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Es lo que parece desprenderse de los nuevos dogmas de la izquierda: los que no puedan pagarse un loft en Malasaña, que se vayan a cualquier aldea de un poblachón manchego que los alcaldes están que lo regalan
Me admira esa gente que decide irse a vivir al campo. De pronto se cogen el portátil, como quien se echa la manta a la cabeza, y abandonan la ciudad. La España vacía de Sergio del Molino fue la confesión de una España demográficamente vieja y desértica que se había ido a la gran ciudad harta de tanta soledad, de tanto ostracismo y así en este plan. Nadie le había sacado hasta entonces tanto partido editorial a una evidencia. Ahora irrumpe la idea de volver al agro, e irrumpe como esa mala conciencia que le viene a uno inesperadamente por no poder tener familia, porque Pedro Sánchez no promueva fiscalmente la natalidad y por todas esas cosas que la joven escritora Ana Iris Simón le reprochó hace un par de semanas al presidente del gobierno durante la presentación de la España de 2050.
La visión salvífica e idealizada de volver al pueblo parece venir también acompañada de una concepción del pasado más fértil que del presente. La verdad es que yo me quedaría a vivir en una playa nublada y vacía, pastoreando mis deseos como un perro de aguas los caminos brillantes de la sal, los surcos sencillos del agua en la arena que van a desembocar al mar, todo como un paisaje romántico, atávico, solitario. Se piensa que hay que volver al agro, a una vida sencilla, porque en estos momentos es lo más anticapitalista que uno se pueda echar a la cara. Yo no lo tengo tan claro pero es lo que parece desprenderse de los nuevos dogmas de la izquierda. Los que no puedan pagarse un loft en Malasaña, que se vayan a cualquier aldea de un poblachón manchego que los alcaldes están que lo regalan.
La izquierda comienza a replantearse la vida urbana y si esa vida, realmente, es peor que la de sus antepasados. Tiene razón mi buen amigo Xandru Fernández cuando afirma en la revista CTXT que todas las utopías de la aldea perdida se sustentan en la constatación, difícil de rebatir, de que el capitalismo es un asco, pero en realidad, lo que hacen es convertir el pasado en una profecía, a falta de demostración empírica de que cualquier tiempo pasado fue mejor.
En cualquier caso, el reclamo de la vida en el campo es hoy más intenso que nunca. Si el campo asturiano es un negocio, si el cooperativismo ha dignificado la avellana de Infiesto, si el huevo de gallina le concedió la independencia a su criadora y si el emprendimiento está en la anchoa, vienen a ser titulares que exponen la proyección inversa del éxito que a lo largo del pasado siglo XX propalaba la gran ciudad. La literatura no escapa a este rollo. Todo escritor moderno aspiró siempre a escribir la gran novela americana. Recuerdo a Dennis Lehane, el autor de Mistyc River, confesarme mientras se comía una fabada en la zona rural de Gijón, que su mayor aspiración consistía en escribir la gran novela urbana de Boston. Pues bien, los intelectuales de izquierdas de hoy quieren escribir la nueva aldea perdida, dirigir el nuevo Surcos. Reivindican a Delibes sin citarlo. Y en esas estamos.
Uno es un dandy feo, urbano y sentimental, porque hasta el dandysmo cambió los castillos de la campiña por los palacios de la gran ciudad, a la manera de Balzac. Pero uno tiene también sus días rústicos, el asalto de la memoria selectiva, cuando uno, de niño, iba a visitar a su bisabuela a uno de esos pueblos leoneses hechos de barro, como lo era Campazas, y se asombraba del misterio animal de los establos, del caballo inmenso, rotundo y percherón que olía a paja, a trigo, a cebada, con toda la bondad quieta y serena que tienen todos esos animales. Parte de mi infancia era aquel tiempo de verano, en aquel páramo roto por la verticalidad de un campanario, una cuantas casas de adobe y la ceniza del tiempo interrumpido por los resoplidos de un caballo en mi recuerdo. Hoy todo eso no es ni siquiera nostalgia. Solo es el acto reflejo de aprehender la levedad de la vida y confirmar cómo ésta se hace soluble en las entrañas de la ciudad.