
Me quedo con los buenos recuerdos, Lola. Con la primera vez que me llevaste junto con tus amigas al Tizón, al Swing, a comer bocadillos al Altillo, todos ellos locales de moda en los años 80

Hablar de Lola Torga ahora que no está, es recordar la risa, el compañerismo, las relaciones públicas, y la buena disposición para hacer cualquier cosa que le pidieras, si así podía ayudar.
Estas navidades, sin ir más lejos, le propuse que me enviara fotos de sus festejos, para incluir en las crónicas de este periódico. Me llenó el WhatsApp.
Que si la cena de las amigas del colegio, otras con la comida de CODIDAS (Colegio Oficial de diseñadores de interior de Asturias) de la que era colegiada. Con las amigas de “salir” y la más entrañable, que ilustra este artículo, con las amigas de su madre, y la mía (ya fallecidas) en los alrededores de lo que en su día fue el Mercado de San Agustín, ahora centro comercial. Nuestro barrio.
Y es que ni por asomo nadie y menos ella, esperábamos este fatal desenlace, más aún habiendo tenido que pasar hace un par de años por un trasplante de pulmón. Poco le duró a la buena de Dolores (los mayores conocidos la llamaban así) esa segunda oportunidad.
Vicente Toyos, su marido y novio eterno, comentaba ayer, que no quería irse. Al final, la muerte llega y no espera, aunque le permitió ver a Bruno, su hijo mayor que no vive en España. Con ellos, su otro hijo, Nicolás y un sinfín de amigos, la despidieron en la iglesia de San Pedro, al lado de la playa de San Lorenzo, de esa Escalerona que siempre frecuentó, al igual que todos los que pertenecemos a la zona.
Me quedo con los buenos recuerdos, Lola. Con la primera vez que me llevaste junto con tus amigas al Tizón, al Swing, a comer bocadillos al Altillo, todos ellos locales de moda en los años 80.
Me quedo con las caras de tu madre cuando llegabas por su negocio para ayudarla: “Aquí vien el torollu esti, no entra en casa…”
Ay, Lola, que bien que te divertiste tanto, sigue haciéndolo allí donde te hayas ido.