Se cuestiona a la mujer que deja su trabajo para cuidar de sus hijos y también a la que delega esta parte para dedicarse a su trabajo. Sin embargo, no veo ese juicio ni la inquietud de tener que decidir a qué renunciar en los hombres
Vengo de una familia sidrera, profesión y sector que tradicionalmente ha sido siempre destinado a los hombres. Es una cuestión de cultura, no se nos ha educado para hacernos un hueco en este mundo. Pero hemos podido cambiar cosas.
En la tercera generación, la de mis padres, tías y tíos, se decidió tomar en cuenta también a las mujeres de la familia, del mismo modo que a los hombres, para que estas fueran también accionistas y formaran parte de la empresa. Fue en esa época, en torno a los 90, cuando se dio entonces un primer paso hacia la igualdad en nuestra casa.
Pero los puestos relevantes, la toma de decisiones, las reuniones en torno a un tonel para aprender y formar a las generaciones futuras, seguían pensando solo en masculino. Nacer en esta familia siendo mujer ya predecía el lugar que te tocaba ocupar en ella.
He crecido viendo a mis abuelas, tías y madre trabajar sin descanso y felices por ocuparse de sus familias y aportando también a la empresa familiar, sacando adelante las actividades propias de un llagar y además dando soporte logístico con comidas del personal, con el cuidado de la casería, los animales y siendo el pilar fundamental en la crianza de los hijos y cuidado de los mayores.
Un trabajo invisible, que no parecía nunca tener recompensa o reconocimiento. Cuando ellas sustentaron el crecimiento de nuestra empresa familiar y apuntalaron los cimientos en los que nos sostendríamos todos.
Este recuerdo me hizo pensar en el reconocimiento que hacemos cada año con motivo de la salida al mercado de Sidra sobre la Madre. Donde ponemos el foco y visibilizamos a través de un pequeño homenaje a Las Madres de la Sidra, que no son otras, que todas esas mujeres, que como las de mi familia, han contribuido al cuidado de la cultura sidrera asturiana y su legado, con su sacrificio y esfuerzo desde la sombra y la prudencia en la que también se nos ha educado.
Creí que era momento de hacer algo así en Asturias. En realidad, era mi forma de darle las gracias a todas esas mujeres que nos han marcado el camino y nos han permitido llegar hasta aquí.
Si bien venimos de eso, una empresa familiar es sinónimo de compromiso e implicación, pero también lo es de flexibilidad. Al igual que hicieron mis abuelos aplicando cambios en la tercera generación, motivados por el amor hacia los nuestros más allá del género.
En la cuarta generación, la mía, todos sin excepción, hombre y mujeres, tuvimos las mismas oportunidades. Y de forma natural cada uno fuimos ocupando puestos de trabajo conforme solamente a nuestros estudios, experiencia o capacidades.
Al día de hoy Sidra Trabanco tiene al frente de sus puestos directivos y toma de decisiones a las personas más capacitadas para ello, basándonos en el talento y no en el género, algo de lo que me siento profundamente orgullosa. Nuestros padres han vivido el cambio y han participado de él, orgullosos creo, de comprobar que nosotras ya no nacimos para trabajar en silencio ni a la sombra, nacimos para poder liderar sin complejos ni miedo.
Sé que soy afortunada por no haber vivido la presión de ser mujer en mi trabajo, más allá de lo que hoy os cuento, y que la realidad de muchas se encuentra más comprometida. Pero en este tiempo también me transformé en mamá y ahí sí comprendí a todo lo que, como mujer, debemos enfrentarnos.
Me ha sido más complicado ser madre trabajadora que mujer trabajadora. La maternidad llega a nosotras de una manera primaria y salvaje. Aprendemos a ser madres al mismo tiempo que nuestros hijos nacen y crecen. Nos volvemos cuidadoras por instinto y empezamos a asumir una carga, que hasta ese momento, al menos yo, nunca había sentido antes.
Puedes ser perfeccionista e implicada con tu trabajo hasta el detalle, energía que regalas encantada a tu crecimiento laboral y personal. Pero nadie nos cuenta que la maternidad va a exigirte esa misma dedicación y total entrega al proyecto que tienes entre manos, que no es cualquier cosa.
Cuidar, criar, educar y dar seguridad a tus hijos pasa a ser tu mayor prioridad en la vida, tanto, que esa lucha por seguir manteniendo el nivel laboral y que no se note que has sido madre, hace que te dejes la piel. Y tu bienestar personal y dedicación dejan de existir, porque todo se lo entregas a los demás para poder seguir llegando.
Vivir con esta presión no es algo autoimpuesto. Es parte de la sociedad en la que nos está tocando vivir. Se cuestiona a la mujer que deja su trabajo para cuidar de sus hijos y también a la que delega esta parte para dedicarse a su trabajo. Sin embargo, no veo ese juicio ni la inquietud de tener que decidir a qué renunciar en los hombres.
Soy consciente de que he podido seguir trabajando gracias a la ayuda de mis padres y suegros. Y es una pena que esto dependa del soporte que tengas, bien económico o familiar.
La crianza y nacimiento de un hijo debe ser importante no solo para uno mismo, debe serlo para la sociedad, debe ser importante para la empresa que te contrata, debe ser lo suficientemente importante para educar en la corresponsabilidad de los futuros padres y dejar de poner el foco de la crianza solo en la madre. La sociedad debería ser más consciente y amable con el cambio que aún necesita.
Nada me gustaría mas que tener la certeza de que a mi pequeña y a su generación ya no les tocará vivir estas cosas, porque hemos sabido cómo afrontarlo hoy.
¡Sí!, aún hay mucho por lo que seguir peleando.
Yolanda Trabanco es directora de ventas, marketing y comunicación de Sidra Trabanco y del restaurante Casa Trabanco y Eventos Trabanco