«La autopista que Ana González ha dejado a los concejales de Podemos y al propio partido para articular políticas de izquierda en las instituciones y en la calle está vacía»
Hay un momento en la vida en que uno decide dejarlo todo. Pablo Iglesias ha venido a dejarlo todo. De manera oficial primero, anunciando su retirada de la política, de manera simbólica después, cortándose la coleta. Lo cierto es que cuando uno decide dejarlo todo, en realidad es que no deja nada. Y si no, aquí tenemos de ejemplo a Alberto Ferrao, que había dimitido de la concejalía de Cutura por razones personales y al mes ya lo teníamos gestionando la cosa cultural en toda Asturias.
Uno de los síntomas imprevistos de la nueva política es la poca mecha que tiene. Quiere uno decir que después de que Pablo Iglesias irrumpiera en la vida nacional, de meterle el miedo en el cuerpo «a los otros», de que se lo metiera «a los nuestros» y perserverar por gobernar, fue llegar a la Moncloa y anunciar al cabo de poco más de un año que él no estaba aquí para gobernar, sino para salvarnos del «fascismo». Parece ser que «el fascismo» finalmente nos liberó a todos de Pablo Iglesias. Poca mecha, ya digo. Y ahora vamos todos a hacernos el harakiri. Fin.
Pero como se ha dicho más arriba, cuando uno decide dejarlo todo es que no deja nada. Porque cuando uno abandona la política se despide correctamente y sin hacer ruido. No llama uno al fotógrafo del partido y muestra el nuevo look. Lo suyo es escribirse unas memorias o una columna al mes en cuanto el cadáver ya está frio. También está la posibilidad de dar clases en una Universidad, soltarse la melena, divorciarse, mudarse, tener más hijos. Pero me malicio que este no será el caso. Muy al contrario, la foto de Pablo Iglesias leyendo un ensayo con el pelo recién cortado me ha sugerido la presencia de un jarrón chino que siempre está a punto de romperse. Sospecho que seguirá ahí, opinando, influyendo, adoctrinando. Volverá a crecerle la melena. Me imagino que retomará su viejo proyecto de otorgar protagonismo político al lumpen proletariado, recuperará la vieja idea asamblearia donde no hay militantes, solo adscritos. Y todo será un deja vu, aburrido, repetido, sentimental.
Lo cierto es que Podemos se desvanece. Su éxito dependió de Manuela Carmena, en Madrid; en Galicia del Bloque, en Valencia de Compromís, en Cataluña de En Comú Podem y en Andalucía veremos qué sucede con la nueva formación de Teresa Rodríguez que podría lograr un resultado similar al que alcanzó Errejón y Mónica García en Madrid. Se concluye que, sin implantación territorial, Podemos son unos ministros, unos diputados, algunos concejales y poco más, un cuerpo de élite sin representación real que ha llegado a las instituciones sin oxigeno, sin tropa, sin nada.
Se cumplen 10 años de la formulación del 15M como un movimiento social que cristalizó en un partido que impugnó el «régimen del 78» y se diluye lentamente, agónicamente, defendiendo la Constitución. Los círculos en las plazas dieron paso a los círculos en las instituciones. Tiene uno la impresión de que los chicos de Podemos han cultivado la política como un juego de poder, un hobbie, un capricho, ese tiempo muerto que nos gastábamos en la facultad y que ha llegado hasta aquí. Sin embargo, del declive errático de Pablo Iglesias siempre hay una excepción que confirma la regla. Yolanda Díaz ha demostrado ser un cuadro político que representa la mejor tradición sindical de este país. Cuando habla se toma las cosas en serio. Seduce y convence. Si logra sacar adelante una reforma laboral que estimule el empleo y mejore nuestras condiciones laborales, la clase obrera tendrá un voto que llevar a la urna más que justificado. Pero una mujer no hace un partido, ni siquiera con la inteligencia de Yolanda Díaz.
A otra escala, en Asturias y en Gijón se observa también esta descomposición paulatina. La autopista que Ana González ha dejado a los concejales de Podemos y al propio partido para articular políticas de izquierda en las instituciones y en la calle está vacía. Todo el espacio es suyo, pero estos muchachos parece que también han decidido dejarlo todo. La cuestión es que en política no hay espacios vacíos. Y esos, aunque estén a la izquierda, están siendo ocupados, oh la lá, por la derecha. Veremos.