en tierra»
La situación del ferrocarril asturiano lleva meses oscilando entre el champán de las buenas decisiones y el reflujo de los desaciertos. Si, a finales del año pasado, la apertura de la Variante de Pajares ofrecía motivos para brindar, los frecuentes retrasos en Cercanías, la suspensión de viajes por la falta de maquinistas y, a mayores, el estado de las estaciones y apeaderos contribuyen a aguar ese buen sabor. Hoy, con la población asturiana aguardando como agua de mayo la entrega de los primeros diez nuevos convoyes de Cercanías, prevista para 2026, y mientras el Principado valora la supresión de aquellos apeaderos que registren un menor número de pasajeros para abaratar costes y agilizar trayectos, en el término municipal de Gijón, al igual que en otros concejos de Asturias, no son pocas las infraestructuras de tierra que languidecen por la escasez de servicios, la falta de mantenimiento y la ausencia de personal físico. Y el mensaje colectivo que sus usuarios trasladan tanto a ADIF, administradora de esas infraestructuras, como a RENFE, explotadora de los trenes, es claro: no hay queja alguna en potenciar servicios como los AVE, AVLO o AVRIL, pero no es tolerable que se descuiden unos servicios de proximidad entre poblaciones que, en la práctica, son los que harán posible la ansiada transición del vehículo privado al transporte público.
Poco es lo negativo que puede decirse de la estación Sanz Crespo. Pese a su carácter provisional, que no le ha impedido llevar operativa la friolera de trece años (los cumplirá este 28 de marzo), la terminal se beneficia de su condición de cabecera de las líneas C-1 de ancho ibérico hasta Oviedo, y de las de vía estrecha C-4 a Cudillero, C-5 hacia Laviana y C-5a, un ramal de la anterior que llega hasta la capital asturiana, además de servir de punto de partida a todos los trenes de Media y Larga Distancia que conectan la región con el resto de la Península. Por ello, su apariencia y los servicios que presta son de calidad razonable. La limpieza es frecuente, los aseos están siendo reformados uno a uno estos días y en la cafetería, explotada por la franquicia Más Cosas, no escasean los clientes. También los mostradores están siempre atendidos, las máquinas expendedoras de billetes funcionan, los paneles informativos están actualizados y los tornos cumplen su función. Sólo algunos desconches y bolsas de óxido en las marquesinas de los andenes, y ciertas papeleras parcialmente quemadas, rompen con esa aseada estética general. La misma que los usuarios valoran positivamente… Sin que sea suficiente.
Del «Nos aliviamos en el prao» en La Calzada al «Parece Chernobyl» en Veriña
«En general, no está mal; tiene todo lo necesario. Pero es fea; se nota que no la hicieron para durar», comenta Dorota Gayoso, vecina de La Calzada y usuaria habitual de la línea C-1, ahora que cursa una FP en Oviedo. Por comparación, la estación de la capital «es mucho más bonita, más luminosa… La de aquí, lo bueno que tiene es que se recorre con facilidad y no tiene escaleras, aunque se nos va a quedar pequeña con la alta velocidad». Esa preocupación no afecta a la ovetense Andrea Vallina, para quien la Sanz Crespo «está bien, y no creo que necesite mucho más de lo que da». Tampoco a Verónica Suárez, de Langreo, que sólo mejoraría «la disponibilidad de bancos, que son pocos; salvando eso, yo no tengo queja». El contrapunto lo ofrecen viajeros como Alfredo Graña, de Oviedo, descontento con «la pinta de abandono que tiene» y con «el tamaño; hay muchas aglomeraciones». O como Daniela Jarrín, residente en Porceyo y firme defensora de que el edificio «necesita un manguerazo bueno; da asquete ver la fachada y los andenes, aparte de que es muy cuadrado. A ver si con la intermodal hacen algo más digno. ¡Que somos la mayor ciudad de Asturias!».
