«Un edificio absolutamente extraordinario, símbolo de la superación y el esfuerzo, que debería haber sido ya Patrimonio de la Humanidad, por su majestuosidad y récords»
Por Urbano Rubio Arconada
La Universidad Laboral, monumento cultural que corona Gijón de forma imponente, colosal, edificio que atesora belleza, estela de sabiduría, llena de historia humana, almacén de recuerdos de gentes humildes… Un edificio absolutamente extraordinario, símbolo de la superación y el esfuerzo, que en su 75º aniversario debería haber sido ya Patrimonio de la Humanidad, por su majestuosidad y récords. Es el edificio más alto del Principado. La torre de piedra más alta de España. El inmueble más grande de la Península Ibérica. Con la cúpula elíptica sin columnas más amplia del mundo. La obra civil del país más significativa del siglo XX. Con los talleres mejor equipados del área educativa española de la época. Un corazón de formadores y creador de la especialidad de soldadura para toda España. Centro de educación secundaria que llegó a ser el más grande del territorio nacional.
Este inmenso complejo fue creado durante la posguerra civil, sin grúas, pero con mucho esfuerzo y cientos de roldanas. El diseño comenzó en 1946 y la primera piedra se colocó en abril de 1948. La ejecución del complejo resultó grandilocuente, en el contexto de aquel tiempo: seis constructoras, mil doscientos obreros y un coste de seiscientos millones de las pesetas de la época. Durante la construcción se decidió incluir el proyecto en una ambiciosa red de veintiún Universidades Laborales repartidas por todo el país. La de Gijón, la más hermosa. Un complejo de trescientos mil metros cuadrados para atender a mil estudiantes internos en distintas dependencias. La mitad del terreno a la salida por la carretera a Villaviciosa y casi otro tanto en el Infanzón para la Granja Lloreda. Algún escándalo sobre la venta de materiales por encima de los precios tasados dio lugar a que se sobrepasara el presupuesto y la construcción quedase sin terminar. Sobre la puerta principal se ubica un dintel con la Virgen de Covadonga, flanqueada por cuatro columnas que sostienen imágenes de apóstoles. Por encima sobresale Santiago a caballo y una reproducción de la cruz de la Victoria. A modo de hall, un atrio corintio con diez columnas de granito de más de diez metros de altura. El patio central de 7.500 m2, hace de plaza mayor del complejo. La Iglesia, de 807 m2 de planta elíptica, dispone de una cúpula con 2.300 toneladas de vigas nervadas cruzadas con medio millón de ladrillos. En el exterior, varios mosaicos de evangelistas, de verdadera alabanza artística.
El templo, actualmente desacralizado, albergó oficios diarios y mil trescientos enlaces de exalumnos. El teatro fue considerado una maravilla en su tiempo por su buena acústica y por su climatización mediante un revolucionario sistema subterráneo de distribución del aire. Mil quinientas localidades con butacas reclinables y forradas con piel de cabra, permitían admirar un monumental fresco sobre el frontal del escenario. Y la Torre, mi referencia, una copia de la Giralda de más de cien metros coronada por una espiga de veinte metros con doble cruz en su cúspide. En su interior se instaló un ascensor hasta llegar al mirador, principal atalaya de Gijón. Un paraninfo vanguardista en forma de proa de barco con aforo para ciento cincuenta personas, estudios y aulas con enormes ventanales luminosos. Lavandería, una gran cocina central, comedores, seiscientos dormitorios individuales y cuatrocientas camas en dormitorios corridos. Surcos de acequias con agua corriente hermosean los jardines. Piscina exterior, pabellón polideportivo, canchas y campos deportivos. Salas de juegos, soportales y pasillos subterráneos que comunican compartimentos. Sorprendentes estatuas engalanan los veinte patios complementarios, y radiantes pinturas adornan el teatro, cafetería o biblioteca. Y la impactante Sala de Pinturas de murales al fresco: la «Capitalla Sixtina de Asturias». Al este, los talleres formados por naves de 23.440 m2 con bóvedas de hormigón atirantado y lucernarios en dientes de sierra, organizados por disciplinas: mecánica, electricidad, automatismos, metalografía, metrología, ensayos destructivos y no destructivos. Anexa, una funcional residencia universitaria, El Intra, que en 1972 se reacondicionó en terrenos de la agronómica de Somió. La enseñanza comenzó en 1955 dirigida por los Jesuitas y la asistencia de las monjas Carmelitas en labores de intendencia. Hasta 1979, mediante becas meritorias, ‘la uni’ formó a miles de noveles que salieron diligentes para trabajar en fábricas o proseguir carreras universitarias, para formar parte de las élites tecnócratas y ser el motor del desarrollo del país en el siglo XX.
Con el traspaso de la gestión de Jesuitas a docentes del Ministerio de Educación, durante la década de los ochenta y noventa, el centro experimento una actitud desidiosa, lo que ocasionó grandes deterioros en sus instalaciones. A partir del 2001 se procedió a una controvertida transformación de sus espacios, cuando tenía las cualidades ideales para haber sido la sede de una gran Universidad Politécnica. Y para terminar, una lista de “tareas” para quien corresponda. Restauración de frescos y pinturas en el teatro, Iglesia y otras ubicaciones; recuperación de los archivos históricos originales que siguen encarpetados; saneamiento y mantenimientos de instalaciones y locales semiabandonados, configuración de un relato de ‘verdades’ para los guías turísticos, recreación de un Museo de La Laboral, y porque no soñar, aprovechar las ‘alas’ para configurar un colegio mayor o para albergar un centro de formación de futuro en Inteligencia Artificial. Un ‘martillo pilón’ contra el oportunismo o la desidia para que la ‘joya’ se convierta en Patrimonio de la Humanidad y de utilidad.