«Durante la segunda República se hizo una gran campaña alfabetizadora para enmendar esas lacras. Fueron miles las escuelas construidas y se dignificó la profesión del magisterio, cuyos sueldos llegaron a asociarse con el hambre en el dicho popular«
Cuando se hizo la foto que encabeza este artículo, mi padre podría ser por edad uno de los alumnos más niños que aparecen junto a su maestro, Emilio García Lorenzana. Parece que la fotografía es obra de Eugenio Chevin y el lugar Villasecino de Babia en 1920, el mismo año en que mi progenitor asistía a la escuela de Villalegre, en cuya estación de ferrocarril mi abuelo era guardagujas.
El maestro de mi padre no se llamaba don Emilio sino don Amadeo, y a veces iba con sus alumnos al monte Marapico a volar cometas porque decía que las cometas daban paz al verlas surcar el aire. Don Amadeo, como buen maestro, infundió en sus alumnos sentimientos e ideas de paz y concordia. No hay otra para sembrar convivencia.
Como posiblemente algunos de los niños que aparecen en la fotografía que muchas miradas habrá podido ver en la exposición La fotografía escolar 1880-1980, inaugurada esta semana en el Muséu del Pueblu d’Asturies, mi padre hubo de olvidar las lecciones de don Amadeo para defender el régimen constitucional de la segunda República cuando estalló la guerra de España como consecuencia del golpe militar del verano de 1936.
Habrá en la muestra de Gijón, en la que se ofrecen hasta 180 imágenes escolares que van de los tiempos de mis abuelos a los de los primeros años de la democracia de 1978, fotografías que llamen más o menos la atención de los visitantes, según sus determinadas características, ya sea por los motivos expuestos o por la calidad u oportunidad de las instantáneas. No faltan, obviamente, las que corresponden a mi generación durante los años cincuenta de la dictadura. Se nos peinaba el flequillo antes de sentarnos con modosa actitud ante un viejo pupitre, en el que no podía faltar una imagen religiosa y un par de libros, además de unas flores de plástico a modo de encuadre.
Las fotografías que más deberían impactarnos de la muestra, porque son reflejo de la España pobre del atraso y la ignorancia en la que crecieron nuestros padres, son aquellas que, como la de Villasecino, dejan bien patente esa realidad, propia sobre todo del mundo rural. Durante la segunda República se hizo una gran campaña alfabetizadora para enmendar esas lacras. Fueron miles las escuelas construidas y se dignificó la profesión del magisterio, cuyos sueldos llegaron a asociarse con el hambre en el dicho popular. Campañas como las de las Misiones Pedagógicas, puestas en marcha por el Ministerio de Instrucción Pública, el Museo de Pedagogía Nacional y la Institución Libre de Enseñanza, o compañías teatrales como La Barraca de Federico García Lorca, pusieron todo su empeño en que la cultura hiciera posible la formación de ciudadanos, conscientes de sus derechos y sus deberes.
A pesar de vivir en los frentes una guerra, que a punto estuvieron de costarle la vida, y soportar una posguerra en el destierro que le impidió ascender en su profesión durante diez años, a mi padre nunca le quitaron de la memoria las enseñanzas de su maestro en la localidad avilesina de Villalegre. De su pensamiento nunca se apartó aquella idea de don Amadeo de que las cometas nos dan paz al verlas volar al viento. Quiero creer, y tengo motivos para ello, que esa fue la última imagen que se llevó de su vida, tan en paz como su conciencia.