¿Por qué solo contaminan esos coches que no pueden acceder al distintivo ambiental y si mentamos chimeneas y Arcelor miramos para otro lado imitando al faraón?
Me cuenta una vecina que se rinde, que ya no puede más. Vende su Ford Escort en buen estado y a un precio de chollo. Nunca durmió en garaje, reconoce con pesar, y admite su condición de burguesa de otro tiempo, por el coche, y de este por su sueldo. Claro con un Ford Escort en Cimavilla qué va a decir. También tiene bici (no juzgue a la ligera) y una familia. A veces hace la compra en un centro comercial y dos sábados al mes cuando llega el verano, se va a pasar el día a la playa, en Llanes, con sus hijos. A la vuelta procura llegar tarde, de noche, para encontrar aparcamiento en el barrio. Algunas veces tuvo que dejar el coche en Fomento y en otras no le quedó más remedio que pagar el parking ese del demonio. El que mira curioso a Tabacalera.
Hace años un bolardo marcaba la frontera entre los coches del barrio y los de fuera, hasta que hicieron el parking y desapareció el bolardo-guardia urbano. Las diez de la noche es la hora límite para las «cenicientas conductoras» que no duerman en el barrio alto, antes de esa hora se puede estacionar alimentando previamente al parquímetro, al rico níquel. Y ya se sabe que algunos si pudieran meterían el coche a la puerta del chigre donde se disponen a comer y beber. Sin olvidarme del turista comodón que pretende conocer el Cerro y el Elogio pero con su vehículo a tiro de piedra o los moderniellos de furgoneta-hogar que toman el Skatepark el fin de semana.
Mi vecina comenta que ella viajaría con su familia de buena gana en tren o en autobús a diferentes lugares de Asturias. Pero eso, como bien sabe cualquiera que no viva en los mundos de Yupi, es imposible. Yo le digo que intente tomar un café con el concejal de Medio Ambiente y Movilidad: Manuel Aurelio Martín González. Él es un hombre del pueblo, un tipo dialogante, con americana pero sin corbata. Que le pregunte: ¿por qué se quitan aparcamientos para los vecinos y se liberan como terrazas para bares y restaurantes? ¿Por qué un constructor puede cortar media calle o calle y media a la hora de rehabilitar o demoler un edificio sin compensar después a la vecindad por las molestias causadas? ¿Por qué en cualquier evento municipal se reservan plazas en la valiosa zona azul para autoridades que en ocasiones ni aparecen? ¿Por qué solo contaminan esos coches que no pueden acceder al distintivo ambiental y si mentamos chimeneas y Arcelor miramos para otro lado imitando al faraón?
Sin hablar de las procesiones precovid de Semana Santa, con calles cortadas por la policía local y nacional. Son muchas las preguntas, las de mi vecina y las mías. Un amigo que vive en Fuerte Viejo, burgués de tercera, como el menda lerenda, me confesaba hace un par de días que dejaba el coche de cualquier manera entre San Pedro y el Castro Romano. Y que prefería pagar una o dos multas antes que sudar la gota gorda buscando hueco para el carro o pagar una cochera. Mi vecina no está por la labor, prefiere el martirio a saltarse norma alguna. Andaba disgustada la pasada tarde por culpa de un encuentro poco afortunado con un poli local con aires del Clint Eastwood más duro. Ella quería dejar su Ford Escort en la curva que jalona La Casa les Pieces con el par de viejos cañones como testigos. El poli negaba con el índice. -Ahí está prohibido aparcar- le gritó. -Es una entrada para vehículos de emergencia (bomberos, ambulancias)-. Ella no encontró señal que advirtiera lo que el municipal le acababa de comentar, se lo hizo saber. Y el uniformado con una suficiencia insultante le espetó: -tampoco en la autopista hay señales de prohibido estacionar y usted no para y aparca su coche-. Mi prudente vecina volvió al volante y movió su coche, durante cincuenta minutos, buscando el hueco imposible pegado a la acera. Entre skaters, surferos, mortales con cámaras, jóvenes con sonrisa de anuncio y camisas de flores con piernas. Bullicio del que mola, en un primer día de vacaciones. Disfrutando de un suave y lento atardecer en Jovellanos City, con un lejano Madrid a la espalda, dispuestos a conocer los tópicos asturianos, preguntándose mientras piden otra botella de «sidriña» cómo sería vivir en este barrio… y de repente pasa otra vez esa tía en un Ford Escort rojo con más años que el hilo negro…