La administración Trump tuvo consecuencias que, nos guste o no, afectan a nuestra vida cotidiana
El interminable recuento de votos de las elecciones estadounidenses del pasado 3 de noviembre centró la atención mediática en Europa durante casi una semana. Este despliegue, que ya quisiéramos ver ante los comicios europeos cada cinco años, ha sido objeto de crítica por parte de algunos sectores de la sociedad.
Es cierto que, a priori, puede resultar chocante que media Unión Europea estuviera pendiente de un puñado de votos en Georgia o Pensilvania mientras, a este lado del charco, nos enfrentamos a una durísima segunda oleada de la pandemia del COVID-19.
Sin embargo, creo que la atención que han suscitado estos comicios no es desproporcionada. Pese a haber perdido influencia desde los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, los Estados Unidos mantienen la condición de primera potencia mundial y continúan jugando un papel importantísimo en el tablero político internacional.
Dicho de otra forma, el giro de 180 grados que supuso el cambio de la administración Obama a la administración Trump ha tenido consecuencias que van mucho más allá de las fronteras estadounidenses y que, nos guste o no, afectan a nuestra vida cotidiana. Consecuencias que, de producirse una reelección de Donald Trump como presidente del país, probablemente se consolidarían y podrían convertirse en irreversibles.
No se trata solo de la normalización del sexismo, el racismo y la homofobia en la política global -que sería, sin duda, un inequívoco signo de involución e indecencia-, sino también del fin del multilateralismo, de la salida del segundo país más contaminante del mundo del Acuerdo de París y del avance de la política comercial trumpista -regida por el America first-, que incluye la imposición de aranceles a productos procedentes de Estados miembros de la Unión Europea (UE).
La elección de Biden-Harris ha sido recibida con alivio y alegría por parte de las instituciones de la UE
Así pues, está en juego mucho más de lo que puede parecer a simple vista. Los derechos civiles, el futuro del planeta o la posibilidad de comerciar con la primera potencia mundial afectan, qué duda cabe, al conjunto de la ciudadanía europea. También la resolución de la emergencia sanitaria global que vivimos depende del resultado de los comicios en Estados Unidos: frente al negacionismo de Trump, el presidente electo Joe Biden se ha comprometido a reincorporar a su país a la Organización Mundial de la Salud, referente del multilateralismo en materia sanitaria.
Por si esos motivos fueran pocos, las relaciones trasatlánticas, es decir, las que mantienen la UE y los países que la conforman con Estados Unidos, su tradicional aliado a nivel global, están también en liza. Es por ello que la elección como presidente y vicepresidenta de Biden y Kamala Harris, primera mujer que ocupará el cargo, ha sido recibida con alivio y alegría en las cancillerías europeas y también por parte de las instituciones de la UE.
Considerando lo anterior, creo que la atención mediática prestada por los medios de comunicación europeos a estos comicios queda sobradamente justificada. El mundo afronta actualmente ingentes retos de todo tipo -climáticos, sanitarios, económicos, sociales y demográficos, entre otros- a los que ningún país ni organización, por muy poderoso que sea, puede responder por sí solo.
En consecuencia, es fundamental que exista un clima de cooperación entre los distintos países del mundo, Estados Unidos incluido. No solo está en juego el futuro de los ciudadanos de Wisconsin. También lo está el de los vecinos y vecinas de Ceares, Contrueces o el Natahoyo. La partida internacional y la local son interdependientes, y ambas merecen ser jugadas.
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