No quedan libres de la crítica social los muros que encierran un solar en perfecta metáfora de lo que espera el Ayuntamiento de un barrio que camina hacia la gentrificación
La Tocha o La Toxa no aparece en el callejero de Gijón. Da igual mirarlo de frente o de costado, por Google o con lupa, no aparece. Conocemos la Calle Atocha o el Tránsito de Atocha; pero de La Tocha ni palabra, aunque ya lo contaron: Joaquín Alonso Bonet, David M. Rivas, Luis Miguel Piñera y Chelo «La Mulata».
La Tocha era el apodo que recibía una moradora de Cimavilla y según algunos libros de matrimonio y defunción (hasta bien entrado el siglo XX) daba nombre a la calle conocida hoy como Atocha, también recibió en su placa el título de Calle de Los Recogidos. En unos años, quién sabe el bautismo que le pueden dar los imaginativos munícipes del futuro.
El paseo de unas pupilas curiosas por las paredes de esa abrigada Atocha nos envía de inmediato a otros tiempos. Tiempos de mujeres valientes, trabajadoras, bregadas en la lucha. Con las fotos seleccionadas y pegadas por La Casa de la Memoria. Florinda camina robusta y despacio, azabache el vestido, azabache el calzado, azabache la mirada del fotógrafo José Manuel Rodríguez Montes «Carson» que inmortalizó a esta mujer en unos años 60 que prometían remontada, pero solo para algunos.
Diez años atrás, en los 50, aparece un grupo de vecinas de la calle en las fiestas del barrio alto. Y al fondo, sigue venciendo a los meses y a las inclemencias; Angela «La Prina», desafiante, orgullosa. Un cigarrillo colocado con chulería en la comisura de los labios, merluza colgando de sus dedos y los pies descalzos, cansados, magullados. A su vera nadan las sardinas arriba y abajo en un banco de pescadín menudo, sabroso, colorido y brillante. Realizado por las alumnas y alumnos de los talleres creativos impartidos por GEA. No quedan libres de la crítica social los muros que encierran un solar en perfecta metáfora de lo que espera el Ayuntamiento de un barrio que camina peligrosamente hacia el abismo de la gentrificación. Palabra con un significado horrible que busca desplazar de su barrio a los vecinos humildes para «dar llave en mano» a los nuevos compradores con un nivel económico más alto, evidentemente.
Perdiendo la identidad del entorno. No puede marcar el paso del viejo barrio pesquero un turismo estacional. El que se da en Asturias, en Gijón, en mi querida Cimata…Algunas mañanas de sol, camino de la radio me encuentro en Atocha con una vecina que sale a la calle con una silla de playa para disfrutar de la vitamina D y una buena lectura. En una de esas conversaciones fugaces entre el saludo y alguna pregunta, salen a relucir las vivencias de su infancia. En un territorio marcado por los apodos: «El Gochín», «La Fandango», «El Penosu», «La Culopera», «La Guapa», «La Mulata», Llagrimina. Ríe sincera con anécdotas recordadas o inventadas bajo el peso de la familia y los almanaques del pasado. A veces se abre una ventana, siempre la misma, y una cabeza se asoma para repetir socarrona lo mismo de ayer: ¿Qué tienes hoy pa’ comer, patates con raya o raya con patates?.