Este viernes asistí al concierto que Zahara ofreció en la Sala Estilo de Oviedo para acercarnos su universo en la gira ‘Puta‘. Ya había tenido la suerte de poder disfrutarla en una versión mucho más descafeinada hace dos años en el teatro de la Laboral de Gijón. Pero esta vez esta mujer vino a removernos todos los recodos del espíritu. Vino a hablar de lo trágico de forma explícita. Vino a hablar de los miedos, la pena, la rabia, el odio, la fragilidad. Ponerlo encima de la palestra y convertirlo en abrigo, en herida que supura colectivamente y se cicatriza a través de la música. A través de un proyecto musical visceral y rotundo. Rozando lo apabullante.
María Zahara Gordillo Campos, cantante jienense por todas conocida como Zahara, está mostrándonos con este nuevo trabajo su capacidad para abrirse en canal, sacar su corazón y hacérnoslo comer a bocaditos pequeños. Lo que viene siendo una barbaridad poética. Muchos la recordamos en sus inicios como una cantante modosita y discreta, con temas muy melancólicos y susurrantes, agarrada a su guitarra cantautora, sencilla, discreta. ¿Qué le ocurre a una cantante para transformarse con los años de oruga a mariposa destelleante? ¿Qué vapulea y hace zozobrar al personaje y a la persona para llegar a convertirse en altavoz de tantas almas que han sufrido acoso sexual a lo largo y ancho de sus vidas?
La respuesta está en todas y cada una de las canciones que conforman el disco que en toda su extensión es una herida abierta. En él se funden y empastan a la perfección en este directo acribillante momentos pop, dance bailable, ambient y épico, punk, y hasta fragmentos de spoken word y coqueteos con el trap. Las programaciones electrónicas bailan con la copla, Zahara baila el “pena penita pena” como bis mientras Lola Flores regresa de entre los muertos para recordarnos lo vivos que aún seguimos. Y ella que baila sola en el escenario, y sus momentos de trance absoluto. Y la libertad, y el dolor que amarga cuando vomita sus letras pintadas para la ocasión. Letras que hablan del bullying sufrido en su infancia/adolescencia, de los abusos permitidos en sus relaciones de pareja (aparentemente sanas) pero que la cercenan y ahogan. De las burlas soportadas por la persona que eligió amar, del chismorreo de los demás, de la etiqueta “puta” que te persigue por ser mujer sintiente y amante, de las concesiones diarias a excesos carnales socialmente bien vistos.
Su canción “Merichane” define bien todo lo que acabo de escribir. “Merichane” es el apodo con el que se conocía a Cleopatra por su habilidad con el sexo oral. Su significado real vendría a decir “La boca de diez mil hombres”. Así la señalaron a ella durante doce años en el colegio, como la puta del pueblo. Así fue como se forjó la muñeca rota, la muñeca que recoge sus pedazos, los transforma y se recompone sabiéndose rota. Zahara nos ha abierto a una nueva concepción de la cantante de lo social pero partiendo del horror más personal. Hay que tener un nivel superior de valentía para plasmar en un disco tantas caras de la bestia, y no morirse de miedo. Hay quién la ha vetado por mostrarse vestida de virgen y abanderándose prostituta. ¿Quién no ha entendido la metáfora?
Probablemente “Puta” vaya a pasar a la historia no sólo como un disco, una gira, o una canción. Pasará a la historia como el camino marcado hacia la liberación, ahogando la vergüenza y proclamando nuestra emancipación sexual, pero la de verdad, no la que todos quieren o desean aprobar.
“Yo estaba de rodillas pidiendo perdón a vuestro Dios por no saber decirle que no”.
Y nosotras también.