Conforme los raíles de la C-1 se alejan del centro de Gijón, el lustre y los servicios de la estación principal comienzan a dar paso a escenarios progresivamente distintos, con cada vez más deficiencias. El apeadero de La Calzada, todavía integrada en el casco urbano de la ciudad, es pequeño y funcional, cierto, pero la taquilla está casi siempre cerrada, y un inoportuno mensaje de error digital dificulta la lectura de la información de las pantallas. Fuera del escueto edificio de acceso, en los andenes, abundan los adoquines sueltos, grafitis multicolores ‘decoran’ los muros, la herrumbre se ceba con unas barandillas que, en algunos puntos, están rotas y aguzadas, y la basura se acumula tras los bancos, en las parcelas de hierba que separan el apeadero de la cercana playa de vías de ADIF. Y, para María López, la carencia más importante… «No hay baño; eso es un engorro, porque tampoco es que los trenes pasen siempre a su hora, y si te toca esperar…». Con ella cierra filas Carlos Villagranda, padre del pequeño Alberto, de ocho años. «Alguna que otra vez nos ha tocado aliviarnos en el prao, porque como llevamos una racha en que la puntualidad no se cumple…».
Esa transición de mejor a peor se hace aún más patente en Veriña, última localidad en la que las líneas C-1 y C-4 coinciden, antes de separarse definitivamente. El paisaje industrial de la localidad es el telón de fondo perfecto para una estación, la de ancho ibérico, de ladrillo visto cerrada a cal y canto, erguida junto a un andén salpicado de vegetación, y rodeada por pequeños montones de basura, escombros, palés abandonados y señales de tráfico ferroviario desmontadas. Una pátina de suciedad negruzca, procedente de las chimeneas de las cercanas fábricas, lo cubre todo; incluso el paso elevado que conecta con la estación de la antigua FEVE, y algunas de cuyas planchas ya presentan desgastes y roturas, amén de la familiar capa de óxido. «Parece Chernobyl; se podría rodar una película aquí, porque entre que está sucia y no tiene más que lo básico…», se queja Paula Fernández, de Perlora, quien opina que «la de FEVE, con todo, está mejor, más limpia». Y es verdad que tanto el edificio como los andenes de ancho métrico lucen más cuidados, accesibles y luminosos, si bien, comenta el candasino Omar Rodríguez, «el problema es que nunca sabes por cuál de las dos vías van a pasar los trenes. Vale que te suelen esperar si están en el otro andén, pero si no te fijas, lo pierdes».
Continuando hacia Oviedo por la C-1, la siguiente parada dentro del concejo es Monteana, en plena zona rural, un sencillo apeadero con doble vía y dos andenes, cada uno de ellos dotado de una pequeña marquesina que alberga las máquinas expendedoras y de validación de billetes. No hay edificio, taquillas, aunque sí un amplio aparcamiento. De todos modos, nada de eso parece molestar a los usuarios, ya que, acota Luis Navarro, «el pueblo está al lado; en un minuto te plantas aquí, con todo hecho». Tres minutos más de viaje hacia el suroeste, y el Cercanías se detiene en Serín, parada final dentro del municipio de Gijón, y un término medio entre la anterior y Veriña. Aquí no se percibe suciedad industrial, cierto es, y el ambiente campestre aporta luminosidad, pero el histórico edificio, abierto en 1873, vuelve a estar clausurado, sin dar servicio alguno… E, incluso, con una de sus puertas metálicas presentando preocupantes signos de haber sido forzada. Tampoco la cercana caseta del guardagujas parece resistir mejor el paso del tiempo, abandonada y cubierta de pintadas, y no queda claro si las varias construcciones en ruinas que flanquean el conjunto le aportan belleza o decadencia. Sí hay una cosa clara, y de ello da fe, pese a sus dificultades con el español, el joven ucraniano Boryslav Kovalenko: «los andenes son muy estrechos. Cuando pasan los trenes, casi te rozan».
«Por lo menos, aquí tenemos farolas decentes», bromean los usuarios de Tremañes-Langreo
De vuelta en Gijón, embarcarse en los trenes de ancho métrico equivale a entrar en un mundo totalmente distinto, en una realidad marcada por esa penuria y deterioro que tan a menudo llenan las quejas de tripulaciones, personal de tierra y pasajeros. En el caso de la línea C-4, antes de alcanzar Veriña los convoyes, circulando a una velocidad lenta a menudo desesperante por la frecuente ausencia de doble vía y por el estado de los vehículos y la catenaria, sólo se detienen en Tremañes-Carreño y en Centro de Transportes, dos simples apeaderos que son poco más que un sencillo andén, una papelera, uno o dos bancos y, con suerte, una pequeña marquesina metálica, complementada, en el caso de la primera de ambas paradas, por el viaducto del camino de la Iglesia. Los grafitis, los desconches y el óxido vuelven a ser la norma, algo que también se da, pero a menor escala, en el cercano apeadero de Tremañes-Langreo, primer alto desde Gijón de la línea C-5, muy similar en cuanto a servicios a su homólogo de la C-4. «Por lo menos, aquí tenemos farolas decentes», bromea Carmelo Estrada, vecino de Tremañes de 79 años, y para el que el ferrocarril resulta fundamental a la hora de llegar a la ciudad. El humor, sin embargo, termina ahí; el estado del resto de las estaciones no invita a las bromas.
