«De Verónica nos hemos acordado cuando la tormenta y sus estragos ya habían hecho mella en ella. Y mira que se vieron venir los nubarrones ¿A quién le interesa profundizar en la salud mental del otro?»
Este lunes muchos nos hemos quedado con la sensación de pérdida absoluta al enterarnos de la muerte en extrañas circunstancias de Verónica Forqué. Personalmente no podré olvidar sus brillantes papeles en películas fundamentales en la filmografía española como ‘Bajarse al moro’ o en la serie ‘Pepa y Pepe‘ con un papel protagonista decisivo para que el éxito viniera a verla desde años muy tempranos, convirtiéndose a su vez, y con un gancho apabullante en nueva chica Almodóvar. Siempre con su sonrisa frágil, libre, inocente, y con el trasfondo de buena persona que rezumaban sus ojos claros.
Como en casi todos estos casos, la prensa y allegados han salido a emponderar su carrera y méritos, su carácter único y genuino, su gran talento y dedicación a la profesión cuando ya era tarde para ella. Y no tarde porque no hubiese sido reconocida (tengamos en cuenta que la Forqué tenía en su haber cuatro Goyas) entre otras muchas distinciones a lo largo de su amplia carrera. Era tarde para ella porque ya se había convertido en un juguete roto del sistema. Este sistema feroz que nos despoja de lo que fuimos, somos y seremos para jugar una partida fácil de audiencias en realitys sedientos de cuota de pantalla. Dicen que nos acordamos de la Virgen sólo cuando llueve. De Verónica nos hemos acordado cuando la tormenta y sus estragos ya habían hecho mella en ella. Y mira que se vieron venir los nubarrones, pero ¿a quién le interesa los problemas ajenos? ¿A quién le interesa profundizar en la salud mental del otro/a?
Vivimos en un mundo que estigmatiza la enfermedad mental. Que la anula, la invisibiliza y la convierte en un tabú. Si algún familiar o persona cercana se suicida, no se habla de ello. Es una vergüenza colectiva. Se dice que tenía problemas, que no se sabe cómo llegó hasta ahí. Se compadece uno de aquel enfermo y loco que acabó con todo. Y se pasa página. Borramos el remordimiento que genera no haberte sentado a hablar de aquello que borraba la sonrisa de la persona que ya no está. Borramos los cientos de formas distintas que teníamos de hacer llegar una mano amable y amiga a esa persona que se fue y nos dejó todas las incógnitas. O quizá todas las certezas. Nos cuesta mirarnos en el espejo del otro en esta carrera de obstáculos que nosotros mismos organizamos.
Es común leer en la prensa o en artículos de opinión que nos lo tenemos que hacer mirar como sociedad, que estamos llevando in extremis todos nuestros valores al garete. Es fácil esto cuando todos y todas sabemos que no vamos a hacer absolutamente nada. Son demasiados los intereses en vivir deprisa, producir, brillar, ser relevante, acumular likes y morir. Y si estás fuera de esa ecuación preocúpate. Este caso me recuerda a la extraña sensación que siento al reciclar. Papel en un recipiente. Plástico en otro. Orgánico en otro. Vidrio en otro. Y luego analizas la situación medioambiental del planeta y te descojonas porque sabes que aunque recicles hasta el último átomo, sólo serás un conjunto de buenas voluntades flotando en la nada. Pues así es como me siento yo con la pérdida de la Forqué. Cuánto la queríamos y admirábamos, pero de qué poco nos sirvió reciclarla como proyecto de envase 100% óptimo para su uso y disfrute. Ella seguro que ya nos ha perdonado. Buen viaje Verónica.