
Rehabilitar una fachada no suena tan épico como transformar Gijón

Ocupada en cosas importantes para, en palabras textuales, realizar la “mayor transformación desde los años 90”, la concejalía de Urbanismo centra sus esfuerzos en la epopeya de cambiar Gijón.
Mientras tanto, en una dimensión paralela menos heroica, comunidades de vecinos y profesionales del sector se devanan los sesos intentando entender por qué las subvenciones municipales para rehabilitar fachadas brillan por su ausencia. Bajo el mando de Jesús Martínez Salvador, la concejalía parece haber decidido que los expedientes se tramiten a ritmo piano, dejando a los vecinos colgados entre andamios y facturas.
Los vecinos llevan tiempo avisando, con más resignación que esperanza: el problema no es nuevo. Las quejas se acumulan, pero claro, en medio de tanta transformación histórica, desbloquear partidas presupuestarias para algo tan mundano como arreglar una fachada parece una trivialidad. Ahora, eso sí, se ha anunciado la liberación de un millón de euros, aunque con la misma precisión que un horóscopo: nadie sabe exactamente cuándo, cómo ni si llegará a las obras ya hechas.
Lo que se había anunciado como prioridad vuelve a quedar relegado a ese cajón misterioso donde van a morir las promesas municipales, allá donde pronto veremos el soterramiento del Muro. Y mientras tanto, las cifras hablan por sí solas: aún quedan por abonar 13,5 millones de euros y los expedientes se cuentan por más de 100. El año pasado, se destinaron apenas 320.000 euros. Si de verdad piensan tenerlo todo pagado en 2027, necesitarán más que discursos grandilocuentes: necesitarán una calculadora… y algo de voluntad.
El drama cotidiano, ese que no sale en esas ruedas de prensa grandilocuentes, se cocina a fuego lento. Muchas comunidades arrancaron las obras confiando en unas ayudas tan comprometidas como esquivas, y lo hicieron tirando de créditos. Resultado: vecinos con pensiones mínimas pagando letras que compiten en altura con sus propios edificios. Hay personas mayores pagando más de 200 euros al mes; si esto sigue así, el esfuerzo es sencillamente imposible.
Las ayudas no eran solo una cuestión de estética urbana, también suponían empleo, eficiencia energética y una mínima sensación de que el Ayuntamiento sabía lo que hacía. Pero los criterios técnicos, el papeleo infinito y la información difusa han conseguido lo que parecía impensable: que rehabilitar una fachada se haya vuelto más complicado que la propia “transformación” de la ciudad. Y ya no entro en el retraso que sufren las empresas constructoras en obtener los permisos para nuevas edificaciones. Sin duda, otro tema pedestre ante lo que de verdad importa: la grandeur gijonesa.