Vecinos del barrio denuncian la inacción del Ayuntamiento ante un problema que «lleva escalando desde hace un año», y cuya ‘zona cero’ sitúan en cierto local de la calle Artillería; el último incidente, el destrozo del escaparate de la carnicería Brisamar
Es mucho, y muy variado, el combustible que, de un tiempo a esta parte, alimenta el malestar que reina en Cimavilla. Su deficiente conexión mediante transporte público con el resto de Gijón, la proliferación del turismo de masas, el cada vez más prohibitivo precio de la vivienda, la escasez de infraestructuras básicas, las pintadas en sus fachadas… Sin olvidar una manera muy concreta de entender el ocio nocturno que, cada fin de semana, vuelve a hacerse patente en sus calles y plazas. Y es ese último elemento el que ha vuelto a llevar a los vecinos del ‘barrio alto’ a alzar la voz contra el Ayuntamiento, clamando por una solución rápida y eficaz a ese problema que podría resumirse con una palabra: botellón. En un escrito remitido a los medios, varios lugareños inciden en los perjuicios que causa a la tranquilidad de la zona, en forma de ruidos, micciones, vomitonas, peleas y, en ocasiones, destrozos de elementos del mobiliario urbano y de propiedades privadas. Todo ello, denuncian, «sin apenas presencia policial preventiva».
«Desde hace aproximadamente un año se han vuelto habituales los botellones en la calle Castro Romano y en la plaza de la Soledad, zonas en las que no existe oferta de ocio nocturno», detallan en el texto los autores del mismo. Dichos focos, ahondan, al estar «más apartados» de aquellos en los que sí abunda la oferta hostelera, «se han convertido en punto de reunión». Especialmente desde que entrase en servicio cierto local ubicado en la cercana calle Artillería, verdadero imán para decenas de jóvenes que se concentran cada semana ante su puerta, llegando al extremo de «bloquear la zona y dificultar el paso de vehículos». Los efectos son fáciles de imaginar: con el paso de las horas esa marabunta humana «acaba extendiéndose por las calles colindantes para continuar el botellón, utilizando portales y fachadas como baños improvisados, y dejando la zona en condiciones insalubres; cada fin de semana la zona amanece en un estado lamentable, y somos quienes vivimos aquí los que sufrimos las consecuencias».
La gota que colmó el vaso se vivió en la madrugada de este sábado. El escaparate de la conocida carnicería Brisamar, situada en la mencionada calle Artillería, amanecía destrozado y, para más inri, ‘decorado’ con vomitonas cercanas y un persistente olor a orina. Ni qué decir tiene que ese detalle, unido a todo lo anterior, ha agotado, una vez más, la paciencia de un vecindario harto de sentirse excluido por las autoridades locales. «entendemos que los jóvenes tengan derecho a divertirse -todos lo hemos hecho-, pero no a costa de perjudicar a los vecinos, ni de deteriorar el barrio», reflexionan los autores del escrito. Y concluyen reclamando al Gobierno gijonés que destine mayores medios a la vigilancia nocturna los fines de semana en Cimavilla, y que multiplique sus esfuerzos para tratar de acabar con las consecuencias más lesivas que lleva aparejada la práctica del botellón. «La sensación es que nadie está actuando para frenar esto», lamentan.
¿Por qué se oculta el nombre de este local?:
Especialmente desde que entrase en servicio cierto local ubicado en la cercana calle Artillería, verdadero imán para decenas de jóvenes que se concentran cada semana ante su puerta, llegando al extremo de «bloquear la zona y dificultar el paso de vehículos»