Corsino Menéndez Solar formó parte de la mejor media de los años 20, acompañando a Meana y a Bango en un Sporting de ensueño
Disfrutaba de lo lindo cuando era guaje bajando a la playa. Mojándose hasta las rodillas después de un cuadrín con otros críos de su barrio: El Coto. Iba ganando peso la despellejada pelota si la bañaban un par de olas que sorprendían entre risas a Corsino y a sus amigos justo antes del chut definitivo o del testarazo preciso. Descalzos llegaban a San Lorenzo, descalzos abandonaban el arenal al atardecer y descalzos regresaban a casa. Baldados y ebrios de alegría…
Corsino Menéndez Solar formó parte de la mejor media de los años 20, acompañando a Meana y a Bango en un Sporting de ensueño que ganó todos los encuentros del Campeonato de Asturias la temporada 21-22. Triunfó Corsino en la 22-23, ya con la Selección de Asturias el Campeonato de España por regiones, venciendo 3-1 en la final a Galicia en Coya (Vigo). Y allí salió de corto con otros sportinguistas ilustres: Meana, Germán, Bango y Bolado. Los tres del medio: Meana, Bango y Corsino; técnica, velocidad y fuerza. Histórico y sobresaliente centro del campo. Y a pesar de laureles, aplausos y logros el Chato Corsino nunca fue tan feliz jugando a la pelota como en aquellos veranos de infancia interminables, jugando en la playa con otros neños del barrio.
El Coto y luego el Fortuna descubrieron a un potente y prometedor futbolista que no quería fichar por el Sporting. A los 15 años ya sabía lo que era ganarse un jornal manchándose el rostro y las manos en la fábrica. Esos que vestían la zamarra del Sporting eran todos «unos señoritingos». A los 16 debutó con los rojiblancos convencido por fin de lo que podría aportar en «la sala de máquinas» del equipo. Convenciendo a esos aficionados que empezaban a ver en el balompié algo más que un mero entretenimiento. Bernardo López Torrens «Tresor» (oficial de notaría de profesión, periodista de vocación) contaba en sus crónicas, con pasión metafórica, los centros del Chato Corsino y los remates de Palacios. O esos 7 goles que se llevó el R. Madrid en un match perfecto del Sporting en 1921, con el Chato dando una lección de brega futbolística en la zona ancha. «El Capitán Corsino», podría ser este el título de una novela de Emilio Salgari más ese fue el liderazgo conquistado por un trabajador infatigable que no escatimaba esfuerzos por hacerse con la caprichosa pelota.
En esas «peleas» o choques se lesionó el Chato con Luis Regueiro, futbolista del Real Unión de Irún. Esa sería su penúltima topada de toro con borceguíes. La última del bravo deportista, la que le obligó a retirarse se la encontró en disputa por el esférico con Abdón, jugador del Real Oviedo. Siguió currando al frente de un restaurante con el mismo ahínco que en la fábrica de su mocedad o en los terrenos de juego. Restaurante y fonda en la Calle Begoña. Negocio del que escapaba siempre que podía, en sus escasos ratos libres, para convertirse en labrador en su huerta de La Guía, su auténtica felicidad consistía en hundir las manos desnudas en la tierra, recordando entre hortalizas y flores que no puede haber atajo sin trabajo.