Es esencial que los partidos políticos se alejen de elegir a las personas que conformarán sus listas entre aquellas cuyo único mérito estriba en el hecho de estar presente en cada reunión del partido para parecer indispensable, sin hacer aportaciones relevantes ni demostrar mayor interés que el ser visible, o bien en su capacidad de trepar por las ramas del árbol más alto de cada grupo político. Mal nos irá, si esto fuese así. Que no lo es. ¿No?
Se acaban de presentar las listas electorales, ese proceso tan terrible que suele desencadenar numerosas presiones dentro de los partidos políticos. La mayor parte de la ciudadanía lo percibe como lo que es, un reparto, en algunos casos democrático y en otros no, de los puestos más representativos de los distintos partidos que se presentan a las elecciones.
Pero seamos claros, representativos o no, el enfrentamiento está entre los puestos que aspiran a salir elegidos y por tanto a pasar a cobrar del erario público, no en los que cierran la lista.
Soy firme defensor de que esto sea así, lo de cobrar, y de que la gente que decide dejar de un lado sus ocupaciones profesionales (los que las tienen) y optar a ser representante público, goce de dignidad económica para ejercer su cargo y, sobre todo, asuma las responsabilidades derivadas de sus decisiones. El problema está cuando se traslada la sensación de que el político de turno esta en política con el único objetivo de disfrutar de unas condiciones que, en comparación con las condiciones laborales y salariales de la inmensa mayoría de los gijoneses y asturianos, son notablemente mejores.
Un concejal liberado al 100% en el Ayuntamiento de Gijón cobra entorno a los 59.000 euros brutos anuales y un diputado autonómico cobra entorno a los 5.000 euros brutos al mes. Gastos aparte.
Y aquí hago un matiz que es necesario, a mi juicio, que vosotros, lectores, tengáis presente para entender un poco más esto.
En el ayuntamiento cobra por igual un concejal de gobierno, con lo que ello conlleva en cuanto a carga de trabajo, que un concejal de la oposición, que puede tener una gran carga de trabajo, o no. Basándome en mi experiencia en el Ayuntamiento de Gijón hay una mayor parte, en todos los partidos, de personas que asumen esta responsabilidad y que trabajan más horas de las 8 habituales. Fines de semana incluidos. Pero no quita que haya un porcentaje de representantes que, en los cuatro años que dura un mandato no hacen ni el güevo; preparan oposiciones o pasan por el ayuntamiento un par de horas a la semana. Eso lo sé yo y lo saben los partidos.
Los diputados de la Junta del Principado de Asturias van por otro lado. Aquí las labores son más relativas, su presencia en distintas actividades no es como la que se da en un ayuntamiento como el de Gijón, que tiene decenas de actos semanales de todo tipo. Como diputado, meter fuera de plazo una iniciativa o estar unos meses a tus cosas es una cuestión “que puede pasar”.
Este hecho, insisto, ni de cerca el de mayor porcentaje, existe, no obstante. Por eso sería deseable que las fuerzas políticas tuvieran la máxima pulcritud a la hora de seleccionar o aupar a personas en su partido o en sus listas electorales. Que diputados y concejales de Ciudadanos pasen de sus listas, y de sus cargos, prácticamente de la noche a la mañana al Partido Popular dice poco de ellos mismos, pero, dice mucho menos del partido que los recibe y aplaude. El Partido Popular. El mismo partido que presentó a un señor a la alcaldía de Gijón que apenas conocía la ciudad, que fue acompañado fuera del partido, pero que aún y todo sigue cobrando como concejal en el Ayuntamiento de Gijón.
¿Qué decir de la izquierda? Con una lista electoral de Podemos cargada de desencuentros y de enfrentamientos, con una diputada que ha cambiado la silla morada por la de Izquierda Unida en un visto y no visto, fulgurante y desenmascarador. Una lista, la de Podemos Asturias, que ya nadie sabe, especialmente sus votantes, bajo qué criterios está confeccionada. Operaciones todas estas que dejan plácidas de cualquier marejada las aguas del PSOE, sus quizás compañeros en un futuro gobierno y sin embargo principales oponentes, y que tiene las listas resueltas no se sabe desde cuándo.
Se avecina una campaña electoral, como todas, dura, importante y crucial para el devenir de nuestra región y de nuestro ayuntamiento. Es fundamental que los nombres de las personas llamadas a representar las siglas de cada partido se fraguasen a través de la democracia interna de cada grupo político o sino, al menos, que el requisito indispensable fuera la capacidad de trabajo y de negociación de cada cual.
Y es esencial que los partidos políticos se alejen de elegir a las personas que conformarán sus listas entre aquellas cuyo único mérito estriba en el hecho de estar presente en cada reunión del partido para parecer indispensable, sin hacer aportaciones relevantes ni demostrar mayor interés que el ser visible, o bien en su capacidad de trepar por las ramas del árbol más alto de cada grupo político. Mal nos irá, si esto fuese así. Que no lo es. ¿No?