«Cimadevilla necesita un nuevo lavado de cara y repensar cómo actualizar lo que se pensó hace tres décadas»
«Creo que lo menos le hace falta a este barrio es cambiar el adoquinado del Tránsito de las Ballenas»
Los últimos años de la década de los ochenta y los noventa supusieron para la estructura urbana de Gijón un cambio radical. Tras el destrozo urbanístico del desarrollismo, comenzó la etapa de dar forma conjunta a una ciudad dividida por las vías del tren y los restos del chabolismo; oscura y descuidada como una dentadura con las caries de viejas estructuras industriales, y con dos costas inconexas porque el lazo que las unía, Cimadevilla, la península entre San Lorenzo y Fomento, había ido apagando sus latidos al mismo ritmo que la actividad laboral de pescaderas y cigarreras fue languideciendo hasta desaparecer.
El Gijón de inicios de los ochenta era una ciudad que quería pasar del blanco y negro al color. Era también una ciudad en crisis, en una región en plena reconversión industrial y con problemas sociales por todas partes. Y para cambiar de rumbo hacían falta mucho impulso, muchas ideas y mucho consenso político. La llegada de Areces a la alcaldía comenzó a dar forma a una ciudad que quería ser luminosa, moderna, mejor estructurada, orgullosa de su historia y heredera de sus barrios y su historia.
El Plan Especial de Reforma Interior de El Llano y el del Cerro-Cimadevilla marcaron el inicio de ese nuevo Gijón que no quería perderse nada de lo que estaba por venir.
Otro día hablaremos del barrio en el que crecí, pero hoy, en mi paseo semanal, quiero referirme al barrio al que cualquiera que venga a Gijón no puede pasar sin visitar; al barrio que nos identifica fuera como playos; al barrio de las pescaderas y del que salieron las farias para toda a España; al barrio que las noches inagotables y los vermús al sol; al barrio que se asoma al mar… Cimadevilla es eso y mucho más, pero cuando se acaban de cumplir treinta años de la reforma que le cambió la cara creo que lo menos le hace falta a este barrio es cambiar el adoquinado del Tránsito de las Ballenas (que no Cuesta del Cholo como muchas veces por error se identifica a la calle que da subida al Cerro).
Hace treinta años Cimadevilla era un amasijo de calles en un estado de deterioro y degradación hoy inimaginable y de edificios desocupados y ruinosos. Fue un alcalde del barrio de La Arena quien se empeñó casi hasta la obsesión en que el barrio alto, el cerro de Santa Catalina y el Puerto pesquero y la zona de Fomento deberían convertirse en uno de los principales atractivos turísticos de Gijón. En una seña de identidad para la nueva ciudad que Areces imaginaba desde hace años.
«También los horarios y los sistemas de cierre necesitan una revisión«
Un arquitecto ovetense, Francisco Pol, que ha dejado su huella profesional en cascos históricos de ciudades como Cuenca, Madrid, Barcelona, Córdoba, Segovia o Santiago de Compostela, fue el encargado de acometer uno de los proyectos urbanísticos de la ciudad: darle sentido al barrio y conectarlo con el Cerro, convirtiéndolo en un gran parque urbano en una ubicación única. El ayuntamiento compró el Cerro por cien millones de pesetas al Ministerio de Defensa y Pol volvió a darle vida con un plan que devolvió la vida perdida a esta atalaya que se conectó a Cimadevilla en una simbiosis que hoy se indisoluble. El barrio dejó de ver como sus casas se venían abajo y las calles recuperaron la vitalidad que le dieron vecinos y hosteleros que convirtieron Cimadevilla en una referencia ineludible que se reforzó cuando en 2009 se acometió el plan de recuperación del Gijón romano.
Pero treinta años son muchos y Cimadevilla necesita actualizarse. De aquel PERI quedaron deudas y problemas que se han enquistado como el uso del edificio de la antigua fábrica de tabacos o las iniciativas frustradas para convertir este barrio en un lugar de residencia para gente joven. También los horarios y los sistemas de cierre necesitan una revisión.
Cimadevilla necesita un nuevo lavado de cara y repensar cómo actualizar lo que se pensó hace tres décadas. Si el cambio de adoquines por asfalto es el inicio de ese cambio, bienvenido, pero que no se quede ahí. Cimadevilla tiene que volver a levantarse y andar.
Nacho Poncela es periodista y colaborador de miGijón