«Es lento», vociferaban «los senadores» de la tribunona, hasta que vieron de lo que era capaz a balón parado. Metió 14 goles como 14 misiles en 170 partidos de liga
Después de diez temporadas intachables en el Sporting llegaba por fin el partido homenaje para Víctor Hugo Doria. Un enjambre de nervios y pena decidió ese día anidar en el estómago del imponente patagón. La comida resultó ligera y pasó la tarde atrincherado en El Molinón. No sabía si podría pisar por última vez el verde en su estadio del alma. El 14 de mayo de 1983 diluviaba en Gijón. El pequeño Gerardo agarró la mano de su padre y le dijo: «Papá se va a inundar todo, qué manera de llover».
Doria se preguntaba si los aficionados tendrían a bien despedirse de aquel central que era reserva en San Lorenzo de Almagro y capitán general en la retaguardia rojiblanca. Cuando salió del túnel de vestuarios pudo contemplar con emoción a esa numerosa hinchada que no abandonaba a su central querido en su último partido.
Rodeado de compañeros, recibiendo el cariño de sus compatriotas: Valdano, D’Alessandro y Maradona que no pudo jugar por una lesión tan inoportuna como misteriosa. Fue feliz Doria en Gijón, con el frío, la lluvia y el barro en contra. Fue feliz sin el apoyo decidido de una directiva que pretendió buscarle acomodo en la liga francesa, cedido o traspasado. «Es lento», vociferaban «los senadores» de la tribunona, hasta que vieron de lo que era capaz a balón parado. Metió 14 goles como 14 misiles en 170 partidos de liga y 8 en 43 encuentros de copa. Cada falta o penalti venia acompañado de un silencio que se iba disfrazando en murmullo a la vez que «el negro» colocaba la pelota y pateaba. Zapatazo de Doria y gooooool!!
Estruendo, alegría, festejo, golazo de un central discreto, sosegado. Nunca se complicaba la vida, sabía anticiparse al regate del delantero y adivinaba el punto exacto donde caía llovida la pelota.En 1982 se jugaba el Sporting la permanencia contra la Unión Deportiva Las Palmas en el postrero match de la temporada. Ganó el club asturiano 4-0 con un primer gol de falta directa, lanzada con maestría y potencia por el defensa argentino. luego llegaría uno de Jiménez y dos de Gomes, pero el desatascador fue un jugador que soñó con ser futbolista al sur del sur despertando en un norte del sur que veneró y venera al «negro» Doria.