Mientras el Ayuntamiento confirma a los vecinos de la primera parroquia su apoyo contra el proyecto, los habitantes de la segunda se echan a la calle y cortan la avenida de los Campones para oponerse a la instalación de uno, de la planta de purines y de la futura perrera
El blanco y el negro, la cara A y la B de una antigua cinta de casete, los dos lados de una misma moneda… Dualidades. Contraposiciones. Diferencias. La vida misma está construida sobre ellas, por supuesto. Y estos días Gijón está experimentando su alcance en toda su extensión, en referencia a uno de los temas más polémicos que recientemente sacuden el Principado: la posible instalación de parques de baterías en distintos puntos del territorio asturiano… Y también gijonés. Tan sólo veinticuatro horas después de que este miércoles el concejal de Infraestructuras Urbanas y Rurales, Gilberto Villoria, se reuniese con los vecinos de Lavandera para reiterarles el apoyo del Ayuntamiento a la colocación de uno de tales parques en su parroquia, ayer jueves los habitantes de Tremañes se echaban a la calle y cortaban la avenida de los Campones para exhibir su rechazo a la consumación de un proyecto similar en la cercana Lloreda… Y a la elección de la zona para la construcción de la futura fábrica de purines y de la perrera municipal.
«Quieren traerlo todo a Tremañes, y no puede ser; no es justo«, clamaba, airado, José Manuel Álvarez García, presidente de la Asociación Vecinal ‘Evaristo Valle’. Al frente de una comitiva de más de treinta personas, todas ellas parapetadas detrás de pancartas con eslóganes como ‘Asturianos, todos iguales’ o ‘Tremañes también son viviendas’, Álvarez abanderó una protesta que hunde sus raíces en una sensación tristemente conocida: la convicción de que, en la práctica, existen ciudadanos de distintas categorías. «Todo el mundo dice que es inevitable, que los proyectos reúnen los requisitos, pero en la zona rural va a negarse una licencia porque el parque de baterías estaría a menos de quinientos metros de las casas… ¿Y aquí, que va a estar a veinte, aunque sea en suelo industrial, no se puede hacer nada?«, reiteraba una y otra vez el líder de los lugareños, definiendo el escenario como «vergonzoso. Somos tan vecinos como los de Lavandera, los de Madrid o los de cualquier otra parte, pero la mierda nos la van a enviar aquí«.
La demostración de fuerza de ayer promete ser la primera de muchas que los habitantes de Tremañes están decididos a consumar si los tres polémicos proyectos llegan a materializarse. De hecho, en el caso de la planta de purines y de la perrera los focos de tensión son exactamente análogos: su proximidad a zonas habitadas, algo que, temen Álvarez y los suyos, puede degenerar en malos olores, polución y, quizá, incluso en problemas de salud a medio o largo plazo. Y el asunto se torna aún más sangrantes, asegura el presidente vecinal, por la existencia en Gijón de áreas en las que podrían acometerse sin que generasen tantos inconvenientes. «Puedo entender que haya que poner todo eso, pero ahí está la ZALIA (Zona de Actividades Logísticas e Industriales de Asturias), abandonada y muerta de la risa. ¿Por qué no lo instalan todo allí?«, se pregunta.
En fin, un ejemplo más de discriminación para la Zona Oeste, en un momento en que sigue sobre la mesa el debate en torno a las emisiones contaminantes de Arcelor, de El Musel y de las restantes industrias de la zona, por no hablar del mantenimiento del tráfico pesado de graneles por la cercana avenida Príncipe de Asturias. «Sea como sea, todo viene a nosotros, y estamos hartos; algún día teníamos que empezar a movernos y a pelear», sentencia Álvarez. «Así no se puede vivir«.