«El médico que alumbró ‘La gota de leche’: Avelino González, se empeñó en unos difíciles años 50 en levantar un busto, por cuestación popular, en honor del descubridor de la penicilina»
Quiso la constancia unirse al despiste en el desordenado laboratorio de Alexander Fleming. A la vuelta de sus vacaciones el célebre médico escocés observó las placas de Petri que había dejado olvidadas con colonias de estafilococos (bacterias que causan forúnculos y diferentes abscesos). Se fijó en aquel cultivo y en la sorprendente mancha de moho que estaba creciendo.
El hongo (Penicillium notatum) era capaz de eliminar las bacterias dañinas que el científico británico llevaba décadas investigando. Fue en septiembre de 1928, años más tarde llegaría el apoyo de los norteamericanos en la creación del antibiótico, el Premio Nobel de Medicina en 1945, la Segunda Guerra Mundial, otros antibióticos como la estreptomicina (esencial a la hora de vencer a la tuberculosis) y la muerte, que visitó a Fleming por sorpresa como el hongo salvador. Murió a los 73 años de un ataque cardiaco, diez años después del final de la guerra, en la capital del Reino Unido y allí fue enterrado. En la cripta de la Catedral de San Pablo, cual héroe nacional.
El médico que alumbró ‘La gota de leche’: Avelino González, se empeñó en unos difíciles años 50 en levantar un busto, por cuestación popular, en honor del descubridor de la penicilina. Fue el primer monumento del mundo dedicado a Fleming, obra del escultor Manuel Álvarez-Laviada y el arquitecto Luis Moya. Se inauguró en 1955 en el Parque de Isabel la Católica. El biólogo, farmacólogo y botánico escocés tenía previsto viajar a Gijón pero la muerte y el homenaje compartieron año y pilastra. Su viuda: Lady Amalia visitó Cimavilla ese mismo año. El barrio pesquero quiso agradecer todas las vidas salvadas por el descubrimiento del homenajeado en unos duros años lastrados por la miseria, la bronquitis, meningitis y tuberculosis. Adiós a las curas por purgaciones. La penicilina entraba en las casas de los playos para abrir ventanas a una esperanza vital… Comió la elegante Lady Amalia en Casa Zabala y dio un sentido parlamento desde Comandancia. El barrio entero aplaudió, lloró, se emocionó y sintió que Amalia y Alexander podrían haber nacido en las calles Batería o Rosario. Desde entonces hasta el 2018 (el último año de las fiestas) las familias rendían tributo al querido Alexander; engalanando coches, motos y bicicletas. Vistiendo a los más peques con los tradicionales trajes del país: asturiano o marinero.
Dando la salida en el Muelle, a la peculiar procesión, hasta llegar al Parque Isabel la Católica. Y una vez allí cesaba la batucada, descansaban los cabezudos y los vecinos del barrio alto adornaban de flores la venerada escultura. «Con flores a Fleming» en el día grande de las Fiestas de La Soledad. Cuando septiembre estaba a punto de entregarse al otoño «los portadores de futuro», las neñas y neños de Cimavilla se encaramaban en lo más alto del monumento y alguno, le susurraba al oído todos los años lo mismo: «aunque no lo sepas tú yes el más playu».