«Que la desafección y la decepción no oculte las diferencias entre un pensamiento democrático y otro que no lo es»
Parece que vuelven las nieves, regresan a su lugar habitual llegado enero, parecido a lo que acontece a la sociedad tras el apagado de las luces navideñas. La ciudad retoma su abrazo a la luz de las farolas, alejada de infidelidades de colores, las calles, taciturnas, se ocupan con las rutinas del día a día, las terrazas vuelven a ser asiento de habituales, y las aceras, poco a poco, se deshacen del confeti olvidado por la Navidad.
Con las nieves, con la cotidianeidad, empieza un año, otro más, al que se le debe mirar con la expectativa y la esperanza que provoca nuestro caminar de trescientos sesenta y cinco pasos, ya menos. En esa manera de afrontar el nuevo recorrido, siempre es bueno pensar que, en nuestra ciudad, en nuestros barrios, en nuestros mismos bloques de casas, cerrado cada piso con puertas blindadas para no dejar ver ni realidad ni sentimientos, las expectativas y las esperanzas difieren, pues, a nuestro lado, para aquella persona con la que nos cruzamos en la mañana, todos los días, en el mismo punto, a la misma hora, estos meses serán diferentes pues son desiguales nuestras realidades.
La comodidad de mirar nuestro propio mundo es la habitual manera de pasear por la vida mirando a través de esas inevitables cataratas de egoísmo. Esa cotidiana opacidad del cristalino, esa pequeña telilla que vela y condiciona nuestra manera de ver, se ha formado, y lo sigue haciendo, por aspectos como la información genética, que nos ayuda a sobrevivir, la conducta aprendida a través de la historia humana, o el peso de la sociedad que, como una mochila a nuestra espalda, nos va poniendo referentes de comportamiento. Todos y todas, en mayor o menor manera, reflexionándolo o no, en una visión menos colorista y con menor brillo, pensamos en nosotros mismos, creemos que las verdades son nuestras verdades, actuamos siempre con un ojo hacia nuestros propios intereses, mirando, por ello, a través de una ventana escarchada.
Frente a ese cristal empañado, valiéndose de la evolución y el desarrollo humano, se crean, conscientemente y con finalidades claras, elementos de compensación social que permiten aminorar la fuerza y la capacidad del egoísmo a la hora de condicionar la vida común para mejorar el día a día del conjunto. Entre esos mecanismos compensadores, se encuentra la construcción paulatina y cambiante del marco social en el que nos movemos, que facilita y permite nuestra vida, basándose en derechos y deberes, libertades, individuales y colectivas, normas, leyes y comportamientos. Construcción delineada por uno de los elementos fundamentales de compensación del egoísmo social: la acción política.
Soy consciente de la decepción ciudadana, del incremento de la abstención en los colegios electorales, del desafecto y el rechazo a participar y creer en la vida política, pero, ante ello, defiendo con pasión la política como la actividad humana, la mirada y el pensamiento, individual y colectivo, que tiene como fin último dirigir la acción en beneficio de la comunidad. La política se debe entender siempre como un servicio público cuyo objetivo es la transformación de la realidad para la mejora del conjunto de la sociedad. Un servicio público ejercido con errores, sin duda, con equivocaciones, sin duda, pues la humanidad está llena de ellas, pero con el pensamiento de que la meta de toda persona que trabaja en política debe ser los demás, debe ser la sociedad, debe ser el conjunto de personas que la forman. Por ello, el egoísmo, en política, invalida el fin de la propia política.
Es más que evidente que toda persona tiene ideología, y en ella está la forma de mirar y de ver el futuro del mundo y de la sociedad. Cualquier pensamiento político que anteponga los intereses del conjunto sobre los propios, que defienda la igualdad y la tolerancia, los derechos, que busque la mejora de la sociedad como conjunto de individualidades, debe ser defendido, pues, como colectivo que somos, tenemos diferentes visiones ante las mismas realidades, siendo necesaria la variedad de miradas, sin dar la espalda a aquello que defendemos y en lo que creemos, para la toma de decisiones. Es la grandeza de la democracia, el lugar en donde cabe la diferencia de pensamientos.
Que la desafección y la decepción no oculte las diferencias entre un pensamiento democrático y otro que no lo es. Que las necesarias discrepancias ideológicas, dentro del marco social establecido, faciliten y mejoren nuestra vida, la de todos y todas, pero no dejando espacio a maneras de pensar que se basan en la confrontación, en donde las diferencias se ven como elementos negativos, en donde algunas orientaciones sexuales se miran como enfermedades, en donde el lugar de procedencia te da derechos o te los quita, en donde la igualdad jamás tendrá nombre de mujer, en donde las expectativas y esperanzas dependen del color de la piel, en donde el “yo” está por encima del “nosotros”, pues dejaríamos paso a caudillismos y autoritarismos.
Si hablamos de política como elemento social, debemos hablar de educación como construcción de futuro. La educación, además de ser un fin en sí mismo, es un instrumento fundamental para el logro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030. Una educación de calidad, con presencia de competencias sociales y cívicas, permite la formación de una ciudadanía que se sienta parte activa de la sociedad. Para ello es importante los centros educativos, centros transparentes, participativos y colaborativos hacia toda la Comunidad Educativa, también hacia los niños y niñas, pues es la primera institución de la que formamos parte a nuestros pocos años. Educando para la participación, hará ver al alumnado la importancia de la defensa de su manera de pensar, pero respetando las diferencias de opinión, se sentirá parte de un todo, pero dándose cuenta de la importancia de sus individualidades, formará un pensamiento crítico, pero reflexivo, todo para conformar una ciudadanía exigente, responsable, comprometida, cercana a la vida de las instituciones, y con ello actriz activa en la vida del país.
Los y las jóvenes deben tener en la educación el camino hacia los valores democráticos, un recorrido en donde ellos y ellas se sientan, desde los primeros años, parte de la sociedad, con la responsabilidad y posibilidad de incorporarse a los mecanismos para la toma de decisiones. Se les debe implicar en la vida del todos, para no quedarse en la vida del uno. Y se debe hacer desde la escucha y la participación activa, permitiéndoles afrontar responsabilidades, orientando su mirada hacia el otro, haciéndoles, en la justa medida, corresponsables de decisiones, pues, de esa manera, desde las primeras etapas, de forma adecuada a su edad, es cuando podrán construir su propio pensamiento social que permitirá ofrecer respuestas creativas y comprometidas para solucionar los problemas sociales y ambientales, generando implicación y corresponsabilidad en las acciones realizadas, y aminorando un egoísmo incrementado últimamente, de manera preocupante, en la sociedad.
Es, con la llegada de las nieves, durante estos trescientos sesenta y cinco días, ya menos, mi manera de mirar el mundo; creyendo en la política como acción que invalida el egoísmo social, y en la infancia y juventud, en su educación, como parte fundamental en la construcción de presentes y futuros. Todo para lograr que el “yo” se empequeñezca, permitiendo un mayor espacio para el “nosotros”, consiguiendo generar expectativas cada vez más igualitarias, que no iguales, para que, al escuchar el saludo mañanero, en el mismo punto, a la misma hora, en los primeros días de enero del próximo año, siga estando lleno de esperanza.