«Está claro que hay algún motivo detrás, pero no parece estar relacionado con el compromiso hacia trabajar en la mejora de un servicio público ni con una movilidad que permita a toda la ciudad elegir. Hay algo más»
En esta nueva entrega de #Contralamovilidad no creo que merezca la pena profundizar en los beneficios del uso de la bicicleta de manera habitual, ya sea por deporte, ocio o como medio de transporte urbano. No lo merece porque cualquier persona adulta conoce el beneficio de una vida activa para sus capacidades físicas, su relación con el entorno y, en definitiva, su salud. Tampoco es novedad que la bicicleta mejora nuestros espacios urbanos: menos ruido, menos contaminación, menos accidentes, y una ciudadanía más cohesionada y saludable.
En la esfera pública y entre nuestra vecindad, vivimos rodeados de personas que han decidido obviar todos estos hechos ampliamente estudiados y sobre los que tenemos amplia experiencia. Y aunque probablemente disfrutan de todos estos beneficios en su tiempo libre, los combaten en los momentos en los que se ponen “serios”. Como ocurrió con el tabaco, los datos, las campañas de concienciación e incluso las regulaciones no bastan si no hay aceptación cultural. ¿Alguien se acuerda ya de cuando se fumaba en los restaurantes?. Es normal, tampoco se acuerda nadie ya de cómo se usaba la bici en esta ciudad, antes de la democratización del coche. No hace tanto.
Lecciones del pasado y el regreso de la bici a la ciudad
Miremos hacia atrás, fotos del pasado de cualquier ciudad, y nos quedará claro que esta es un espacio en constante transformación en el que en muchas ocasiones se han tomado conclusiones que a lo largo del tiempo se han demostrado erróneas. ¿Recuerdan el tranvía? ¿Por qué está volviendo y ahora se asocia con eficiencia y modernidad?
En esta lenta y, a veces, desesperante necesidad de «repensar» las ciudades en un contexto de descarbonización del transporte, la bicicleta eléctrica ha llegado para quedarse. ¿Por qué? Porque rompe las barreras de la distancia y el esfuerzo. Las ciudades, incluso las pequeñas, se han expandido tanto que a menudo resulta complicado combinar vida, trabajo y ocio en distancias que podamos recorrer a pie. Es aquí, en las distancias demasiado largas para ir andando y demasiado cortas para usar el coche, donde en general la bicicleta, eléctrica o no, gana terreno: más rápida que caminar, más barata y flexible, y con la ventaja de aparcar siempre cerca de tu destino.
Además, la barrera del esfuerzo desaparece con la bicicleta eléctrica, ya que no importa si la cuesta es pronunciada o no: se adapta a tu pedalada y te permite alcanzar una velocidad comparable a la velocidad media de un coche o autobús dentro de una ciudad como Gijón.
Como toda novedad, la bicicleta, tanto mecánica como eléctrica, y el patinete eléctrico han irrumpido en el devenir urbano de la ciudad. Son vehículos accesibles que cualquier persona puede adquirir por un precio similar al de llenar un depósito de gasoil durante unos meses. Contrario a lo que muchos piensan, son las clases populares las que primero han adoptado estos medios. En el caso de las bicicletas eléctricas, aunque algunas alcanzan precios elevados, muchas grandes superficies ya las ofrecen por menos de 800€. ¿Recuerdan al repartidor de su app favorita que les trajo la hamburguesa anoche? Es probable que viniera en una de esas, o en una modificada por unos cientos de euros para tal fin.
GijónBici y su rol en la democratización del transporte sostenible
¿Qué papel juega entonces un servicio de bicicletas eléctricas públicas, como GijónBici? Pues es fundamental para extender su uso a todo tipo de personas que necesitan flexibilidad y combinar con otros transportes, o bien no pueden o no quieren permitirse una bicicleta propia o no disponen de espacio seguro para guardarla, tanto en su origen como en su destino, algo que afecta a gran parte de la población de Gijón. Por razones similares, también es un servicio muy popular entre los usuarios más jóvenes.