Obviando mil y un detalles, Sotiello podría ser la equivalente de la C-5 a Serín en la C-1. A diferencia de esa última, allí no hay viviendas cerca, pues las primeras casas de Cenero se hallan lejos, más allá de la carretera GI-4 y del polígono de Somonte, al oeste, y de la línea de colinas que oculta el pueblo de Sotiello, al sureste. Lo que sí hay es una estación previsiblemente clausurada, a tenor de la escasez de usuarios, aunque no en mal estado, pese a su longeva historia. Hay en ella, eso sí, un cierto aire de tiempos lejanos, que hacen fácil situarla en la década de 1940… O como plató de ‘La muerte tenía un precio’. A esa sensación ayuda un curioso letrero en su fachada, construido a modo de mosaico y que reza un hoy arcaico «¡Hablad bien! Por vuestra propia dignidad, por respeto a los demás… No blasfemar». A pocos metros, en cambio, dos antiguos edificios ferroviarios yacen en ruinas, deteriorados por el tiempo, el abandono y el vandalismo, junto a otros tantos depósitos metálicos que son hoy pasto de la herrumbre e irrecuperables; sólo un cartel de prohibición y una sencilla valla, todo ello fácil de sortear. En la playa de vías aledaña se acumulan los trenes y vehículos de mantenimiento, pero los servicios a los usuarios son prácticamente nulos. Por no haber, no hay ni máquina de validación.
Mejor aspecto ofrece Pinzales, con su estación también cerrada, aunque de apariencia más cuidada, a pesar de su construcción más sencilla y funcional. Quizá ayude a ello la cercanía de la población homónima, que propicia un mayor flujo de viajeros; entre ellos, Pablo Ardura, estudiante de Programación y habitante de Pinzales. «Yo no tengo problemas, pero por aquí vive mucha gente mayor, así que podrían poner, al menos, un cuarto de baño», argumenta. Por fin, el convoy recibe a sus últimos viajeros en suelo gijonés en La Aguja, un apeadero desnudo, salvo por la simple marquesina de metal, pero con una sorprendente abundancia de pasajeros; todos, eso sí, mayores de edad. «No le pedimos mucho más a este andén. Nos gustaría que hubiese un baño, o más bancos, porque cansa estar de pie cuando el tren se retrasa, pero… ¿Qué le vamos a hacer?», se resigna el veterano Celestino Menéndez. Ahora bien, no elude lanzar a ADIF una petición: que «limpien un poco el apeadero. Hay mucha pintada, mucha suciedad… Tampoco es tan grande como para que no se le pueda hacer una puesta a punto a la semana, ¿no?».
Y es que, más allá de deseos más operativos y concretos, el grueso de las demandas en lo que concierne al estado de los apeaderos y estaciones gijoneses podrían resumirse en una mayor atención. «Yo creo que las paradas dan la medida de la importancia que para un Gobierno tiene el pueblo en el que está cada una de ellas», teoriza desde Monteana Luis Navarro. Su pensamiento lo comparte en Sanz Crespo Dorota Gayoso. «En realidad, una estación es un lugar de paso. No echas mucho tiempo, pero debe tener lo mínimo: limpieza, iluminación, accesibilidad, una papelera decente… No sé, cosas que no hagan que te espante esperar al siguiente tren». Y un añadido que nace, fundamentalmente, de los usuarios de mayor edad: el regreso de los profesionales físicos. Una reivindicación de la que es firme defensor Celestino Menéndez. «Hay que mejorar la atención al viajero. No puede ser que todo se resuelva con un botoncito que, muchas veces, aprietas para nada, porque nadie te contesta», plantea. «Hay que mejorar esa atención. Si nos cuidan como pasajeros, nosotros cuidaremos de que los trenes se usen cada vez más».