La recogida de firmas contra la planta de pirólisis de El Musel suma varios miles de apoyos entre los vecinos de la zona oeste de Gijón, preocupados, además, por el efecto del aumento de las temperaturas sobre la contaminación

Dos veces por semana desde que, hace trece años, se mudase al barrio de La Calzada, Carlos Margallo se detiene a comprar pan, fruta y algún capricho la la tienda L’Arbeyal, en la esquina de la avenida de Argentina con la calle Domingo Juliana. Una sana costumbre arraigada en el día a día de este mierense de 73 años, que hoy mismo ha repetido… Aunque con un matiz apenas perceptible, pero relevante: a cien metros del comercio se ha detenido en seco, ha tomado aire y, molesto, ha expirado una idea: «Primero, mierda en el aire; luego, este calor. Y mañana… ¿En serio nos quieren meter la ‘foguera’ de plástico en el puerto? Morimos todos a este paso, verás».
Margallo es uno de tantos vecinos de la zona oeste de Gijón preocupados por la posibilidad de que la empresa Preco Circular instale su planta de pirólisis en terrenos de El Musel, a corta distancia de una de las zonas más contaminadas de Europa. Y, por descontado, la suya es una de las firmas que, desde esta mañana, figuran entre las recopiladas por la Federación de Asociaciones Vecinales (FAV) para tratar de detener ese proceso. Por ahora, son varios miles de rúbricas los que se han logrado; cerca de 6.000, dicen algunos en el seno de la organización. Insuficientes aún, eso sí, para cumplir su objetivo; por ello, esta mañana los responsables de dicha entidad han instalado un punto de información junto a la fachada del Ateneo de La Calzada, donde se obtuvieron más de 650 en las primeras dos horas, reforzadas gracias a la labor de recopilación de apoyos realizada por decenas de establecimientos. La campaña, un escalón más en la movilización contra la planta, no finalizará hasta mediados de mayo; será entonces cuando el respaldo obtenido se presente por registro.
«La ciudadanía tiene que saber que todo esto parte de una idea de atracción de industria del Instituto de Desarrollo Económico del Principado (IDEPA), pero que aquí todos estamos en contra», aclaraba Manuel Cañete, presidente de la FAV y rostro visible de esta iniciativa. Como sus compañeros, carpeta en mano y dípticos orientativos al alcance, se ha puesto manos a la obra a captar firmas, animado por el respaldo obtenido del grueso de las fuerzas políticas locales. «Lo único que Adrián Barbón tiene que hacer es escucharnos, aceptar que este modelo de empresas que se nos propone no es el que queremos. Está obsoleto; se llame como se llame, aunque se envuelva en palabras como ‘eco’, ‘bio’ o ‘green’, es una quema de plásticos, y no podemos soportar más elementos de contaminación y de insalubridad», sentencia.
Los datos ofrecidos a quienes aceptan recibir la información generan, como poco, sorpresa. Desde la FAV aseguran que, fruto de las emisiones de Preco, cada gijonés recibiría el equivalente a cien botellas de plástico al día en emisiones, suficiente como para cubrir cada año un kilómetro cuadrado de terreno con balas de ese material de 1,45 metros de altura. «Con la saturación industrial que tenemos en estos barrios, no lo podremos soportar», concreta José Luis Rodríguez Peón, responsable de Medio Ambiente de la FAV. Como Cañete, la suya es una apuesta por la lucha social en las calles, y tampoco él ve con buenos ojos los argumentos esgrimidos desde el Principado. «Si son setenta puestos de trabajo, lo mismo se pueden crear aquí que en otras partes de Gijón. Además, no me fío; llevamos años con El Musel lleno de basura, sólo hace falta un gruista para resolverlo, y ni eso se contrata», teoriza. Algo parecido a lo que atañe a las inversiones anunciadas, de las que, «por ahora, nunca hemos visto nada; no es que en la zona oeste seamos unos privilegiados a la hora de invertir».
Belén Rebollo es otra de las vecinas que esta mañana se ha animado a estampar su firma en las listas. «Por aquí estamos fatal, eso todo el mundo lo sabe, pero no se hace nada», lamenta. Como Carlos Margallo, también ella suma largos años residiendo en La Calzada; y, aunque «por ahora nos libramos de los efectos en mi familia», sí entiende que «tenemos demasiada contaminación. Se nota en el aire, en la calle… No podemos seguir así». Más expeditivo en sus opiniones es Jaime Rubio, para quien ni el dinero, ni los posibles empleos eclipsan el drama que ve en la posible construcción de la planta. «¿De qué nos va a servir todo eso cuando nos maten con el veneno que quieren traer?», se pregunta. La visión constructiva la aporta el joven Julián Gómez, quien cree que la solución debería ser integral; «al final, suprimir empresas es acabar con puestos de trabajo, lo que perjudica a la clase obrera. Lo que hay es que implementar otras formas de industria y energía, como la eólica o la mareomotriz, que en Gijón tienen posibilidades. Es apostar por ese otro modelo».