Y ahora, el servicio tiene aún más potencial para estos propósitos, ya que, aunque la infraestructura ciclista está poco desarrollada en Gijón, existen muchas calles tranquilas donde se puede combinar con carril bici. Incluso en aquellas más inhóspitas y agresivas para quienes no van en un vehículo a motor, la bicicleta eléctrica permite enfrentarse al tráfico en condiciones casi de igualdad en términos de velocidad, comparado con una bicicleta mecánica.
En definitiva, no solo es un servicio público popular que complementa otros medios de transporte de la ciudad, como el autobús. Aporta una flexibilidad que precisamente el autobús, el taxi o cualquier otro medio motorizado privado no puede ofrecer, ni siquiera una moto.
¿Qué hay detrás del desprecio al servicio de #GijonBici?
Sabiendo todo esto, con datos que cualquiera puede buscar en Google o incluso en el propio portal del ayuntamiento, ¿cómo hemos llegado a la situación en la que toda una concejalía de movilidad, encargada de velar por un servicio público como éste, lo desprecia sin disimular? ¿Por qué, si estamos de acuerdo en financiar los servicios públicos, no genera revuelo gastar millones en un parking subvencionado para 500 vehículos, suponiendo que no todos se van a mover con frecuencia, ni a rotar, prometida su gratuidad, mientras se critica gastar una ínfima parte en un sistema que, diariamente, puede mover a muchas más personas que los coches de todas esas plazas?
Yo se lo digo al oído: se llama clasismo.
Clasismo, porque hay mentes y bolsillos privilegiados (y no tanto) en Gijón, que parece que no han recibido la cultura o la información suficiente para entender que ni la ideología ni la disponibilidad económica tienen que ver con la eficiencia del transporte, ni con los beneficios que sistemas como el de la bicicleta pública aportan a la salud y a la ciudad. Datos y experiencia hay de sobra, pero basta con mirar cualquier ciudad europea, y cada vez más españolas, para comprobarlo. Para estas personas, quienes van en bicicleta lo hacen por razones que van desde las más leves, como que solo están paseando o divirtiéndose, algo que desmienten los propios datos de servicio, hasta las más extremas e incriminatorias, como ser de izquierdas, pobres por no poder permitirse un coche o, incluso, potencialmente terroristas si se tercia.
No se rían por esto último: en su libro Tomar las calles, Janette Sadik-Khan, antigua comisionada de transportes de Nueva York durante la administración de Michael Bloomberg y responsable de una gran transformación de la ciudad de la que beben muchas otras, relata cómo, dentro del catálogo de excusas para evitar la construcción de un nuevo carril bici, una comunidad de vecinos argumentó que no podía pasar uno frente a la sede de la ONU porque, según se había documentado (creo que en Siria), se había producido un ataque terrorista con una «bici bomba».
¿Por qué alguien al frente de un servicio público tan novedoso y relevante no ha lanzado ni una sola campaña decente para promocionarlo y en cambio si se ha tenido especial celo en multarlo? ¿Por qué, a pesar de la inversión realizada, el interés de los usuarios y las ayudas importantes disponibles para mantenerlo, se siguen poniendo trabas a su desarrollo? ¿Por qué se pretende contraponerse a las inversiones en el servicio de autobús, cuando son totalmente complementarias y en muchas ocasiones, la gente las combina? ¿Dónde están las infraestructuras que deberían acompañar su uso para expandir el servicio?
Está claro que hay algún motivo detrás, pero no parece estar relacionado con el compromiso hacia trabajar en la mejora de un servicio público ni con una movilidad que permita a toda la ciudad elegir. Hay algo más.
El gran problema que tenemos los usuarios de la bicicleta pública (que no gratuita ) en Gijón es que a las 12 de la noche cierra, y sobre todo que si vives en el periurbano, tardas 15 minutos andando hasta la parada más cercana… Si mejorasen estos puntos, sería genial. Por último me gustaría apuntar que la gestión es por parte de una empresa privada, a lo mejor una gestión pública sería lo suyo…
Totalmente de acuerdo en lo que dices, Milo. La cuestión es que desde el primer momento se han intentado poner todos los palos en las ruedas posibles y por eso no es 100% pública ni parece que vaya a expandirse.