Un estudio de la Universidad Internacional de La Rioja confirma que en el 6% de los casos ese acoso es constante
Si la soledad ya se ha convertido en la gran ‘pandemia’ que afecta a los estratos más mayores de la sociedad española, el ciberacoso va camino de convertirse en uno de sus equivalentes para quienes están en el extremo opuesto de la pirámide demográfica. El escenario es ciertamente inquietante, ya que cuatro de cada diez adolescentes españoles son víctimas de semejante forma de presión, ya sea de modo esporádico o sostenido en el tiempo. Es la realidad que dibuja un estudio realizado por el grupo de Ciberpsicología de la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR), recientemente publicado. Y Asturias no se libra.
Con una participación total de 1.142 jóvenes de entre 11 y 18 años, elegidos en escuelas de Aragón, Castilla La Mancha, Castilla y León, Comunidad de Madrid, Comunidad Valenciana, País Vasco y del Principado, el documento proporciona evidencia empírica del impacto del ciberacoso sobre la calidad de vida relacionada con la salud (HRQoL) de las víctimas; sobre todo, aquellas que lo sufren de manera estable. En ese sentido concreto, el 6% de los adolescentes padecen el ciberacoso como una constante, lo que, según el estudio, «afecta a su calidad de vida de forma significativa».
Pero las conclusones van mucho más allá. El trabajo explora el perfil de la cibervictimización, y clasifica a los participantes en no involucrados (los que no han sido víctimas durante los trece meses que duró el estudio), con un 59%; víctimas nuevas, un 24% del total; víctimas intermitentes, que abarcan el 6%, y víctimas cesantes, limitadas al 5%. A mayores, los datos en la muestra sugieren que las chicas son, en una proporción significativa, más cibervictimizadas de forma estable que los chicos, y se ven, por tanto, más afectadas en su calidad de vida relacionada con la salud
«Estos resultados apuntan a la posibilidad de que se esté infravalorando el número total de víctimas de ciberacoso, y ponen de manifiesto la necesidad de realizar estudios longitudinales que permitan conocer mejor la realidad de la convivencia en las aulas españolas con el fin de afrontar estrategias de prevención para acotar el problema», explica el doctor Joaquín González-Cabrera, autor principal de la investigación. A su juicio, «los estudios que se financian públicamente deberían tener diseños en los que los menores fuera evaluados a lo largo de un curso académico, al menos, y conocer la dinámica de estos procesos. Si bien es clave saber qué prevalencia de problema tenemos, lo es más saber cómo de estable es para quienes lo sufren, y poner en marcha las estrategias necesarias para reducirlo».