Volver a Garci es volver a 1982 y comprender que España se abrazaba a la socialdemocracia, a un Sporting que aspiraba a todo, capaz de llevarse un Oscar gracias a una ciudad deprimida y esperanzada, a pesar de la crisis económica, a pesar de la bruma
Se cumplen 40 años del rodaje de ‘Volver a Empezar’ y aunque todavía no hemos llegado al estreno, en marzo de 1982, ya estamos todos recordando las idas y venidas de Garci por Gijón, junto a Antonio Ferrandis, José Bódalo y Agustín González. Esto tenemos que hacérnoslo mirar porque es muy sintomático. El psicoanalista nos diría que necesitamos abrigarnos en la melancolía y la nostalgia.
Si la nostalgia fuera un género literario, está claro que Garci sería un maestro. Se diría que José Luis vive encerrado en un almacén de recuerdos en el que se apilan novelas, ensayos y centenares de bobinas de celuloide acumulando polvo que sólo su estilo es capaz de hacer volver a brillar. Porque de eso ha ido siempre el cine de Garci, la literatura de Garci, incluso su manera de ver el cine de los otros, a través de los ojos y las palabras y la voz de Garci.
‘Volver a empezar’ es un seminario de 80 minutos sobre el arte de morirse, el arte de recordar, el arte de vivir en el pasado, entre el canon de Pachelbel y el Begin the Beguine de Cole Porter. Lo malo de la nostalgia es que siempre es contagiosa. Volver a Garci es volver a 1982 y comprender que España se abrazaba a la socialdemocracia, a un Sporting que aspiraba a todo, capaz de llevarse un Oscar gracias a una ciudad deprimida y esperanzada, a pesar de la crisis económica, a pesar de la bruma. El caso es que todo el cine de Garci es un devenir nostálgico, fantasmagórico. Sucede con el viejo Nobel paseando por el Muro como un moribundo al que le quedan dos telediarios, pero también con ‘You are the one’, que es la nostalgia del amor imposible, o el ciclo galdobarojiano que comenzó con ‘El abuelo’, interpretado por Fernando Fernán Gómez y continuó con ‘Historia de un beso’ y ‘Luz de Domingo’, junto a Landa, nostalgia noventayochista, envenenadamente literaria. De todo lo que vino después siempre es preferible no hablar, porque la nostalgia también admite aberraciones y uno es cruel, pero sólo lo justo y necesario.
De qué nostalgia se compadece Garci. Es una nostalgia vitalista que, efectivamente, reclama que todo tiempo pasado fue mejor. No hubo otro Gene Kelly que bailara y cantara como él bajo la lluvia. Todo su cine es una región que enarbola el blasón de la nostalgia inquebrantable ante la resignación, la tristeza y la ira, es el único lugar donde fuimos capaces de afirmar que el mundo se derrumbaba mientras nosotros nos enamorábamos, la que se deleitaba con la perversidad hitchcockiana, la que se extasiaba con John Wayne abandonando a su familia en el cañón del Colorado, la que reclamaba el talento de Neville, Tono, Jardiel y Mihura, sin signo y sin bandera y con borbotones de ironía, la que celebraba al 27, a Buñuel, a Chaplin, la que se regocijaba con todos los cómicos de nuestro país, esa nostalgia socialdemócrata que operaba sin una crítica radical y es hoy perfectamente asimilable al tradicionalismo y al discurso más conservador, porque la nostalgia no perturba, tan solo hace que nos suba la fiebre un par de décimas y veamos las cosas con el filtro Moon de Instagram.
El problema de Garci es que siempre se sintió más cómodo en su marginalidad que en la esperanza colectiva, como si viviera atrapado en una celebrada melancolía que ni siquiera la realidad ha sido capaz de disipar, como una columna densa de humo exhalada por uno de sus cigarrillos desde un sofá solitario mientras los ricos bailan, admitiendo quizá las tensiones personales con su propio pasado, como todos las tenemos, resignado a saberse por todas ellas derrotado. Todos sus anhelos miran hacia otro tiempo. El artista melancólico vive en el celuloide, sin expectativa alguna de que su deseo conecte ya con el presente, menos aún con el futuro. Pero hay algo épico, fordiano, admirable en todo esto: no consiste en renunciar al deseo, sino en negarse a ceder hasta el final.