La Corrada podría ubicarse, sin estridencia estética, en Lavapiés, Gracia, Camden o Montmartre. Pero su sitio está entre los playos, para envidia de otros lares
El 8 de diciembre de 1980 fallecía John Lennon en Manhattan. Víctima de un asesinato, Mark Chapman disparó cuatro veces sobre el cuerpo del músico inglés y la luctuosa noticia dio la vuelta al mundo. De New York saltó a Cimavilla desde un pequeño transistor en la barra de un bar que se estrenaba en el barrio ese mismo mes. Sus propietarias: Milagros Mateos «Itos» y Lilian Rodríguez escucharon en silencio la radio y minutos más tarde del boletín informativo pincharon Imagine en La Corrada.
Pensando en ese territorio incierto llamado futuro y haciendo balance de un año que daba el pistoletazo de salida a la movida madrileña, dejando en el obituario más triste la muerte de Félix Rodríguez de la Fuente en Alaska y al Osito Misha dando paso en Moscú a los Juegos Olímpicos de la guerra fría. En ese balance sumaban un cargamento de ilusión sin fisuras en un barrio que seguía siendo territorio comanche para muchos gijoneses. Abrieron el garito convencidas en la Plaza de La Corrada. Plaza que acogió y debe su nombre a las primeras corridas de toros en la villa. En 1660, durante la festividad de San Pedro.
Si las paredes de este bar pudiesen contar sus historias llenarían páginas de un divertido volumen, capaz de seccionar o aplastar cualquier pie por su grosor. Uno de sus primeros clientes parecía sacado de una peli de Sergio Leone, llegaba al «salón» a lomos de su corcel que ataba en los barrotes del ventanal. Otros aparcaban el coche a la puerta del bar, y pasados los años la clientela se fue aficionando a disfrutar en los blancos mármoles, de café cantante, con juegos de mesa y tertulias interminables. Los bocatas de La Corra siguen teniendo hoy el protagonismo merecido, fieles a una carta inmutable a las décadas superadas. Contando con la confianza de esos parroquianos que piden un riquísimo O: Cecina, tomate, orégano y aceite, el clásico 3: Anchoas y queso o el sabroso 7 con Jamón serrano, ajo, tomate, orégano y aceite.
Cuántas birras pudo despachar Jorge, Charlie, Irene o Candela en aquel concierto de Rafa Kas o en el desternillante monólogo de Alberto Rodríguez. Sin contar Fiestas de Cimata, Antroxu o el más reciente Halloween al grito de «truco o trato». Tendrían que apuntar esas cervezas en barras de hielo por falta de papel. «Otres tres, otres tres» canturrea, entre risas el personal, mientras el recuerdo trae de vuelta al guitarrista flamenco Frejolines, desde La Cabaña a La Corra. O Uje, el camarero heavy, poniendo un disco entero de Iron Maiden al alto la lleva. Cumple 43 y seguramente pase de 50 y 60 años entre tabiques vestidos en madera y cuadros de La Semana Negra. La Corrada podría ubicarse, sin estridencia estética, en Lavapiés, Gracia, Camden o Montmartre. Pero su sitio está entre los playos, para envidia de otros lares. Y es que ya se sabe, la vida de los barrios también es la de sus chigres y La Corrada se convierte en morada feliz, por lo menos, hasta las dos de la madrugada, minuto arriba, minuto abajo.