«Quizás la única manera de hacernos despertar es arrojarnos un jarro de agua fría»
Llega el verano y con él la desnudez, palabra que los antiguos griegos usaron para referirse a la verdad como desocultamiento del ser. Desde entonces, el arte ha hecho uso del desnudo femenino como alegoría de la verdad. De todas las diciplinas artísticas, la performance es la que más ha utilizado las carnes desnudas para desvelarnos aquello que, aunque lo tengamos delante de nuestras narices, no somos capaces de ver porque algo o alguien se ha encargado de velarlo.
La performance es un tipo de arte en el cual el propio cuerpo del artista se convierte en el soporte sobre el que se realiza una acción poética cargada de simbolismo. En esta disciplina, se busca unir el arte y la vida, provocando en el espectador una reacción emocional que le obligue a tomar conciencia sobre un problema actual. La performance se puede realizar en cualquier momento y lugar, sin necesidad de un teatro, un museo o una galería. Se caracteriza por ser efímera y fugaz. Supone una intromisión del arte en la vida cotidiana para cuestionarla y aportar una nueva mirada sobre ella usando como medio la transgresión, el escándalo y la provocación.
Una de las performances más famosas fue la que realizó en 2014 Deborah De Robertis en el Museo d’Orsay, en París. La artista luxemburguesa eligió como escenario la sala en la que se expone «El origen del mundo», el famoso cuadro de 1866 en el que Gustave Courbet pintó un escandaloso primer plano de una vagina. Los tabúes sociales y la falta de libertad de expresión hicieron que el cuadro no pudiese ser expuesto hasta 1995. Deborah De Robertis quería provocar un debate sobre por qué nuestra sociedad sigue considerando la desnudez, y en especial la del cuerpo femenino, como una transgresión. Para ello, la artista se sentó sobre el suelo del museo, abrió sus piernas y con ayuda de sus manos mostró el interior de su vulva al público allí reunido. Los empleados de seguridad del museo se interpusieron para obstaculizar la visión y procedieron a desalojar la sala.
La artista no estaba haciendo algo diferente a lo que otra mujer había hecho dos siglos antes: la modelo que posó para Gustave Courbet también había enseñado su sexo por amor al arte. Aunque las dos imágenes son similares, ¿por qué la vagina de la artista causa una turbación que no provoca la del cuadro?, ¿qué es lo que se esconde debajo de nuestro pudor?, ¿por qué cuando la imagen del sexo femenino es mostrada a través de los ojos de un hombre es considerada arte y cuando es exhibida por la propia mujer, un escándalo vergonzoso?, ¿existe un miedo a que la mujer se empodere de su cuerpo?, ¿seguimos interpretando el cuerpo femenino únicamente como un objeto sexual?, ¿no son algo estrechos los límites de nuestra libertad de expresión?
Es posible que alguien esté pensado que no era necesario herir la sensibilidad y llevar a cabo una acción de «mal gusto» para trasmitir este tipo de discursos y que lo que tenía que haber hecho Deborah De Robertis es escribir un artículo, pero la cuestión es que si la sociedad está profundamente dormida no tiene mucho sentido comenzar a hablarle. Quizás la única manera de hacernos despertar es arrojarnos un jarro de agua fría. Una vez despiertos ya no será necesario que nos sigan tirando calderos de agua para empezar a dialogar.