Autoridades, amigos y familiares de la escritora gijonesa, fallecida el pasado agosto, oficiaron ayer el bautismo de la biblioteca de El Llano con su nombre
Nada hay tan cercano al concepto de inmortalidad, tan perdurable pese a los avatares del tiempo y de la acción humana, como el maravilloso logro de la palabra escrita. Carmen Gómez Ojea (Gijón, 1945-2022) nunca fue ajena a ese hecho. ‘En la penumbra de Cuaresma’, ‘El diccionario de Carola’, ‘Cantiga de Agüero’… Sus decenas de novelas, poesías y relatos, los mismos que la convirtieron en una de las figuras más representativas de la literatura asturiana contemporánea, son prueba de ello. Sin embargo, su pervivencia futura cuenta desde ayer con un refuerzo más; entre anécdotas y recuerdos, en un clima dominado por la emoción y la gratitud, autoridades, amigos y familiares de la escritora, fallecida el pasado mes de agosto, oficiaron el bautismo con su nombre de la biblioteca municipal de El Llano. El cuarto equipamiento de su clase nombrado en memoria de un literato gijonés, tras los asociados a Pachín de Melás, Álfonso Camín y Luis Sepúlveda, pero el primero dedicado a una mujer.
Eran los compases iniciales de la tarde, poco más allá de la una, pero una docena de personas ya se congregaba en la primera planta del complejo, decidida a no perder detalle de un acto que, en opinión colectiva, constituía un ejercicio de justicia. Basta un rápido vistazo a la relación de premios y reconocimientos de Ojea para constatar su trascendencia, que rebasó con mucho las fronteras del Principado. Fue la bibliotecaria del centro, Carmen Álvarez, quien puso palabras a ese equilibrio logrado, al calificar el de ayer como «un día de celebración, porque a partir de hoy nuestro nombre queda unido al de esta autora, lo que supone un enorme honor». Y por una doble razón, a juicio de Álvarez: por la calidad literaria de la homenajeada, sí, pero también «por su calidad humana, porque Carmen era como nos gustaría que fuera nuestra biblioteca: valiente, generosa y firme luchadora contra las desigualdades».
A escasos metros de Álvarez, visiblemente emocionada, Laura de la Fuente, la mayor de los seis hijos que la escritora tuvo con el letrado Andrés de la Fuente, también presente, fue la encargada de trasladar el agradecimiento de su familia por un gesto «con el que mi madre, a la que apasionaba transmitir su amor por la lectura y la literatura, estaría encantada». No en vano, Gómez Ojea nació y creció en el seno de una familia profundamente ligada a las letras; sus primeros años discurrieron entre las canciones y romances que sus padres le recitaban, y muy pronto desarrolló un placer por dicho arte que, en su vida adulta, se esmeró por inculcar a su descendencia. «Todos recordamos cómo nos leía y nos cantaba de niños, y lo hacía versionando los textos originales, enriqueciéndolos e intentando que participásemos», compartió De la Fuente con los presentes. Gracias a eso «estimuló nuestra imaginación y fantasía; y, sobre todo, nos enseñó qué es la igualdad y el respeto para con todas las personas».
De entre los múltiples galardones que Ojea obtuvo en vida, con referencias tan prestigiosas como el Premio Nadal, el Tigre Juan, el Lazarillo o el Ala Delta, quizá uno de los más divulgados entre el público general fue la concesión, en 2013, de la Medalla de Plata de Asturias, con la abrumadora unanimidad del Consejo del Gobierno del Principado. Y, como no podía ser de otro modo, a tenor de semejante impacto de su figura y de tratarse de un edificio municipal, tanto la alcaldesa de Gijón, Ana González, como su concejal de Cultura, Manuel Vallina, hicieron acto de presencia. En nombre de la corporación gijonesa tomó la palabra la primera; no sólo por su cargo público, sino porque, como confesó, «fue una mujer muy especial para mí, y una persona especialmente singular, única en el mundo».
Así, la regidora recorrió algunos de los hitos de la biografía de Ojea, más allá de su archiconocida producción escrita. Elogió cómo «supo encontrar en ese tesoro que había heredado y amaba profundamente, que era la lengua, el medio para proyectar su propia voz, sus ideas de mujer inteligente, valiente, beligerante, enemiga de dogmatismos o convenciones, y con ese feminismo heredado de su abuela Leonila». Todo ello, desde luego, con su inconfundible personalidad «incisiva, chispeante de cultura y gracia, con una ironía siempre heterodoxa y libre de pedantería. Para ella, las palabras eran una forma de señalar con el dedo lo que no le gustaba». Tanto fue así que llegó a ostentar la condición de Comadre de Oro Especial, concedida, como González detalló, por sus compañeras de la Tertulia Feminista ‘Les Comadres’
González no desaprovechó la ocasión, y aplaudió que, mientras vivió, la literata «recibió el cariño y el calor de sus paisanos, en el día a día de esta ciudad que tanto amó y sobre la que escribió». Y dio por concluida su intervención, al igual que el acto de homenaje, lanzando un deseo comúnmente secundado: «su memoria se sentirá tan en casa en esta biblioteca como en ese maravilloso altillo de la calle Adosinda que fue su hogar».