Los vecinos consideran “insostenible” la situación de abandono, vandalismo y los problemas de la movida nocturna en el barrio
El casco antiguo de la ciudad, al que cada fin de semana acuden centenares de jóvenes para disfrutar de las noches de fiesta, lleva tiempo denunciando una situación que califican de “insostenible”. Por la noche, el desmadre y la falta de vigilancia policial: noches en vela por el ruido, personas que mean, vomitan y defecan en los portales de las casas y hosteleros que como Moisés García, propietario de un restaurante, observan atónicos como los chicos hacen sus necesidades su terraza “tanto si está abierto como cerrado. Esto es el meadero y el cagadero de Cimadevilla”, afirma. Por la mañana, la suciedad, los restos del botellón, el vandalismo y las pintadas que inundan todos los rincones del barrio: desde el mobiliario urbano, los buzones o las puertas y ventanas de las viviendas, hasta las fachadas de los comercios como el de Laura Castaño, dueña de una carnicería, que asegura que “no sirve de nada gastar dinero en arreglarlas porque las vuelven a pintar”. La sensación generalizada es que “aquí todo el mundo llega y puede hacer lo que le de la gana”, se lamenta Sergio Álvarez, presidente de la asociación de vecinos Gigia, que viene denunciando desde hace tiempo la situación de “abandono general” del barrio en el que “no hay vigilancia ni mantenimiento”. Cimadevilla apela a quienes suben al barrio que velen por la convivencia entre el ocio y los vecinos y reivindican inversiones en servicios, presencia policial y la instalación de cámaras de videovigilancia para identificar a los autores de los grafitis. La alcaldesa de Gijón, Ana González, aseguró hace unos días que “se están buscando soluciones” para combatir el vandalismo que calificó como “un problema de concienciación ciudadana y cívica”. El problema es grave, creciente y combatirlo cuesta dinero tanto a particulares como al presupuesto municipal: Emulsa dedicó 112.000 euros el año pasado para la limpieza de pintadas en toda la ciudad.
Un barrio asolado por el vandalismo e invadido por las pintadas
Debería de ser el casco antiguo de la que, como ciudad turística que es, Gijón podría presumir. Sin embargo, pasear por el barrio de Cimadevilla es observar decadencia, abandono e invasión de grafitis. Están en todas partes: fachadas y persianas de comercios y viviendas, portales, buzones, ventanas, contadores de suministros y absolutamente todo el mobiliario urbano: bancos, papeleras y registros. Ni los canalones del agua se libran del objetivo de los vándalos. Lo percibe el visitante y lo sufren quienes viven en él, que advierten que “llega un momento en que la situación es inasumible”. Sergio Álvarez, presidente de la asociación de vecinos Gigia es la voz que representa a un barrio que asegura tener “un grado de tolerancia con cosas que pasan derivadas del ocio nocturno”, si bien el vaso de su paciencia está a punto de rebosar. “Vandalismo siempre hubo pero desde que se recuperó el ocio nocturno tras la pandemia, se ha desmadrado y va a seguir creciendo. Ahora nos tememos que con la llegada del verano los problemas van a pasar a ser diarios”, vaticina Álvarez. Laura Castaño, propietaria de una carnicería en la calle Rosario, comparte este mismo temor. “Yo creo que este verano va a ser terrible”, dice. Hace dos años invirtió 5.000 euros en arreglar la fachada del negocio que volvió a aparecer con grafitis la noche de carnaval. “Es fastidiar por fastidiar, son grafitis de mala calidad que simplemente ensucian”, señala. Resignada, asegura que “no te merece la pena arreglar nada porque sabes que te lo van a deshacer otra vez, es dinero tirado”. Vecinos, hosteleros, propietarios de comercios y representantes vecinales coinciden en la necesidad de instalar cámaras de videovigilancia que permitan identificar a los autores de las pintadas. “Es triste llegar a ello. Nosotros abogamos más por la llamada a la convivencia pero si esa es la solución, vamos a estar de acuerdo”, reconocen desde Gigia.
Los hosteleros: “No dormimos pensando cómo te vas a encontrar el negocio a la mañana siguiente”
El otro problema, no menos importante que sufre el barrio, es el derivado de los efectos de la movida nocturna que conlleva ruidos, suciedad y vandalismo. Vecinos y hosteleros piden a la Policía que patrulle para conseguir un efecto disuasorio, sobre todo que evite el botellón. “Si la Policía pasara de vez en cuando y les pidiera el DNI a los jóvenes que suben al barrio con bolsas de plástico, se evitarían muchos problemas”, propone Moisés García, propietario del restaurante El Velero, que ha llegado a llamar hasta 16 veces en una sola noche a los cuerpos de seguridad. “Estamos cansados de llamar a la Policía y no hacen nada. En carnaval bajé yo personalmente a buscar a la patrulla que está en la zona del Ayuntamiento y me dijeron que no tenían efectivos. Otro día me contestaron que los chavales tenían derecho a pasarlo bien y en otra ocasión que me hiciera un buen seguro”. Tampoco la presencia policial parece amedrentar a los jóvenes que utilizan su terraza o una arqueta ubicada en un lateral para hacer sus necesidades, a los que los jóvenes han llegado a insultar cuando fueron reprendidos por los agentes, tal y como relata el hostelero que define la calle Rosario donde está su negocio, como “el meadero y el cagadero del Cimadevilla. Mis camareros tienen que estar limpiando con lejía hasta las dos de la mañana y cuando nos vamos a casa por la noche no dormimos pensando cómo te vas a encontrar el negocio a la mañana siguiente”, confiesa.
El gobierno local conoce los problemas pero “no nos da soluciones”, señalan desde Gigia. “Está todo hablado desde hace muchos años, con esta corporación municipal y las anteriores”. Eso sí, los vecinos reconocen que los fines de semana “Emulsa realiza un trabajo admirable para dejar limpio el barrio. “Los efectivos de la empresa municipal de limpieza empiezan a limpiar las calles con mangueras a las 6 de la mañana y a primera hora no hay prácticamente nada de suciedad”, cuentan los vecinos. El esfuerzo es humano y también presupuestario: esta misma semana, la concejala y presidenta de Emulsa Carmen Saras, reveló que el año pasado, los operarios dedicaron 1.059 horas de su jornada laboral a la limpieza de fachadas en la ciudad con un coste de 112.000 euros a las arcas municipales.
Con lo guapu que ye Cimavilla como barrio y lo feón que está así, da pena pena.